La reina Isabel II tenía una máxima inquebrantable: cumplir con el deber. Su reinado de siete décadas vio pasar a 16 primeros ministros, con quienes se reunía periódicamente en el Palacio de Buckingham, aunque apenas se conocían sus opiniones sobre la marcha del Reino Unido. Isabel fue la jefa de Estado en un mundo de posguerra, presenció cómo el país iba perdiendo la mayoría de sus colonias y en el último tiempo alcanzó a ver su salida de la Unión Europea. El rol que ocupaba era protocolar, pero llegó a convertirse en un símbolo de estabilidad, sobre todo en momentos de crisis como los que atraviesa hoy en día el Reino Unido.
Isabel murió en el castillo de Balmoral, en Escocia, el mismo lugar donde 25 años atrás recibió la noticia del fallecimiento de Diana Spencer o Lady Di, un golpe a la imagen de la familia real. Para la reina siempre se trató de blindar a la monarquía de los escándalos, que fueron varios, porque ninguna otra dinastía generó -y aún genera- tanta fascinación como la británica. En cierta forma, Isabel sobrevivió a sus propias decisiones, como la oposición al matrimonio de su hermana Margarita con el capitán Peter Townsend o el de su hijo Carlos con Camila Parker, y a las ajenas, como los negocios de su tío Eduardo VIII con la Alemania nazi y la acusación contra su segundo hijo, Andrés, por abuso a una menor de edad vinculada con la red de explotaciones de menores de Jeffrey Epstein.
“La mayoría de los británicos no ha vivido bajo otro reinado. La reina es mucho más popular que la monarquía y hay un desafío, porque la Constitución de este país no está escrita y tiene en su centro a la monarquía, de mantener unido al país. Lograr que el nuevo monarca se vuelva una figura de unidad frente a la posible desunión es relevante”, dice Ezequiel González Ocantos, profesor de Ciencia Política en la Universidad de Oxford, sobre el príncipe de Gales, ahora Carlos III. Una encuesta de la YouGov de mayo pasado señalaba que el 81% de los británicos apoyaba a la reina, mientras que el 62% aprobaba la monarquía.
Isabel también era la jefa de Estado de Australia, Canadá, Nueva Zelanda, Antigua y Barbuda, Bahamas, Belice, Granada, Jamaica, San Cristóbal y Nieves, Santa Lucía, San Vicente y las Granadinas, Papúa Nueva Guinea, Islas Salomón y Tuvalu, parte de los más de 50 países de la Mancomunidad de Naciones, que agrupa a exdominios. En junio, Carlos les había dicho que todos dentro de la Commonwealth eran libres para elegir si querían convertirse en repúblicas. La influencia británica está a prueba con la muerte de la reina.
González Ocantos señala que Isabel construyó “un consenso casi unánime sobre su figura” y la pregunta ahora es cuántos de esos países permanecerán en la Commonwealth. “Habrá más reclamos sobre temas históricos como la esclavitud y opiniones en contra de esta asociación en algunos países dado que ya no está Isabel, que había hecho del Commonwealth un proyecto casi personal”, continúa el analista, que además apunta a las tensiones internas. Escocia presiona para conseguir otro referendo de independencia del Reino Unido y en Irlanda del Norte los republicanos el Sinn Féin, exbrazo político del IRA, que ganaron las elecciones de mayo, prometen una consulta sobre la unificación con la República de Irlanda.
El Reino Unido termina la semana con nuevo jefe de Estado y nueva jefa de Gobierno. La reina convivió con diferentes líderes, desde Winston Churchill hasta Boris Johnson, pasando por Harold Wilson, Margaret Thatcher y Tony Blair, y llegó a recibir a Liz Truss el martes, dos días antes de su muerte, en Balmoral. La primera ministra reemplazó a Johnson al frente del Partido Conservador y del Ejecutivo después de una interna que se resolvió el lunes. Truss se enfrenta a una inflación récord, la creciente impopularidad de los conservadores y la expectativa de un horizonte post Brexit. Todavía no reveló cómo lo hará.
Pero Truss puede aprovechar el momentum a su favor e incluso buscar cierta fuerza y legitimidad en el clima de transición que se respira en Reino Unido. “Es un momento decisivo para marcar el tono del gobierno. Cuando falleció Diana Spencer en 1997, Tony Blair entendió el impacto del hecho mejor de lo que lo entendió la casa real. Ahora puede pasar lo mismo. Truss comenzó con desventaja porque algunas voces se mostraron decepcionadas con el discurso que dio tras la muerte de la reina. Hay que esperar a las próximas semanas”, sostiene González Ocantos.
El viernes Carlos recibió a Truss en Buckingham en la primera audiencia para ambos. El nuevo monarca se enfocará en cuidar la imagen de la corona, de la que depende el patrimonio de toda la familia real, y en asegurar que su liderazgo no sea cuestionado, para lo que cuenta con el apoyo de los medios y el blindaje de la tradición.
Truss la tiene más complicada. Las huelgas de los distintos sectores solo se suspendieron en respeto a la reina. Los conservadores ya no tienen demasiado margen de maniobra para postergar sus promesas.
Liz Truss, la «granada humana»
“La Reina Isabel II fue una de las mayores líderes que el mundo haya conocido”, dijo Liz Truss en el parlamento antes de reunirse con Carlos III, en su nueva casa, el 10 de Downing Street, Sobre el nuevo monarca aseguró: “Lo apoyaremos mientras lleva a nuestro país hacia una nueva era de esperanza y progreso. La Corona perdura, nuestra nación perdura y‚ en ese espíritu, digo: ‘Dios salve al rey”.
Truss fue una militante de izquierda que trocó para elogiar públicamente a Margaret Thatcher hasta ser calificada como la “Dama de Hierro II”. De hecho hace unas horas se mostró con atuendos militares como en una emblemática foto de su admiradora. También se la conoce como la «granada humana». Representa el «conservadurismo británico por excelencia», cumplió 47 años en julio, está casada con Hugh O’Leary desde el 2000 y tiene dos hijas adolescentes que tuvieron activa participación en la campaña. Su padre fue profesor universitario de matemáticas y de su madre, activista por el desarme nuclear. Liz en realidad se llama Mary Elizabeth: los acompañaba las marchas portando falsos misiles de cartón. Ya luego, en la Universidad de Oxford, donde estudió filosofía, economía y política en militó en un grupo liberal-demócrata.
La acompaña su contradictoria postura sobre el Brexit: fue una detractora de la salida del Reino Unido de la UE, pero cuando le llegó a ministerio de Comercio Exterior, tuvo activísima participación en las negociaciones comerciales. De la Shell Cable Wireless, en 2008 saltó a la política: su primer cargo fue el de concejala en el sureste de Londres y en 2010 fue elegida para la House of Commons (Diputados) por el distrito electoral de South West Norfolk. Su camino fue vertiginoso hasta el primer pedestal de la política británica.