En agosto de 1948, hablando en un congreso obrero, Juan Perón mandó una pregunta que quedó para siempre: «¿Alguno de ustedes alguna vez vio un dólar?».

Eran tiempos aquellos en que las transacciones del país se resolvían más con libras esterlinas que con dólares y la contra apretaba con el argumento de la falta de divisas. Perón los puso en su lugar: «Son los que siempre presionan para que no aseguremos nuestra independencia económica».

Pasaron 67 años y muchos nos preguntamos si habrá algún otro Perón que traslade la pregunta a la actualidad. Hoy debería ser: «¿Alguna vez alguien vio una criptomoneda, un bitcoin o un token libra?». Quien esto firma, integrante de la cada vez más masiva tribu urbana que cada mañana desafina «¿dónde hay un mango, viejo Gómez?», responde que no. Nunca.

Climas espesos como los de los últimos días nos instalan dentro de una coyuntura que no elegimos y de la que estamos muy lejos de poder entender y resolver. Cada uno lo habrá sentido y expresado a su manera. En mi caso intentaré hacerlo desde el oficio que ejerzo desde hace más de sesenta años. Se llama (¿o se llamaba?) periodismo y es (supo serlo, al menos) el arte de volver visible lo evidente y comunicarlo con verdad y rigor. La peor noticia es que nuestro principal capital expresivo, la palabra, en estas condiciones se escurre, se ausenta, se convierte en insuficiente y por momentos en inútil. Es la realidad que llega de pronto y nos arrebata lo que hay para decir.

Desde siempre, los periodistas de vocación y de corazón sabemos que en el ejercicio de la tarea es preferible la peor verdad a la mejor mentira. ¿Cómo mantener con vida a este aserto cuando entre nosotros la de la verdad dejó de ser una gran causa? Las confrontaciones bélicas del pasado siglo y de éste, acuñaron una frase tan dolorosa como los saldos de cualquier enfrentamiento: «En toda guerra la primera víctima es la verdad». En nuestro país- desmentida va, desmentida viene – la realidad se ha vuelto cada vez más víctima y menos respetable. En la exclusiva que el presidente de la Nación le brindó al representante de la señal TN ni siquiera fue necesario ser testigo de la intervención del principal asesor presidencial para darse cuenta que ese interrogatorio había sido previamente pautado y que el periodista seguía un libreto, al pie de la letra.

Desde aquel momento feliz que fue la recuperación de la democracia para aquí se naturalizó la idea de que todo contacto entre el periodismo y los políticos de cualquier nivel deberá contener, como mínimo, ventajitas informativas. De máxima se filtran intereses impúdicamente cercanos, se canjean títulos de tapa por off the record, se tratan con favores y como viejos conocidos. Cuando algo de ese proceso se altera, el político sabe de memoria que podrá defenderse diciendo que sus declaraciones fueron sacadas de contexto. Aunque ante cualquier mirada experimentada ese toma y daca, como se dice ahora, a los protagonistas se les nota mucho.

Desde hace tiempo el periodismo se enseña en niveles terciarios y universitarios, y eso está bueno. Ojalá que, en ámbitos estudiantiles, esta entrevista de la que habla el país y el mundo, devenga en ejemplo y en caso testigo. Y sea aprovechada para mostrar todo lo que no debe ocurrir cuando quienes quedan frente a frente para dialogar, son un representante del poder y el interlocutor de turno. Cualquier buen docente podría plantear, como inquietud, a sus discípulos si, en este caso, piensan que el periodista contaba o no con los recursos para rechazar los condicionamientos y repeticiones. Los capítulos más sabios de los libros especializados sostienen que sí, que la resistencia, el plantón con un no a tiempo, habría constituido la respuesta más sana. Y más digna.

Y si lo de ellos es más las redes sociales que los libros, la recomendación es la posibilidad de abrevar en un enorme pensador. En el universo digital, a modo de libro abierto, se encuentran sus magistrales consideraciones. A fines de enero pasado se cumplieron 15 años del fallecimiento de uno de los grandes maestros del periodismo argentino. En algunas palabras de Tomás Eloy Martínez , el reportero hubiera encontrado una explicación de lo mucho que podría haber dicho y calló, que debía haber hecho y no hizo. Dijo Martínez – nos dijo a todos el autor de Santa Evita y de La novela de Perón- : «Los periodistas tenemos derecho a decir que no si nos plantean tareas que se alejen de la verdad de los hechos. No nos pagan para participar de operaciones de prensa ni para inventar”.

 Y agregó: “El periodismo es un oficio extremadamente sensible, donde la más ligera falsedad puede hacer pedazos la confianza que se fue creando durante años”.

Y por si todavía no quedaba claro recomendó: «El único patrimonio del periodista es su buen nombre. Cada vez que se firma un artículo insuficiente o infiel a la propia conciencia se pierde parte, o todo, de ese patrimonio».

En la vasta y bella obra literaria y periodística de Martínez hay muchas otras nobles recomendaciones, para profesionales, para principiantes y para presidentes también.