Somos revolucionarios en el exacto significado: liberación nacional y revolución social.
John William Cooke
Estamos bajo el efecto de una crisis histórica que ocupa el orden de la vida social, económica, política, cultural y aun, si así puede decirse, el orden sensible, de la percepción y el discernimiento. La conmoción de la pandemia ha venido a dar el clima, la temperatura de una devastación sumada a la penuria que ya estaba en curso, prolongada en manifestaciones precisas, y ocultada en su astucia fantasmal. Vivimos casi dos años en una cercanía gravosa, en la homogeneización de las técnicas, sometidxs a captura por las pantallas -agravada por las brechas digitales-, sin profundidad espacial, sin volumen, bajo acoso estadístico,forense y pánico. La inercia capitalista recrea sin cesar las condiciones de la crisis, y provee las condiciones ilusorias de su atenuación, pone a disposición instrumentos sustitutivos, sucedáneos de la vida en común que reproducen la tasa de beneficio y multiplican los dispositivos de sometimiento. La ganancia del capital danza al compás de la producción espectacularizada de cadáveres. Vivimos casi dos años de inquietud y contrición por el virus, en la difusión masiva de la muerte como anticipación e inminencia, en el terrorismo de la debacle económica, en la amenaza sistemática de lenguajes que perpetúan la irracionalidad y la alucinación colectiva, discursos constituidos en un más allá de lo político, en su denegación, en una alarmante falsificación de la realidad fáctica, en la liquidación de la verdad como resonancia de la palabra pública, en el dolor y el duelo sin trámite, en el obstáculo, el ahogo y la inmovilidad. Vivimos en el malestar. Pero aun más decisivo que describir el malestar en el que estamos es advertir hasta qué punto conecta con formas imprecisas pero poderosamente activas del fascismo contemporáneo. Discutir si se trata de variantes más o menos próximas a figuras clásicas de autoridad del Estado, como en Hungría o Italia, o a tentativas de disolución en las corporaciones, como en Avanza Libertad o en los halcones que anuncian rapiñas, puede tener alguna relevancia para la politología y la comunicación; lo que aquí queremos subrayar es que de conjunto se trata de variantes “salvíficas”, destructivas, que sitúan el mal en la vida popular y democrática ya dañadas, y que actúan y actuarán en consecuencia.
Politizar el malestar. Si en el mundo hay malestar, el malestar argentino es de incumbencia nuestra: de los modos reflexivos populares y críticos. El malestar habrá de politizarse. Ello reclama un aumento del alcance de la conversación pública para incrementar la capacidad de discernir la (ir)racionalidad del mundo que quiere hacer de lo común una forma estallada del desperdicio, y de la vida, un Zoom. Discernir es inevitable para modificar lo que provoca malestar: el consensualismo abstracto, la existencia de grandes mayorías nacionales sin proyección vital, la memoria (histórica y reciente) de los daños del gobierno de Macri aún no adecuadamente procesados, la existencia de fascismos liberticidas incipientes que se recuestan sobre mitos antiguos, un sentido común neoliberal aún hegemónico (que los momentos políticos latinoamericanos más intensamente emancipatorios lograron interrumpir solo en parte), las fragilidades descerrajadas por la pandemia, modos comunicológicos-empresariales alienantes, y así. Más allá del malestar inherente a la condición humana, los infortunios provocados nos demandan ensayar nuevos modos de preservar/conservar el mundo que vivimos pergeñando alguna forma de hurtarnos a la máquina Capital que produce un ser humano desgarrado. Discernir la (ir)razón que organiza la realidades un acto necesario para provocar una acción transformadora verdadera y eficaz en una temporalidad corta (a partir de estas elecciones de medio término) y de larga duración también (a partir de 2023). Abrir las compuertas de la imaginación en tanto gesto necesario para configurar un nuevo objetivo popular.Ampliar el campo de la realidad implica tener la capacidad de revisar la historia y la política -la experiencia pandémica, la memoria anterior del derrumbe y la resistencia, los años recientes de goce popular latinoamericano y su historia- e imprimir un nuevo impulso imaginativo que pueda brotar de un conflicto renovado, de un saber decir no a los nuevos modos de dominación contemporánea, de la lucha como forma del cuidado popular para alcanzar una relación nueva entre el mundo interior y la materialidad del mundo exterior. La configuración de ese nuevo objetivo depende del trabajo de construcción en común sobre la base del malestar que experimentamos en el presente. Y ese trabajo también tiene el sentido de salir del aislamiento emocional y cognitivo impuesto por la pandemia. No solo la sanitaria, más aún la neoliberal. Elaborar imaginativamente el malestar tiene el sentido frágil de una tentativa: concitar el arrojo suficiente para proyectar una nueva vida en común que tenga presente el sentido primordial de poner en crisis lo aparentemente inamovible del sistema de producción que nos somete, y que a través de los modos del desarrollo y la tecnología nos subyugó también al gobierno de una pandemia aún sin terminar. Pandemia cuya gestión (constituida sobre múltiples sobredeterminaciones de incertidumbres) no puede ser el fin último de un proyecto político para todxs (o de las grandes mayorías).
Frentismo. Habitar el peronismo con alcances hasta utópicos de anhelos libertarios y emancipatorios siempre fue posible (ahí está la inspiración memoriosa de Cooke), aunque con diversas intensidades, desde los orígenes primeros hasta los vientos revolucionarios setentistas, pero también en la intemperie menemista. Intemperie que parece haber regresado del olvido (Cavallo elogiando a Milei, recordando el descalabro económico y vital del menemato, para no abundar), no solo como una propuesta que pudiéramos no compartir, como no compartimos, sino como un imperativo del mandato decisivo del peronismo, que no reside en tener ideas o en discutirlas, sin perjuicio de llevar a cabo tal menester ineludible, sino en ejercer el gobierno en favor de la felicidad popular. Si el menemismo sepultó esa herencia y el kirchnerismo fue su resurrección -los años de Néstor y Cristina transcurrieron como si hubiesen sido una tregua en medio de la pendiente continua hacia una vida cada vez más injusta-, el Frente de Todxs conforma un momento de indecisión, de incertidumbre, tan luego refrendado por la mortificación pandémica. Todo lo cual, sumado al advenimiento neoliberal vigorizado y recargado, y luego del infortunio de septiembre, nos sume en días que exigen la mayor de las templanzas para remontar los magros saldos primero y para trazar la ruta que luego nos permita, cualesquiera que sean los resultados de noviembre, proseguir hacia la meta irrenunciable de soberanía política, independencia económica y justicia social en un amplio tejido continental.Y es de incumbencia de la política –movimientismo y representación–abrir las mentes ante los nuevos desafíos. En noviembre, avanzar nosotrxs para que ellos no puedan pasares un propósito irrenunciable.
Lo que no debe desdeñarse. De pronto, nos encontramos ante una renovada unción del derecho a la propiedad privada. Su sacralidad se impone como dogma de fe y por lo tanto indiscutible, siquiera analizable. De tal manera, si mapuches reclaman un territorio, estarían actuando como herejes contra ese principio sagrado,que se requiere carente de historicidad. Como si anteriormente no hubieran sido despojadxs, masacradxs y subyugadxs por el orden colonial ubicado en el Estado nacional. Es como si esa parte de la historia nunca hubiera sucedido y entonces pareciera que ahora naciones naturales del continente son pseudo-mapuches que vienen a usurpar no solamente tierras sino también su propio origen, sus legados y sus memorias. El crimen colonial borra todas sus imputaciones y se levanta como flamígera revelación para suscitar una insurrección libertaria, escondida por un velo sutilísimo debajo del cual nada cuesta advertir el rostro del horror fascista, agitado por voces rugientes, amenazas incendiarias y ultrajes desbordados. El derecho a la propiedad no puede dejarse adherido a la sacralidad que están logrando imponerle para volverlo intangible.Ninguna convivencia pacífica y democrática es posible si la propiedad se considera bajo esa sacralidad declarada por el élan neoliberal y del incipiente fascismo del presente. La sacralidad de la propiedad es inherente a la riqueza, amasada sobre la base de la extracción de plusvalía de la fuerza trabajo. Nos quieren confundir:exhibiendo y simulando denunciar lo que describen de modo obsceno como pobreza en tanto subterfugio para esconder los crímenes de la riqueza, de la exacción, de la apropiación privada. No hay viabilidad plausible para una convivencia social si se reclama la intangibilidad de la propiedad. Ese principio supone una adhesión inherente a las más formidables represiones totalitarias. El rostro fascista –bifronte: Bullrich y Milei como arquetipos– provoca su respectiva fascinación. Lo fascinante del fascismo tiene un reverso: el terror. Y esas emergencias, eficaces por cierto, son incompatibles con la convivencia democrática y aun pacífica. El precio de la apatía, del desinterés, de la abulia, es el fascismo. Milei no debería habitar el corazón del Congreso desde ninguna banca más o menos remota. El fascismo no es una opinión: es un crimen sea donde fuere que emerja. Y suponer a Milei un modo político equivalente a Rodríguez Larreta, postularlo carente de relevancia, significa erigir indistinciones temerarias que al distorsionar la visión de las cosas las transforman frente a nuestra percepción y le sustraen la dramaticidad histórica y presente que portan.
La impiedad. La ciudad más rica del país, el día mismo del inicio de la campaña electoral, desaloja brutalmente de un baldío a una multitud de mujeres y niñxs víctimas de violencia de género que no tenían dónde guarecerse. Lo hizo a sabiendas de que tal comportamiento brutal le habría de proporcionar votos en un acto de politización de la impiedad que sella el rostro atroz que día a día nos va envolviendo en un estupor sobre el que no sabemos qué nos asusta más: si la propia apatía o la amenaza en ciernes, latente desde una temporalidad remota. El 4 de noviembre de 1780 se desarrolló un gran acontecimiento insurreccional en el corazón de los Andes, tendiente a la independencia. Se libró el vendaval encarnado en el nombre de Túpac Amaru II –o sea, cabeza, representante, dueño y defensor de “sus” tierras–, José Gabriel Condorcanqui, que conmovió los cimientos coloniales en las Indias. Desde entonces, Túpac se convirtió en expresión de rebeldía popular contra el orden español y de rebeldía americana en general. Su insurrección reconcentraba la imaginación de otro modo de vida y el nombre se convirtió en sinónimo de actitud rebelde frente a las autoridades coloniales. Esa imaginación, símbolo de la rebeldía americana, tiene en la Argentina reciente dos terminales nerviosas: en la bandera de la organización conducida por Milagro Sala; ahí el Tupac es la base que establece una compleja y densa dialéctica junto con Evita y el Che Guevara; y en los propios modos de lucha, de edificación (de casas, barrios, piletas de natación comunitarias, consultorios con tomógrafos o de odontología) de Milagro Sala. En la vandalización del barrio de Alto Comedero –memoria que se quiso obligar a una reconversión carcelaria– se cifra una destrucción aún más profunda: la de la experiencia de otra ciudad, de otro modo del vivir en común, de otra forma de edificar la vida, dentro de un tupido entramado de relaciones comunitarias y al reparo de un Estado nacional democratizador sostenido por políticas igualadoras. Por eso mismo, Milagro fue descuartizada por ese Jano bifronte Morales/Macri. Descuartizar ha sido su primer acto de gobierno. Y hoy sigue siendo descuartizada por los poderes tardo coloniales provinciales y nacionales. No lo debemos seguir permitiendo. Milagro es el nombre de una mujer que puso en cuestión el sistema productivo, la especulación y el negocio inmobiliario, la cultura patriarcal. Milagro es el nombre de una revuelta que convoca la gran movilización de los feminismos contemporáneos y que asume memorias ancestrales, el nombre de las revueltas del pasado, como las del porvenir.
(In)Justicia. El mismo gobierno de la Ciudad que expulsa con violencia y encarcela a lxs desposeídxs intenta avanzar hacia la apropiación inconstitucional e ilegítima de potestades de la Nación, que conciernen a decisiones estratégicas en materia de desarrollo económico sustentable y de protección de los derechos de lxs ciudadanxs. La ley sancionada por la Legislatura porteña que pretende investir al Tribunal Superior de Justicia local de competencia para revisar sentencias de tribunales nacionales –creando además futuros tribunales de derecho común que absorberían sus funciones– atropella los acuerdos constitucionales de 1853 y 1994. La otrora federalización de la ciudad capital fue el resultado de la lucha de los pueblos confederados contra la dictadura del puerto de Buenos Aires que absorbía sus riquezas valiéndose de su posición estratégica y su alianza con el capital comercial y financiero extranjero. Ningún constituyente olvidó esos pactos preexistentes en 1994 al acotar la autonomía de la ciudad capital a un régimen de gobierno en las condiciones y alcances establecidos en la Constitución y su ley reglamentaria –conocida como ley “Cafiero–consolidando así su estatus diverso a las provincias regidas por un gobernador y una constitución provincial,al asignarle a la Ciudad un Jefe de Gobierno y un Estatuto Organizativo. En los tribunales nacionales en lo comercial y laboral con sede en Buenos Aires se deciden cuestiones trascendentes de derecho federal y de decisiva relevancia nacional y federal. Por un lado, las políticas sobre transparencia, publicidad y responsabilidad de directivos de las sociedades registradas en la Inspección General de Justicia. La mayoría de las grandes compañías a lo largo del país están registradas en la ciudad de Buenos Aires, algo que es muy cómodo omitir y olvidar, de modo que los actos realizados mediante sociedades offshore y extranjeras,así como los concursos y quiebras de empresas petroleras, vitivinícolas, azucareras o agroexportadoras situadas en las provincias, tramitan en tribunales nacionales porteños. En esas causas se habilitaron cientos de fábricas recuperadas por todo lo ancho y lo largo delpaís cada vez que se arroja a la quiebra a una empresa fundida por empresarios ya enriquecidos. Ante esos jueces,lxs ahorristas, pequeñxsproductorxs, proveedorxsy trabajadorxsde distintas jurisdicciones lidian por sus derechos ante las grandes corporaciones y empresas privatizadas en los 90. La Ley Cafiero lo tuvo muy presente al prohibir que el registro societario porteño sea de jurisdicción de la ciudad, como tampoco pueden serlo los tribunales nacionales comerciales que revisan sus decisiones. Por otro lado, mucho menos se puede arrasar con las conquistas del movimiento obrero argentino en beneficio de todxs lxs trabajadorxs poniendo en manos de un Jefe de Gobierno municipal los tribunales nacionales del trabajo y, con ello, la definición de conflictos y relaciones sindicales como pretende la ilegítima ley local. Mayor alarma causa cuando la campaña electoral impulsada por Rodríguez Larreta se jacta de su intención de eliminar los derechos más básicos a la estabilidad laboral mientras echa mano de la causa Correo Argentino, como gracioso favor a su mentor: Mauricio Macri. Ese intento crudo de borrar siglos de nuestra historia, para volver a una estructura colonial, involucra un eje fundacional de la Argentina. Tamaño acto de violencia bélica, disfrazada con vestiduras institucionales, solo se explica por el tamaño de los intereses económicos que protege Juntos en favor del desarrollo de un capitalismo monopólico y excluyente del 99 % de lxs argentinxs.
No a la deuda. El comercio no sustituyó a la guerra, como afirmaron los liberales modernos. Las deudas externas forman parte de los actos de guerra del capital financiero internacional. La financiarización de la economía global es la síntesis de la aparente dicotomía entre el capitalismo productivo y la guerra destructiva, haciendo de la acumulación ilimitada y la destrucción ilimitada dos dimensiones de una misma matriz concerniente a la historia del capitalismo colonial. Haití hizo la primera revolución latinoamericana, que la república colonial no pudo ganar en el campo de batalla, y fue condenada a pagar una deuda interminable por su liberación. Algo parecido aconteció en Paraguay luego de la Guerra Guasú. Y algo similar ocurrió recientemente con Grecia. Lo mismo ha ocurrido en Argentina.Nos quedamos cortos al afirmar que el FMI realizó un préstamo histórico, irregular e impagable para que el gobierno neoliberal y mafioso de Macri ganara las elecciones. Emitió ese préstamo porque Macri podía perder las elecciones. La deuda es una suerte de golpe de estado anticipado, algo posible porque las estrategias bélico-económicas se sobreimprimen a las temporalidades de las instituciones democráticas. Una estrategia de intervencionismo diferente, pero no ajena, a los golpes parlamentarios, al lawfare, al “periodismo de guerra” y a los golpes más convencionales (como aquél que ocurrió en Bolivia) y que, junto con los bloqueos económicos (a Cuba, a Venezuela), forman parte de las guerras híbridas contemporáneas contra todo intento de liberación nacional y popular. La movilización del 17 de octubre convocada por Madres de Plaza de Mayo, con la consigna “No al pago de la deuda”, es un acontecimiento de suma significación. No solo por el hecho en sí mismo, también porque en esa memoria viva algo se anuda entre golpe de Estado y deuda. Decir No a la deuda es decir No a la política colonial criminal: No al lenguaje y los gestos bélicos de las derechas neofascistas, un No absoluto a la violencia sobre los pueblos. La memoria de Madres tiene una lucidez sobre nuestro presente, también como momento de peligro, que sobrepasa cualquier diagnóstico de politólogxs y economistxs sobre la legalidad o ilegalidad de los contratos. Le cabe al gobierno definir las estrategias para enfrentar estas agresiones. Poner a operar las negociaciones, las diplomacias, los cálculos de posibilidades, como en su momento le tocó a Néstor, no implica aceptar, bajo el pacificado lenguaje de los acuerdos, el violento intervencionismo antidemocrático del capitalismo bélico globalizado, con sus representaciones oficiales y oficiosas, directas y vicarias, sino que significa configurar una lengua.
Lengua social. En la Argentina precisamos configurar una lengua social para contarnos, para no ser habladxs por ellos, para amasar una nueva espesura que nos proyecte hacia las elecciones de noviembre y de ahí hacia el 2023, que con su soltura nos ayude a aventarlas cenizas, el trance de naufragio y anestesia de la pandemia; soplar para volver a encendernos, acalorarnos, enardecernos. Ahí acaso esté la memoria del 2001: aventar las cenizas, agitar la resistencia, desplegar el bullicio de la gran convocatoria para recomponer la vida popular al margen de temores o cálculos consensualistas ante desafíos que es preciso afrontar.No solo el régimen de reproducción capitalista desenfrenado, meritocrático, despiadado, brutal, está caduco –si es que alguna vez no lo estuvo–sino que nos conduce cada vez ante una nueva catástrofe: crisis ambiental, desigualdad extrema, destrucción de los ecosistemas, aumento de la pobreza provocada por una riqueza desorbitada y concentrada en cada vez menos manos, desaparición del empleo, borramiento de las memorias, precarización de las existencias. Por eso necesitamos recrear una lengua social para que sea una nueva lengua política. Para narrar(nos) de formas libres e igualitarias, esto es, que aspiren a ser democráticas. Esta lengua precisa de la dirigencia y de la militancia y de otra capacidad de escucha, que sea menos la de la lógica encriptada del capital que la de la existencia y la felicidad de los pueblos,que se encuentra en los feminismos populares, en los movimientos de derechos humanos, en las organizaciones sociales y en las fuerzas más vitales de la sociedad. Porque allí anida una memoria y una historia de saberes, de resistencias y de luchas,de construcción y de organización política para la emancipación, de paciencia infinita, más allá de derrotas y sinsabores, de perseverancia a través incluso de generaciones, por cuanto las anima el sentido de la justicia. Sentido de justicia que es inmune a la sistemática y todopoderosa convocatoria extorsiva con que se nos machaca hasta el hartazgo en favor de una vida regida por la codicia, la ruindad, la crueldad. Tanto han avanzado estos años para naturalizar una común existencia desgraciada, subyugada a ricos cada vez más ricos, cada vez más desvergonzados en la exhibición impúdica y soberbia de su creciente acaparamiento de todo aquello susceptible de compraventa, que cada vez se revela como apropiación de todo lo existente. Debe cesar esa carrera hacia la muerte y la destrucción con que se nos narcotiza a diario. Tropezamos pero no hemos caído. A las pérdidas y la tristeza que llamamos malestar sucederá la firmeza deseante de las luchas de ahora y de siempre.