Javier Milei está en un pico de adrenalina, después de haber estado en la asunción de Donald Trump y después de ver que la brutalidad es un signo de época que él leyó muy bien, aun sin saber del todo que lo estaba leyendo. Es un fenómeno sorprendente para los titulares de las riquezas más obscenas -por el modo de acumulación y de desposesión de las mayorías-, a quienes Milei, el año pasado, en el mismo escenario, llamó «benefactores de la humanidad». Les quitó un miedo: se puede expoliar todavía más a un pueblo sin perder la adherencia social.
No parece que el gobierno libertario vaya a tener éxitos económicos mucho más grandes que esta desaceleración de la inflación, por lo cual busca consolidar su base social con este tipo de discursos.
Esa base social no es muy grande, más allá de que la simpatía, la imagen positiva o el alivio de la inflación sean importantes para mantener y manejar el poder, y, sobre todo, para mantener callada a una oposición que no sabe qué hacer ni qué decir. Pareciera que la idea religiosa del sacrificio tiene pregnancia en el pueblo ¿Pero hasta cuándo?
Es entonces como aparecen estos discursos de odio con más fuerza; de la mano de Agustín Laje como el ideólogo de las extremas derechas, niño mimado de Vox y otras asociaciones integristas. Aparecen también este internacionalismo, cierta atmósfera tóxica de derechas nuevas-viejas que se alientan mutuamente, con Viktor Orban, con Vox en España y el bloque Patriotas en el parlamento europeo donde conviven Marine Le Pen, Giorgia Meloni; y con Donald Trump en la cabeza del imperio estadounidense. Todas estas fuerzas muy ligadas a los integrismos religiosos, que condenan al aborto, a la homosexualidad, que dicen defender a la familia (en singular) y que con eso piensan acallar un poco las angustias de una época, en la que el capitalismo ya no tiene nada más para dar.
El capitalismo ha llegado a este nivel de destrucción. Cuando parecía que las ideas progresistas eran consensos transnacionales de las democracias liberales, con la ampliación de derechos de las personas LGBTQ+, con el reconocimiento de las desigualdades económicas y estructurales que fomentan y generan la violencia específica contra las mujeres y niñas, de pronto surge esta masculinidad recargada que le pone el cuerpo a autoritarismos disfrazados de democracia.
Esta masculinidad recargada es parte de una forma de acumulación de capital, que necesita la idea del supremacismo y, por lo tanto, la idea de las jerarquías de género, para sostener una épica. Aparece en un momento del mundo en que no hay nada en qué creer y donde no hay futuro porque incluso los grandes capitales están agotando el mundo y pensando en ideas híper futuristas como la de Elon Musk de ir a Marte. No hay un futuro para muchos, en todo caso hay futuro para unos pocos ricos. Entonces, lo único que tienen para ofrecer es esta idea de revancha, que la trabaja bien Trump, a nivel internacional, y Milei, acá.
En estos discursos de la vieja-nueva ultraderecha, todo el tiempo muestran a la gente que su vecino es una amenaza: porque es puto, porque es torta, porque tiene un plan, porque quiere meterse con tus hijos, etc. Esta idea de los hijos como piedra de toque, como el objeto sobre el cual se puede hablar, decidir, poner en riesgo; esta idea de que faltan niños. Todo eso es la argamasa con que la extrema derecha se congrega alrededor del mundo.
A Milei, le funciona, pero se está yendo un poco de mambo. Los consensos que hemos alcanzado en este país son bastante fuertes. La sociedad argentina no va a decir de un día para el otro que no existe la violencia contra las mujeres ni la brecha salarial porque las mujeres venimos de un proceso larguísimo de toma de conciencia sobre nuestra propia situación en el mundo.
Nuestra organización social está hoy desarticulada, sin una oposición, sin referencias políticas que puedan congregar una respuesta a estas cosas. De todas maneras, la conciencia de lo que significa la diferencia de género; la conciencia de que tipos de familias hay de muchos y de diversos modos; la conciencia de que hay muchas maneras de ser y estar en el mundo, no es tan fácil de destruir.
El nivel de ignorancia mostrado por Milei en Davos; de manipulación de datos que no existen como que un hombre mató a una mujer en un ring, deja al descubierto un pánico sexual. Estamos asistiendo a un pánico sexual que, frente a las angustias de un futuro que no existe, de un capitalismo agotado que ya no ofrece ni consumo porque no te alcanza el día para trabajar y conseguir lo mínimo para vivir, te ofrece una cruzada moral en la que hay que proteger a los hijos y a los varones. Te ofrecen, en definitiva, reivindicar nostálgicamente ese pasado «fantástico», donde «los hombres son hombres y las mujeres son mujeres», pero de eso ya no hay marcha atrás.
La pregunta sería qué hacemos nosotres. Qué hacemos todas las identidades que nos vemos agredidas. Esto no es gratis. Es espeluznante porque dice taradeces como que el femicidio no existe, que las parejas del mismo sexo son por regla abusadoras, etc. Todas pavadas, pero cómo se responde desde nuestra existencia, nuestra experiencia y desde una crisis de representación muy grande; sobre todo, con el desamparo de las fuerzas progresistas de este país, que no han dicho una palabra.
Esas mismas fuerzas ya vienen culpando a los feminismos y a los movimientos de reconocimiento, que hemos resistido al neoliberalismo de una manera muy clara durante el Gobierno de Mauricio Macri, nos han soltado la mano. Creen que el pánico sexual es un aire de época y ahí se suben. O más bien: dejan fluir su propio pánico sexual.
Entonces, habrá que debatir cómo se rearma una oposición, cómo organizamos una forma de hacer política que cambie las condiciones materiales y que a la vez defienda todas las formas de vida; de las disidencias sexuales, de las comunidades indígenas, de todo lo vivo y del planeta también. No vamos a ceder nuestra infinita esperanza.