El tipo, con una dicción algo paposa, dijo:
–Yo tengo la sensación de que él no aguantó lo que estaba viviendo.
Escupió esa frase en el programa Cada Noche, emitido por la Televisión Pública al concluir el invierno de 2017. Se refería a un hecho sucedido dos años y medio antes: el suicidio del fiscal Alberto Nisman. Sí, «suicidio»; aquella era su creencia. Y supo fundamentarla con la precisión de un cirujano.
La conductora Silvina Chediek lo observaba con las cejas enarcadas.
Los datos que él esgrimía sonaban inapelables; en pocas palabras abordó todos los ángulos técnicos del asunto; en particular, la imposibilidad de que en el sitio de esa muerte (un departamento cerrado con llave por dentro, en cuyo baño la cabeza del fallecido trababa la puerta) hubieran podido ingresar o salir terceros; específicamente, los integrantes de un «comando venezolano-iraní al servicio del kirchnerismo», tal como lo afirmaban los portavoces del régimen de Mauricio Macri. Y en el remate hasta se permitió una ironía:
–Me cuesta creer que hayan podido alterar las leyes de la física.
El que hablaba era el abogado Mariano Cúneo Libarona.
Pero ahora, siendo el ministro de Justicia de un gobierno que hizo suyo el anhelo macrista de disfrazar de «asesinato» esa inmolación, su parecer ya no es el mismo, así como, recientemente –en vísperas al décimo aniversario de esta tragedia–, lo expresó, sin titubear, en la mesa de Mirtha Legrand:
–Estamos hablando de algo que dije hace ocho años. Yo me fundé en la opinión que corría en su momento entre abogados, en mesas de café, y demás. Nunca leí una hoja (del expediente). Después, la causa avanzó mucho…
Su voz sonaba más paposa que nunca.
¿Acaso Nisman «aguantaba» realmente lo que estaba viviendo?
En este punto hay que retroceder hacia fines de 2014, cuando Patricia Bullrich, siendo ya una audaz espada de lo que sería la alianza Cambiemos en la Cámara de Diputados –donde presidía la Comisión de Legislación Penal–supo formar una simpática dupla con Laura Alonso, otra diputada de PRO.
Ambas por entonces fatigaban los pasillos tribunalicios para desparramar querellas contra el gobierno de Cristina Fernández de Kirchner.
En aquel peregrinaje se deslumbraron con el carisma de Nisman, a cargo de la UFI-AMIA, al que visitaban con innecesaria frecuencia (y a veces, incluso, sin aviso previo). Aun así, él las recibía con sumo beneplácito. Patricia y Laura eran sus aliadas y confidentes.
Desde algún impreciso instante de ese año, ellas lo venían persuadiendo para motorizar un escrito que él preparó en secreto. Era una gravísima denuncia contra CFK y el canciller Héctor Timerman, entre otros, por el «Memorándum de Entendimiento con Irán». Un instrumento –según su parecer– destinado a diluir la imputación a funcionarios de aquel país en la causa AMIA.
La denuncia finalmente fue presentada el 13 de enero del año siguiente, tras volver a las apuradas de sus vacaciones en Europa. Su premura por regresar tuvo un motivo de peso: haberse enterado que la titular del Ministerio Público, Alejandra Gils Carbó, estaba por pedirle la renuncia en la UFI.
Aprovechando tal vicisitud, las dos legisladoras pretendían amplificar la cuestión. Y la difundieron en la prensa, además de convocar al fiscal a exponer las conclusiones de su pesquisa en la Comisión de Legislación Penal.
Esa cita fue fijada para el lunes 19 de enero. Sin embargo, antes de esa fecha todo se desmadró.
Nisman dudaba. Era consciente de que su presentación –alimentada con migajas informativas que le fue arrojando el jefe operativo de la Secretaría de Inteligencia (SI), Antonio Horacio Stiuso– carecían de valor judicial.
Eso habría minado su ánimo. Y ya el viernes previo a su comparecencia parlamentaria hubo ciertas novedades que no mejoraron las cosas: la magistrada María Servini de Cubría (quien entendía en su denuncia) no habilitó la feria judicial para indagar a los acusados y el juez Rodolfo Canicoba Corral (quien entendía en el expediente del atentado) lo criticó duramente por cifrar sus conjeturas en escuchas ilegales a espaldas del expediente; pero nada fue más demoledor que la entrada en escena del ex jefe de Interpol, el norteamericano Ronald Noble, quien desmintió de modo categórico que el gobierno argentino haya solicitado bajar las alertas rojas contra los iraníes (en réplica a lo que sostenía el fiscal). Y para colmo de males, Stiuso no lo atendía ni por teléfono.
Ya se sabe que el 18 de enero Nisman fue hallado muerto.
Había que estar en el pellejo de Bullrich para comprender su conmoción. Hubo, entre aquel viernes y el domingo negro, unas 20 llamadas entrantes desde su celular al de Nisman.
Ella le insistía con su compromiso del lunes en el Congreso. Y él, con tono casi normal, objetó:
–Pero, Patricia, voy a decir lo mismo que en TN y no va parecer serio.
Se refería a una entrevista que le habían hecho esa misma semana.
Bullrich no entendía razones.
–¡Nosotras te vamos a cuidar! –aseguraba.
En otra llamada, el fiscal le preguntó:
–¿Leíste lo que dijo (Fernando) Esteche?
Se refería al líder de Quebracho, uno de los apuntados por él.
–No… ¿qué dijo?
–¡Que va a ir!
–No lo vamos a dejar entrar.
–También va ir el «Cuervo». Ya lo confirmó.
Se refería al diputado Andrés Larroque, otro apuntado por él.
–Y sí… Ese es legislador. No se le puede impedir la entrada.
– ¡Me va masacrar!
– ¡Calmate, Alberto!
Y explicó que ella, como presidenta de la Comisión, iba a ordenar todas las preguntas. Y que él estaría a resguardo.
–¿Ustedes me van a cuidar? –dijo, ya con un leve gemido, casi implorando.
Patricia se mostró realista:
–Y… alguna puteada te vas a comer.
Ese último diálogo tuvo lugar a las 18:30 del sábado.
A esa hora las señales de noticias transmitían un anuncio de la diputada del Frente para la Victoria (FpV), Diana Conti:
«Hemos decidido ir en bloque a la reunión con Nisman, sobre todo los que somos abogados, no para oír sino para hacerle preguntas».
El FpV también acababa de solicitar a la presidenta de la Comisión que la visita del fiscal fuera transmitida por TV.
Bullrich quedó en contestar al día siguiente.
Pero la muerte de Nisman le quitó sentido a ese compromiso.
Lo cierto es que la impostura del «asesinato» tardó apenas unas horas en nacer. Y su instalación mediática provocaría furor en un vasto sector del espíritu público y terminó por incidir en el triunfo electoral de Macri a fines de ese año.
Con la causa por el Memorandum, el gran aporte de Nisman a la Justicia fue haber sido el precursor del lawfare en Argentina.
Al respecto, la imputación a Timerman –rubricada por el juez Claudio Bonadio– requirió, por su delicada salud, una dosis extrema de crueldad. Prueba de eso fue que su prisión preventiva le impidió viajar a los Estados Unidos para continuar el tratamiento oncológico. Y su cuadro se agravó. Era como si hubiera pesado sobre él una condena a muerte no escrita. Pero ya festejada en redes sociales por sujetos despreciables como Fernando Iglesias, Eduardo Feinmann y Federico Andahazi. Un detalle que convertía tal condena en un linchamiento.
El ex canciller dejó de existir el 29 de diciembre de 2018.
Por su parte, la forzada metamorfosis del suicidio de Nisman en asesinato fue la segunda manifestación de dicha metodología, cuya magia consiste en el reemplazo de la información genuina por embustes con efectos emotivos, algo ya absolutamente naturalizado en el presente.
De hecho –sólo en lo que hace a esta historia–, la Corte Suprema resolvió, el 5 de diciembre pasado, elevar a juicio oral la causa por el “Memorandum con Irán”, estando CFK al frente de los acusados, sin que haya un delito a la vista.
A su vez, el binomio formado por el juez federal Julián Ercolini y el fiscal Eduardo Taiano aún se obstinan en probar la antojadiza hipótesis del homicidio, tal como se desprende del extenso y farragoso informe que este último acaba de hacer público, rebosante de datos falseados y peritajes omitidos, solamente para celebrar la efeméride en curso y mantener así su ficción en pie.
En definitiva, Nisman les resultó más útil muerto que en vida. «