¿Dónde están los centenares de bebes nacidos en cautiverio? dice el cartel que las Abuelas de Plaza de Mayo pioneras sostienen en esa foto en blanco y negro, hecha gigantografía en el hall de entrada de la Casa por el derecho a la Identidad de las Abuelas, en la ex Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA). Un montón de personas se han acercado a esta casa y cantan Abuela la la la la la, el hit festivo y pegadizo en estas semanas felices de Argentina campeona del mundo. Estamos acá, en lo que fue un centro clandestino de exterminio, cantando, aplaudiendo y celebrando que esa pregunta devastadora, dónde están, ha sido respondida 132 veces.
Las Abuelas Estela de Carlotto, de 92 años, y Buscarita Roa, de 85, encaran hacia la pared donde está el contador que lleva la cuenta de lxs nietxs restituidxs. Hace seis días al fin pasó a contar 131, después de dos años y medio sin noticias de este tipo. El nieto 130, Javier Matías Mijalchuck Darroux, había sido hallado en junio de 2019.
Estela y Buscarita están rodeadas de más nietxs que cantan Abuelas la la la la la y escribieron carteles de bienvenida al 132. En la pared, donde se ubica el contador de Nietxs, se lee: “Durante la dictadura militar más de 400 bebés fueron apropiados, en la mayoría de los casos tras el asesinato de sus mamás detenidas ilegalmente. Desde 1977 las Abuelas de Plaza de Mayo luchan por la restitución, la verdad y la justicia, y gracias a esa lucha ya son 132 los nietos que recuperaron su verdadera identidad”.
Cuando Buscarita levanta la chapa para cambiar el número se hace un silencio tan enorme que hiere. Sólo se oyen los chasquidos de las cámaras de fotos, como en las películas cuando algo muy poderoso o terrible está por suceder. Es un momento sagrado, una ceremonia íntimamente argentina: nuestra tragedia, nuestra promesa de redención. No lo entenderías. Llevó un instante cambiar ese numerito, 132, llevó minutos que la noticia corriera en las redes. Llevó 45 años de lucha encontrar 132 nietos.
El caso del nieto 132, Juan José, llega después de una difícil investigación colectiva y revela muchos de los puntos más oscuros de nuestra historia. Es, además, un caso difícil de comunicar, aunque guarda muchas aristas en común con otros casos resueltos.
Juan José creía que era hijo biológico de quienes lo criaron. Hasta que sus hermanos de crianza le mostraron su dni original. Según se difundió ese mismo miércoles del anuncio, lo hicieron para apartarlo de la herencia familiar. Ese DNI -uno de los tres que tuvo- decía que era hijo de Mercedes del Valle Morales. La joven había sido secuestrada en Monteros (Tucumán) en mayo de 1976, cuando él era un bebé de 10 meses y ella una joven de 21 años militante del PRT. Los padres de ella, Toribia Romero de Morales y José Ramón Morales fueron secuestrados en el mismo operativo, informó Abuelas en un comunicado. Cuatro días después secuestraron a dos hermanos de Mercedes, todos ellos están desaparecidos.
La búsqueda de Juan José se inició en 2004, cuando se acercó a partir del nodo Tucumán de la Red por el Derecho a la Identidad a Abuelas y a la Comisión Nacional por el Derecho a la Identidad (CONADI). Fue un año clave para el proceso de Memoria, Verdad y Justicia (el 24 de marzo de ese año el entonces presidente Néstor Kirchner se convertía en el primer presidente argentino en pedir perdón “por la vergüenza de haber callado durante 20 años de democracia por tantas atrocidades”. Y ordenaba que el predio donde funcionó la ESMA se recuperara como espacio de memoria).
Llevó años determinar que Mercedes era la madre de Juan José, a partir de cotejar datos genéticos con los tíos maternos –en Monteros siguen viviendo Juan y María Morales, que estaban muy impactados por esta noticia– .
En 2010 el Equipo Argentino de Antropología Forense identificó los restos de su madre en una fosa clandestina en Cementerio Norte. Aun así, Juan José no sabía si el hombre que lo había criado, y que había sido empleador de su madre en una finca, era su padre biológico. En 2018 hizo una denuncia en el Ministerio Público Fiscal de Tucumán y luego intervino la Procuraduría de Crímenes Contra la Humanidad. El 28 de diciembre se supo que el apropiador no era su padre biológico: Juan José “fue víctima de sustracción, ocultamiento y sustitución de identidad. Lo abrazamos como nuestro nieto 132. Un rompecabezas nunca se termina de completar”, dijo Estela–. “Se inicia un nuevo camino para dar con su verdadero padre”.
El caso del #Nieto132 evidencia de manera rotunda la complicidad civil: un patrón se apropia del bebé de una empleada secuestrada por las fuerzas represivas, durante años nadie dice nada, y la Justicia mira para otro lado. La historia transcurre en Tucumán, cuna del Operativo Independencia (“la fase inicial del genocidio perpetrado en Argentina”, dice la doctora en Ciencias Sociales Ana Sofía Jemio en su libro Tras las huellas del terror, donde analiza por qué en esa provincia las prácticas de desaparición forzada comienzan en febrero de 1975) y donde hasta el día de hoy algunos datos siguen siendo muy difíciles de dimensionar.
“Las patronales que tenían vínculos con los sectores de poder también denunciaban a los trabajadores organizados”, recordó en la conferencia Horacio Pietragalla, secretario de derechos humanos y nieto restituido. De la conferencia también participaron Abel Madariaga, secretario de Abuelas; Pablo Parenti, de la Unidad especializada para casos de apropiación durante el Terrorismo de Estado; y Claudia Carlotto, presidenta de la CONADI. Ella destacó: el #nieto 132 no estaba contabilizado como uno de los buscados/denunciados. “El caso también demuestra que Abuelas en su estimación no está equivocada cuando habla de 500 nietxs robadxs por el terrorismo de Estado, si se tiene en cuenta que hay muchos no fueron denunciados, como éste”.
“Parece imposible esta noticia detrás de la anterior (del nieto 131)”– resaltaba Estela–. Así es la vida: nos da sorpresas. Se va a ver la imagen del joven, quiere que lo conozcan. Está muy feliz, muy contento. Aunque no todo se sabe y no todo se puede decir”.
Juan José estuvo en la conferencia por videollamada desde Tucumán, pegado al retrato en blanco y negro de su madre, Mercedes del Valle Morales, y la leyenda ¡Presente! Se lo veía conmocionado, sonriente. Como le dijo después al colectivo tucumano La Palta, con las emociones mezcladas: “Triste por no haber compartido la vida con mi madre y alegría por saber quién soy, de dónde vengo y cuáles son mis raíces”.
Ese contraste que en la Casa de Abuelas por la Identidad se respira entre la desolación de esa gigantografía en blanco y negro de las Abuelas y la alegría de diciembre cuando cambió dos veces el contador. Como dijo Estela: “A pesar del dolor que trae cada una de estas historias, seguimos celebrando la vida con la alegría que nos da la verdad”. Y sembró un deseo: “Por un 2023 con más encuentros, más verdades y más identidades”.