Por estas horas, resulta necesaria una referencia al Frente Amplio del Uruguay. No estrictamente en relación a los lectores sino a la coalición que debe afrontar la responsabilidad política en este duro momento de la Argentina. El FA acaba de realizar sus elecciones internas y los que se enfrentaron hasta ayer, hoy se unen. Un ejemplo formidable de democracia, de continuidad en la idea central. También un motivo de orgullo. ¿Creen que todos piensan igual en el FA? De ningún modo. Hay quienes son más moderados y entienden que se van de mambo si confrontan demasiado con la derecha que tiene mucho poder; entienden que hay que convivir. Y también están los que dicen: debemos cambiar radicalmente la realidad, porque sino, ¿para qué estamos? También tienen su razón.
Hay una buena distancia entre una idea y la otra, pero se mantienen unidos. Porque así están mucho más cerca de lo que centralmente quieren: evitar el neoliberalismo, evitar el capitalismo a ultranza, evitar la salvajada de quienes apuestan a la desigualdad. Para enfrentar al súper capitalismo, hay que tener una izquierda unida. En Uruguay usualmente fluctúa en un 47%, pero también hay otro 47 aproximado de blancos y colorado, la derecha. Aun así, es muy probable que el Frente recupere el poder en el Uruguay. Y le dará mejor salud y mejor educación al pueblo. Por ahí empieza siempre el asunto en un país con un Estado al que hay que fortalecer.
El FA puede servir de ejemplo a la oposición en la Argentina. Si fuera verdad que se miran mal, tienen discrepancias que incluso no son de tipo político como las que hay en el FA (seguramente más profundas todavía), sino por la conformación de las listas, por lo que sería el poder a futuro, por la fuerza que pretenden en el Congreso. Son discrepancias más fáciles de resolver pero al mismo tiempo de mayores dificultades, ya que tienen que ver con las vanidades, con las ambiciones, con el yo quiero poner a Fulano y sino, me enojo.
Así se le hace el juego a la mafia de Clarín. El otro día puso en la tapa a Kicillof de espaldas, mientras hablaba, y a Máximo Kirchner que no lo miraba. Un momento. Una foto. Sacaron mil pero eligieron esa. Encontraron una que les venía bien. Otra podría haber sido que en algún momento, Máximo pusiera mala cara por el frío, pero ellos hubieran dicho que le ponía mala cara a Kicillof. No se puede admitir ninguna actitud que sea funcional a ese juego perverso. Si fuera cierto que tienen algunas discrepancias, por Dios, por el pueblo, que las acomoden: nunca ellos podrán estar tan lejos entre sí, como lejos están de esta atrocidad que está ocurriendo con la derecha en la Argentina.
Por eso tomé nota de lo que el Frente Amplio deja como ejemplo: décadas conviviendo con muchas diferencias, hay comunistas y socialistas, allí hay de todo, pero tienen un acuerdo que los une. El mundo debe ser mejor y entienden que si no fuera por las izquierdas, el mundo directamente sería una aplanadora que se lleva por delante a los más débiles.
Miremos sino el rumbo de muchas sociedades. Han dado un respingo, una sacudida, un estremecimiento hacia la derecha, los pibes y los grandes, los conservas tradicionales y muchos progresistas. Hurgan para hallar algún pretexto pero saben que ser de derecha es aceptar un mundo desigual, insolidario, egoísta, con poco Estado, con salud mal atendida y educación que tiende a lo mínimo. Ser de derecha es mirar con simpatía al colonizador, tener el alma cipaya. Pensar para qué querés soberanía, qué me importa que Estados Unidos sea el que me ordene la vida y que el FMI maneje nuestra economía. Si igual, yo dependo de mi trabajo; si igual, son todos iguales, son todos ladrones…
En realidad son sociedades que saltan a un vacío moral, a un sálvese quien pueda. Ya en los ’90 nos mentían con eso de que estamos mal pero vamos a estar mejor. ¿En qué mejoraremos si gobiernan ellos? Si siguen, por ejemplo, los que el otro día tiraron para atrás el tema de los jubilados: gobernadores, La Libertad Avanza, el PRO, los radicales. La derecha sí se une.
¿En qué mejoraremos si siguen los que una nueva vez se prosternan cada 4 de julio, como el jueves pasado, en la embajada estadounidense y le besan el dorso de las manos a los dueños de sus vidas? Si siguen ellos será lo que cualquier película del siglo XVIII muestra: un rey, un canciller, los cortesanos y los súbditos.
Y ya que hablamos del 4 de julio… No se trató de una casualidad. Fue jueves, histórico día de las Madres en la Plaza. Pero este jueves fue especial, con una convocatoria masiva que incluyó, entre muchas otras voces, la de la increíble Estela de Carlotto, esa Abuela que recuperó a su nieto pero sigue dando un abrazo tras otro. En esos abrazos pienso. Pienso en la Plaza del alma, la de los luchadores. Pienso en el alma de las Madres, de las Abuelas, que emociona y entristece el mismo tiempo: parece mentira que sigan dando pelea otra vez, cuando de nuevo nos quieren matar la memoria.
No, no es casualidad. Ese mismo jueves, luego de la función de mi obra, Alma Mahler, recibí los abrazos de amigos que conozco y de los que nunca había visto, pero que me esperaban a la salida del teatro
No, no es casualidad. Mientras nos permitíamos esos abrazos se confirmaba un regreso tan siniestro como simbólico: Federico Sturzenegger llega otra vez al gobierno. Provoca un desamparo espantoso. No vale nada lo sufrido; no vale nada que siempre actúe en contra del pueblo; no vale nada que se trate de un representante de la élite económica. No importa todo el mal que ya nos hizo.
Aunque baste como ejemplo emblemático de por qué necesitamos tanto del otro, del abrazo, de la unidad.