Hace unos días el presidente de la Nación, Javier Milei, en una entrevista televisiva, declaró: “Nazi, nacionalsocialismo… se tienen que hacer cargo, muchachos, eran de los de ustedes, eran de los zurditos, eran nacional-socialismo. De hecho, el fascismo también es socialismo. El propio Mussolini decía: «Dentro del Estado todo, fuera del Estado nada y nada contra el Estado». Es decir, está claro que nada que ver con la ideología que yo tengo, que es el liberalismo.”

Para el pensamiento racional esta construcción es absurda, pero a la vez -y a contramano de la realidad de pocos caracteres y tiktokers que tenemos hoy-, requiere un esfuerzo intelectual para tratar de desmontarla con datos de la realidad históricamente validada.

Debemos reconocer en un punto que tenía razón, las ideas nazis o fascistas (destaquemos que si bien se parecen, las ideologías no son idénticas) eran antiliberales. Ahora, ¿eran de izquierda? Bueno, parece que como el equipo gobernante y sus seguidores tienen severos problemas para la comprensión de las categorías sociales, políticas y económicas -sí, también económicas-, desarrolladas durante décadas por profesionales y especialistas, o para ser concretos, tienen una confrontación obsesiva contra los datos reales y lo validado por décadas en términos académicos, tenemos que volver para atrás para establecer principios básicos.

Desentrañando al nacionalsocialismo

Una enorme cantidad de reconocidos autores internacionales (vamos a omitir los locales porque para el equipo de construcción de fake-news gobernante va a ser fácil de desestimar), como Hobsbawm, Kershaw, Bobbio, Arendt, Evans, Eley, Burleigh, Fritzsche…, por citar solamente algunos (aunque la lista sería verdaderamente interminable), no estarían de acuerdo con la afirmación presidencial.

Todo hace suponer que la ultrasimplificación llevada adelante sería así: Estado = antiliberalismo. En consecuencia, de un lado, el pensamiento liberal decimonónico de un profundo individualismo, cero regulación y control, y el mercado como perfecto asignador de los recursos en una economía es el ideal. Por algo el presidente nos remite siempre al modelo agroexportador de la Argentina del siglo XIX. Y contrario sensu, todo lo que no sea eso, es socialismo.

¿Importa que el documento liminar del movimiento nazi (Mein Kampf) estableció con claridad que la grandeza de Alemania debía vencer a sus dos principales enemigos (que por una martingala intelectual, unió necesariamente tal como habían hecho todas las clases dominantes capitalistas de occidente): los judíos y el comunismo? No, no importa.

¿Importa que se encuentra exhaustivamente probado que ambos movimientos (nazismo y fascismo) fueron financiados en origen por grandes capitalistas? No, no importa. ¿Importa que ambos movimientos tuvieron, en el gobierno, estrechas y claras relaciones con estos capitalistas, como por caso Ford, Shell, Krupp, IG Farben o Porsche, por citar sólo algunas empresas que acompañaron al nazismo en su crecimiento y expansión? No, no importa. Si no son liberales, son socialistas.

Mi Lucha y la razón burguesa

Si bien el pensamiento socialista se desarrolló, podría decirse, a la par del liberalismo durante el siglo XIX, como su contracara necesaria, postulando la acción colectiva para la mejora de las condiciones materiales, sociales y culturales de los trabajadores, y en contra del individualismo y los mercados autorregulados, el fascismo y el nazismo surgieron como una expresión de la crisis emergente de la primera posguerra mundial, ante el avance de los reclamos populares.

En otras palabras, los sectores medios, medios altos y en particular, los dominantes vieron el avance de las luchas populares como una agresión a sus privilegios, y por eso comenzaron a organizarse en su contra. Como bien escribió Ricardo Piglia en Respiración Artificial: “Mi lucha es la razón burguesa llevada a su límite más extremo y coherente. Incluso le diré más, me dijo Tardewski, la razón burguesa concluye de un modo triunfal en Mein Kampf. Ese libro es la realización de la filosofía burguesa. Es la filosofía como crítica práctica”.

Como lo advirtió Foucault en los años setenta, cuando el neoliberalismo daba sus primeros pasos en Alemania luego de la segunda guerra mundial, su afirmación de un proyecto “radicalmente económico” donde el Estado estuviera al servicio del mercado fue de la mano de una operación discursiva en la que se contraponía con todos los proyectos que hubieran contado con presencia del Estado.

Con ello, sectores de las clases dominantes que habían apoyado al nazismo negaron su historia reciente y presentaron al nazismo como el último eslabón de una política que se podía rastrear desde el proteccionismo del siglo XIX, pasando por las influencias socialistas, la planificación de posguerra y el dirigismo del que el propio nazismo fue parte. El neoliberalismo nacía así, unificando nazismo, socialismo y presencia del Estado como mecanismo de autojustificación.

Milei y sus referentes: no es solo ignorancia, es también fanatismo

Con este bagaje, todos los referentes de Milei -que hoy dan nombre a sus perros-, desde los integrantes de la Escuela Austríaca como Ludwig von Mises y Friedrich Hayek, hasta Murray Rothbard, fundador del libertarismo en Estados Unidos, unificaron bajo el paraguas del “colectivismo” a experiencias de las más diversas cuyo único punto en común era la presencia importante del Estado, incorporando indistintamente al comunismo soviético, el Estado de bienestar europeo, el new deal norteamericano, el fascismo y el nazismo. Entonces, no es que son puramente ignorantes, sino que tomaron esa forma de pensamiento en términos fundamentalistas: son fanáticos.

De esta forma, empapados por una ideología que toma al Estado como supuesto enemigo de la sociedad, torcieron hasta el ridículo los procesos históricos y presentaron como iguales a experiencias completamente divergentes. No debería pasarse por alto, sin embargo, que en la política práctica, estos mismos referentes a los que Milei sigue al pie de la letra, se enfrentaron abiertamente con las izquierdas y en cambio mostraron sus simpatías por quienes recuperaban las orientaciones xenófobas del nazismo.

Por caso, el principal referente del libertarismo norteamericano, Murray Rothbard, ponía como ejemplo las políticas (estatales) de persecución anticomunista del senador Joe McCarthy y promovía como candidato a la presidencia a David Duke, ex miembro del Ku Klux Klan, declarado racista y antisemita que, entre otras cosas, negaba la existencia del Holocausto por el nazismo.

Las derechas globales y la falsificación de la historia

Buena parte de las nuevas derechas globales se encuentra en plena sintonía con esa perspectiva. Así, en una entrevista reciente Alice Weidel, candidata germana a canciller por Alternativa para Alemania, una organización de ultraderecha, sostuvo que Hitler era comunista y que el Tercer Reich había sido socialista. La entrevista fue realizada por Elon Musk, el magnate dueño de X, que acaba de ser noticia por hacer el saludo nazi al integrarse al gobierno de Trump, ambos admirados por Milei.

El extremo fue efectuado este sábado por Kayne West (rapero, productor discográfico, diseñador de moda y empresario estadounidense, de origen afroamericano, famoso por instar a que su esposa se exhiba desnuda en público), quien publicó en X que es nazi y odia a los judíos…

En ese sentido, ni las tergiversaciones groseras realizadas por Milei sobre la historia argentina, ni la identificación del nazismo con el socialismo, se reducen a meras expresiones de ignorancia del presidente, sino que entroncan con una construcción de falsificación histórica que viene siendo promovida por los defensores del neoliberalismo, el libertarismo y las derechas, como medio para argumentar a favor de proyectos radicales de desigualdad social.

En suma, estamos viviendo una etapa nueva dentro del proceso de acumulación del gran capital, y como sostuvo Marx hace tiempo, las transformaciones o revoluciones se consolidan cuando se sancionan prácticas políticas, normativas y culturales afines a los procesos de transformación vividos.

Desde la revolución neoliberal de Reagan y Thatcher, la Internacional Ultraderechista desarrolló un discurso afín a sus intereses, logrando a través de los medios de comunicación (todos: grupos económicos concentrados de medios, redes sociales) lo que Gramsci sostuvo respecto a la hegemonía: esto es, convencer a los sectores sociales subalternos que los intereses del gran capital sean sus propios discursos. Aquí reside lo que llaman la “batalla cultural”. Deberíamos tomar nota, y actuar en consecuencia.