A los 89 años y a pocos días de cumplir 90, murió en un hospital de la Alta Saboya una figura clave de lo que se llamó en la década del 50, el nouveau roman.
Formado como filósofo en la Sorbona y graduado con una tesis dirigida por Gastón Bachelard, se dedicó sin embargo a la poesía, a la novela, a la crítica, la edición, la traducción e incursionó también en el teatro.
Su novela La modificación fue tomada como una innovación significativa en el campo de la escritura que tuvo amplia repercusión más allá de su país, Francia. En la década del 70, por ejemplo, era una cita obligada en la carrera de Letras de la UBA como ejemplo de la única novela, hasta ese momento, escrita en segunda persona. En 1957, recibió por ella el premio Renaudot. El diario Le Monde la consideró entre las cien mejores obras literarias del siglo XX. En la lista figura también Alain Robbe-Grillet por su novela Los monederos falsos. La modificación a la que alude el título de la novela de Butor es la que se opera en el interior de su personaje, León, en un viaje en tren entre Paris y Roma. En 1970 fue llevada al cine con su título original. Pero pese al talento demostrado en el género, el autor dejó de escribir novelas en 1960, luego de Grados y encontró refugio en la poesía.
¿Pero qué fue el nouveau roman? ¿Quiénes fueron los nombres que integraron ese movimiento vanguardista? La primera pregunta es más fácil de responder que la segunda ya que Alain Robbe-Grillet se encargó de escribir su manifiesto, Por una nueva novela. Allí trata de definir las características de lo que la crítica consideró un consistente movimiento literario de posguerra, mientras sus propios integrantes trataron de minimizar su carácter orgánico: Si empleo con gusto, en muchas páginas, el término de Nueva novela dice – no es para designar una escuela, ni incluso un grupo definido y constituido de escritores que trabajarían en el mismo sentido; solo es una denominación cómoda que engloba a todos aquellos que buscan nuevas formas novelescas, capaces de expresar (o de crear) nuevas relaciones entre hombre y el mundo. Estos saben el que la repetición sistemática de las formas del pasado no es solamente absurda y vana, sino que incluso puede volverse nociva: cerrándonos los ojos sobre nuestra situación real en el mundo presente, nos impide a fin de cuentas construir el mundo y el hombre de mañana. Alabar a un joven escritor de hoy porque escribe como Stendhal representa una doble falta de honestidad. Por una parte esa proeza no tendría nada de admirable, como acabamos de verlo; por otra parte se trata de algo perfectamente imposible: para escribir como Stendhal, ante todo habría que escribir en 1830.( ) Lo que exponía Jorge Luis Borges en Ficciones, a propósito de esto, no era una paradoja: el novelista del siglo XX que copiara palabra a palabra el Don Quijote escribiría de ese modo una obra completamente diferente a la de Cervantes.
Entre los escritores que se incluyen en este movimiento figuran Michel Butor, Samuel Beckett, Alain Robbe.Grillet, Nathalie Sarraute, Claude Simon e incluso Marguerite Duras. Sin embargo no todos ellos estuvieron de acuerdo con esa inclusión, comenzando por el propio Butor, debido a que no consideraban la existencia de tal movimiento ya que que no reconocían semejanzas demasiado fuertes entre sus respectivas escrituras.
En la edición del 24 de octubre del diario El País, Butor afirmaba: «El nouveau roman es hoy un capítulo más de los manuales de historia de la literatura francesa del siglo XX, y yo soy mencionado obligatoriamente en el interior de ese capítulo. Fue una experiencia realmente apasionante, pero mucho más individual de lo que se suele creer. No constituíamos un grupo al estilo de los surrealistas o de los existencialistas que se movían en torno a Sartre. Hubo gente que quiso aplicarnos ese concepto, pero no funcionó por diversas razones. En cuanto a mí concierne, fue sobre todo porque yo no vivía en París, viajaba mucho, era profesor en países extranjeros. Además, no existía un acuerdo teórico claro, no había un manifiesto que nos uniese. Alain Robbe Grillet trató de redactarlo, pero fue tan sólo circunstancial, porque cada uno seguía su propio camino. El aglutinador podríamos hallarlo en las Editions de Minuit. Si fuimos a parar a esa editorial es porque existía una serie de puntos en común: la obsesión por los objetos cotidianos era un tema que nos interesaba a todos, y no por casualidad. También desde el punto de vista estilístico se pueden establecer relaciones: Robbe Grillet y yo tenemos páginas que tienen en común la frialdad aparente, aunque por debajo exista otra cosa, una especie de fiebre que, en cambio, se muestra claramente en la superficie en una obra como la de Nathalie Sarraute. Con otros escritores hay otras concomitancias: la frase larga es típica en los libros que yo escribía entonces y en los de Claude Simon.
En 1991dejó su carrera docente fue profesor universitario en México, en Niza y en Ginebra- y se refugió en un pueblo de la Alta Saboya.
Si algo caracterizó su obra en todos los géneros que abordó fue su carácter de experimentador de la palabra. Él mismo dijo en un sintético manifiesto de su actividad literaria que escribir es destruir barreras.