Desde una clave socio histórica, se puede afirmar que el deporte es algo relativamente reciente en la historia de la humanidad. Su reglamentación y profesionalización se produjo al calor de la búsqueda de nuevos mercados y el crecimiento de la vida urbana. Ambos fenómenos devinieron de la revolución industrial en Europa desde finales del siglo XVIII. Pero un dispositivo aún más novedoso son los megaventos deportivos, celebraciones trasnacionales aparecidas en un contexto signado por la irrupción de los conglomerados mediáticos y el uso de las tecnologías de la comunicación en la escena social durante la segunda mitad del siglo XX. Por ejemplo, o más que nunca, a partir de Múnich 72.

Durante una hora y 35 minutos, la película Septiembre 5 narra de una manera atrapante cuáles fueron las decisiones del equipo de la cadena estadounidense ABC (American Broadcasting Company) para cubrir un episodio totalmente disruptivo, una toma de rehenes en pleno transcurso de un Juego Olímpico. La madrugada del 5 de septiembre de 1972, ocho integrantes de la organización palestina Septiembre Negro se infiltraron en la Villa Olímpica y asesinaron a un entrenador y a un atleta israelí y, posteriormente, tomaron como rehenes a otros nueve integrantes de la delegación de Israel. Para eludir las normas de seguridad e infiltrarse, se vistieron como deportistas. Esto da cuenta de la dicotomía que atravesaron estos Juegos y que el director Tim Fehlbaum refleja de forma precisa.

Por un lado, en los Juegos Olímpicos de Múnich se plantearon una serie de acciones que se desprendían de un objetivo ambicioso: dar la imagen de un país renovado para olvidar el recuerdo del nazismo. Más aún, de los Juegos de Berlín 1936, que contuvieron un mensaje bélico del Tercer Reich. Para esto, se decidió que el lema de la cita fuese “The Happy Games” (Los juegos felices), intentado construir una ciudad en paz y cosmopolita donde el arte y la cultura se entrelazaban con la alegría de vivir. El encargado de edificar este mensaje fue el arquitecto Otl Aicher, que integró todos los aspectos visuales de los Juegos en materiales caracterizados por su aspecto colorido. Su propuesta fue tan exhaustiva que llegó a “inventar” seis nuevos colores para evitar el uso del rojo y su reminiscencia al nazismo.

Asimismo, se descartaron los protocolos convencionales en materia de seguridad y se utilizaron políticas innovadoras para la época, como por ejemplo la implementación de los “psicólogos policiales”, agentes desarmados y vestidos con “colores alegres”, que solamente llevaban walkie talkies para comunicarse entre sí. El film expone la vulnerabilidad de este “ambiente relajado” cuando la ABC infiltra a un periodista en la Villa Olímpica en plena toma de rehenes con el simple hecho de vestirlo como si fuese un atleta y con una identificación falsa realizada en el propio estudio de TV.

Por otra parte, los Juegos Olímpicos de 1972 fueron los primeros donde los medios de comunicación comenzaron a tener un poder transformador en el olimpismo. Una muestra de esto fue que el propio estudio de la ABC estaba a pocos metros de la Villa Olímpica con una capacidad de transmisión satelital y a color. El desmantelamiento de los Estados de Bienestar, la desregulación de los mercados y las incipientes privatizaciones de los medios de comunicación (que se profundizarían en las décadas de 1980 y 1990) fueron factores para que la televisión sea cada vez más importante en un sistema deportivo que ahondaba en su carácter transnacional. Lo que se exhibió y lo que se ocultó de la toma de rehenes fue decisión de la ABC y no del Estado alemán, que por momentos queda ridiculizado en la película en el accionar de sus fuerzas de seguridad y dirigencia política.   

Más de 900 millones de personas siguieron este suceso por televisión. Tal vez, el pasaje más impactante del film es cuando el equipo de la ABC se da cuenta de que los terroristas seguían lo que estaba ocurriendo afuera por su cobertura. Según la policía que actuó allí, la televisación perjudicó su accionar ya que sus procedimientos se observaban en los televisores de la Villa Olímpica. Años más tarde, reconocieron que no se encontraban preparados para una situación de tal magnitud.

Múnich 1972 fueron los primeros Juegos Olímpicos de una época donde los eventos deportivos pasaron a ser comprendidos como deporte televisado. Este fenómeno fue profundizándose de forma tal que actualmente los Juegos Olímpicos tienen como su principal ingreso los derechos de televisación. La cadena norteamericana National Broadcasting Company (NBC) es el principal multimedio que financia al Comité Olímpico Internacional (COI).

Lo hecho por Septiembre Negro fue parte de las problemáticas geopolíticas de las décadas de 1960 y 1970. En otras palabras, fue un episodio más de una agenda bélica expresada a través de una nueva modalidad de la guerra tradicional, que tenía que ver con entender al terrorismo como un problema generado en el fragor de la reorganización de las potencias. Cinco años antes de los Juegos de Múnich había sido la Guerra de los Seis Días, un conflicto que involucró y militarizó a casi todos los países de la zona arábiga y tuvo como resultado que Israel pasara a controlar la Franja de Gaza.

La masacre de Múnich

El episodio en Munich tuvo el peor de los desenlaces posibles. Tras arduas negociaciones, los terroristas solicitaron un avión para dirigirse a El Cairo por lo que fueron llevados en helicópteros junto a los rehenes a un aeropuerto en las afueras de Múnich. Allí se produjo un enfrentamiento que tuvo como resultado el asesinato de los terroristas y la muerte de los restantes rehenes. A pesar de todo, los Juegos siguieron desarrollándose con normalidad por decisión del presidente del COI, Avery Brundage, que en la ceremonia de clausura solamente se redujo a declarar: “difíciles y terribles sucesos”.

El film Septiembre 5 narra meticulosamente uno de los episodios más tristes de la historia olímpica a través de una dirección de arte que nos adentra en las transformaciones tecnológicas de los años 70. Sobre todo, en el impacto de la televisión a color a través de las telecomunicaciones satelitales. Pero, también, es un material privilegiado para observar cómo los megaeventos deportivos pasaron a ser utilizados como espacios de extensión de la conflictividad de tramas políticas y culturales más amplias, aprovechando su capacidad de convocatoria y atención global. «