Mostaza Merlo fue uno de los mejores técnicos que pude tener.

No tanto por los resultados, ya que nunca ganamos nada con la Selección e incluso hicimos en el Mundial de Japón un papel para el olvido.

Sí tanto (si la tabla de evaluación fuera otra) porque fuimos campeones de un montón de cosas, pero estas medallas no suelen ser advertidas en el mundillo del fútbol.

Lo conocí en 1993, en la Selección Juvenil Sub 17.

Lo escuché hablar y me pareció un personaje, como un abuelo necesario. Con poco tacto con la pibada debido a la diferencia etaria, pero un Viejo zorro.

Nosotros teníamos 16 años y estábamos prendidos fuegos.

Nos regaló frases célebres, mientras entrenábamos en el Complejo de Ezeiza y nos preparábamos para el Sudamericano en Colombia y el Mundial en Japón:

-Pibes, yo antes de los partidos, a la madrugada me agarraba ansiedad y me comía un pollo, iba a la cocina del hotel donde concentrábamos y me morfaba un pollo entero, yo solo. Antes del partido erutaba, salía a la cancha y dejaba la vida ahí.

-Si no tienen forro, más vale una buena paja que hacer cagadas.

-Piensen en el compañero, no se miren el ombligo.

Hubo un episodio que me marcó para toda la vida.

Antes de viajar a Colombia nos juntó en el vestuario y nos mostró una cinta de capitán que nos mandaba el Diego. Si, el mismísimo Maradona nos había regalado una cinta que había sido suya para que la llevemos a Colombia y nos dé fuerzas. Un talismán.

Mostaza era el ayudante de campo del Coco Basile, técnico de la Selección Mayor que disputaría el Mundial de Estados Unidos al año siguiente, en 1994. Se estaban preparando en el mismo lugar que nosotros Caniggia, Mancuso, Simeone, Redondo y un montón de superhéroes que nos cruzábamos en el predio de Ezeiza. Pero no me dejen distraer, eso no es lo importante ahora, continuemos con el tema de la cinta del Diego.

«El talismán» empezó a pasar de mano en mano mientras exclamábamos a los gritos y jodíamos disputándonos la capitanía. Pasaron los minutos y en un momento Mostaza retomó la charla hablando de algunos equipos a los que íbamos a enfrentar. Paso siguiente pidió la cinta de capitán para guardarla hasta que llegue el momento.

Silencio tenso. La cinta no aparecía.

Mostaza nos dijo que él personalmente iba a llamar a la FIFA y decir que no viajábamos. Que si no aparecía no viajaba nadie.

Se sentó, se cruzó de piernas y esperó.

Nos empezamos a pelear entre nosotros y acusarnos todos entre todos.

Que “ el último que la tenía fue él», «que yo vi que aquel agarró un bolso», etcétera.

Mostaza se paró, nos quedamos callados y arrancó con una sucesión de palabras que todavía guardo conmigo.

«No podemos viajar a ningún lado si a la menor presión, se empiezan a pelear entre ustedes. Créanme que la cinta me chupa un huevo. Yo recién les bajé presión, los presioné y se quebraron entre ustedes. El fútbol, pibes, es saber bancar en los momentos difíciles junto al compañero aunque el estadio explote y se venga abajo. Siempre y escúchenme bien, siempre, espalda con espalda con el compañero».

Hasta el día de hoy no se sabe si la cinta se la choreó algún cumpa, ganándome de mano o Mostaza como estrategia la escondió para ponernos a prueba.

Ocho años más tarde de aquel episodio es 2001. Mostaza sale campeón con Racing, y yo lo estoy viendo por televisión en un bar céntrico. Sin ser hincha de este club y rodeado de camisetas de gente que desconozco, estoy sentado pariendo los minutos que restan con un porrón para mí solo. Hasta que llega el pitazo final y me hace levantar los brazos triunfantes a la par de él.

Viejo zorro, yo sabía que se te iba a dar, pienso.

La cámara lo enfoca con los ojos llenos de lágrimas y se humedecen los míos.

Me siento incómodo y no quiero emocionarme ahí. Le hago señas al mozo con la guita en la mano y la dejo sobre la mesa. Vuelvo pateando para llegar a casa.

En calle Caferatta me cae un fichón y entiendo lo que implica la potencia de su frase “en la mala, aunque se incendie el estadio, espalda con espalda con el compañero”.

Acabo de entender que luego que uno atraviesa de esa manera la cancha junto a otros, indefectiblemente uno pasa también, a sentir en el cuerpo sus alegrías. «

* Kurt Lutman fue futbolista de Primera División entre 1994 y 2000. Jugó en Newell’s, Godoy Cruz, Huracán de Corrientes y la selección juvenil.