En De máquinas y seres vivos, los biólogos y filósofos Humberto Maturana y Francisco Varela afirman que los seres vivos son máquinas autopoiéticas. Con esto quieren decir que están en “continuo producción de sí mismos, a través de la permanente producción y renovación de sus componentes”. Para los científicos eso da lugar a la característica diferencial de los seres vivos y que solo se pierde con la muerte: la posibilidad de reinventarse.
Nutrido de esas concepciones, “Autopoiética” es la denominación del flamante octavo álbum con que la artista chilena-mexicana Mon Laferte retorna al ruedo y se reinventa a sí misma. A su vez el concepto le da nombre al gran tour 2024 que comenzó el 29 de febrero en Puebla, incluirá cuarenta fechas de recitales de la cantautora por diversos escenarios de Latinoamérica -Montevideo, Santiago y Bogotá-, finalizará en las ciudades top de Estados Unidos -Nueva York, Boston y San Francisco- y ayer por la noche se presentó en el Movistar Arena de la ciudad de Buenos Aires.
Bastante avanzadas las 21 horas, el horario de comienzo prefijado, ataviada con su clásico estilo Frida Kahlo, la cantante entró majestuosamente en un escenario kitsch y luminosamente celestial debidamente montado con estrellas y restos de estatuas griegas y con ciertas reminiscencias de la estética de los años dorados del bolero. Lo hizo acompañada de cuatro músicos e inédita y por primera vez en sus shows, de un cuarteto de bailarines -que merecen párrafo aparte y que más pronto que tarde seguramente tendrán su propio club de fans- con aires evocativos a los coloridos y queer boys de Rafaella Carrá.
La magia comenzó con los primeros acordes de “Tenochtitlán” cuya letra le da voz a las personas prejuiciosas y machirulas (“¿cuánto le costó? ¿Quién se la cogió? Si es una sudaca tercemundista…”) para contraatacarlas con voces que consuelan y acompañan las luchas de las mujeres (“Bella, no llores más / Se arrepentirán”). Acto seguido, luego de saludar con un “¿Cómo está Buenos Aires? ¡Los extrañe!”, la artista estelar presentó sus disculpas por la demora: “Mi hijo quería dormirse conmigo, en mis brazos”. Su excusa sonaba a provocación para las feministas radicales porque en principio la potencia de la primera canción parecía ir en contradicción con el mandato patriarcal de ser madre. Pero, a lo largo de su repertorio, Mon Laferte evidenciará que puede conciliar esos y varios estados aparentemente en pugna: demostrará que se puede ser feminista y madre; furiosamente enamorada y concupiscentemente libre; frágil y empoderada; romántica y rebelde; sufriente y liberada. Esa parece una de las claves de su arte honesto y valiente: comprender que la verdadera fortaleza radica en reconocer que los seres humanos somos vulnerables, precarios, necesitados del amor y de cuidado de las y los otros en contraposición a un neoliberalismo que nos quiere y nos supone fuertes, individualistas, solitarios y meritocráticos. O que, quizás una de las verdaderas subversiones de esta época es cantarle al amor. De estas y otras maneras, sin discursos ampulosos, direccionales ni simplistas, pondera un estilo de mujer que lucha por la liberación y los derechos de las féminas.
Luego de hacer un guiño al público local al entonar el estribillo de la futbolera “Muchachos”, a lo largo de dos horas y media Mon Laferte brillará y cautivará una vez más a su público -parafraseando a “Virus”- “poniendo el cuerpo y el bocho en acción”. En efecto, con su voz privilegiada y el encanto de su baile como armas principales -y con la celebrable incorporación de los cuatro bailadores de belleza poco hegemónica- brindará una serie de interpretaciones tan pronto sensuales, como graciosas, dramáticas, desgarradoras e incluso trágicas. Eso le permitirá generar las diversas atmósferas que exige la variedad conjugada de estilos que son otras de sus marcas de identidad: balada, música regional, electrónica, rock, entre otros-. Y le dará los marcos artístico y afectivo adecuados para presentar sus nuevas canciones y apelar a lo más clásico y popular de su repertorio.
Así, con la festivamente inclusiva “Metamorfosis” demostrará una vez más por qué es un icono para la comunidad LGTBIQ; con la explicita y voluptuosa “Pornocracia” emprende una nueva celebración de la carne (“Dime / Cuánto me extrañas/ ¿Quién te va a esperar de piernas abiertas pidiéndote más?(¿Quién te va a dar más que yo? /Dime si te lo hace como yo/ Si te deja hacerle esas cosas sucia’”) ; con la salsera “40 y MM” demuestra lo mucho que se puede ser deseable a su edad. En las letras de Mon Laferte están presentes la sororidad: el amor por la madre (la melancólica “Te juro que volveré”), la dolorosa despedida a su amada abuela en “El cristal (“Te ves tan bella/ Así dormida / como princesa/ quiero abrazarte/ y no me deja / Este cristal”); la denuncia a los varones (“Pa’ donde se fue” dedicada a un progenitor abandónico) o la carencias y las imposibilidades masculinas para amar como se debe en el marco de las sociedades patriarcales (“Mi buen amor” o el desgarrado y bellísimo clásico “Tu falta de querer” dedicada a su pareja Cesar Deja prematuramente fallecido que fue uno de los puntos cúspides y culminantes de su espectáculo).
Como yapa Mon, le hizo dos bellos regalos a la multitud de fanáticos reunidas en el Movistar: en primer lugar y tras una calurosa ovación reconoció que, pese a quien le pese y a riesgo de soportar los celos del resto del mundo, el público argentino es el más cariñoso del universo. En segundo lugar, como broche de oro y recordando los tiempos de una infancia en que escuchaba a Mercedes Sosa y soñaba con ser cantante, mientras ahuyentaba los mosquitos que asolan la ciudad (a los cuales también les dedicó alguna parrafada de su discurso) hizo una versión conmovedora y sentida del tango “Los mareados”. La presentación de su nuevo álbum terminó con “Casta diva”, su propia versión de un fragmento de la ópera Norma. Aunque aparentemente anticlimática, la elección daba cuenta de un concepto filosófico general del show que daba cuenta de cierta recurrencia a la divinidad por fuera de los marcos de las religiones establecidas.
En definitiva, con “Autopoiética tour 2024”, la compositora, poeta y cantante encarna y pone en juego la mencionada oportunidad humana y divina de crear (y crearse) nuevas vidas, de volver a inventarse a partir de esa especie de magia biológica que permite que incluso luego de una herida o de una pena de amor, las células se regeneran natural y automáticamente.
Mon Laferte
Presentó el “Autopoiética tour 2024” en el Movistar Arena de la Ciudad de Buenos Aires el viernes 4 de abril.