Usen el feriado largo para irse a partir del jueves, porque la ciudad va a estar muy complicada», nos ordenó Patricia Bullrich. La ministra (a cuya cartera ya muchos llaman de inseguridad) y muchos otros funcionarios nos necesitan lejos. Igual de lejos que nos quieren como opositores a sus políticas. Queda claro: el Superclásico del G20 debe jugarse, sí o sí, y preferentemente sin público local alrededor. Es como si nos dijeran, sin metáforas: «No los necesitamos, aquí nos quedamos los buenos. Ustedes, afuera, que no tienen nada que hacer».
Desconozco cuánta gente accedió al disparatado consejo de la funcionaria. Pero, pienso, que si a las importantes limitaciones económicas les agregamos los efectos de esta especie de bomba neutrónica que durante tres jornadas inhabilitó aeropuertos, paralizó el puerto, clausuró estaciones terminales de trenes, subtes y ómnibus y cerró enorme cantidad de calles y autopistas de Buenos Aires y adyacencias no sabría decir si fueron muchos los que pudieron ver desde lejos esta onerosa puesta en escena.
208 años después de nuestra independencia, 20 príncipes de la desigualdad mundial y otros (ricos, emergentes, invitados y algún que otro colado) llegaron para rendir tributo a la dependencia y a dejarnos las limosnas («las changas», sugeridas por la Carrió). Macron (que viene a ser el aumentativo de Macri), Trump, Xi Jinping, Putin… mamita, ¿se sentarían a tomar unos mates con alguno de ellos? Yo no, gracias. Por supuesto que no llegan del norte al sur para hacer el bien sin mirar a quién. Vienen, como escribió Eduardo Galeano, «a legitimar la atroz brecha entre pudientes y pidientes». Estarán un rato entre nosotros, los poderosos del universo en un lado y en algún otro wing, sin siquiera tomarse el fin de semana, los más pobres: cartoneros, trapitos, indigentes, vulnerables en situación de calle. ¿Cómo le pondría Fito Páez a su ciudad de pobres corazones, ahora cada vez más empobrecida?.
Alterar y paralizar la vida cotidiana y alienación (Sebrelli dixit) de una ciudad de millones de habitantes, que además no la está pasando bien, acarrea dolores y altos precios. Más de 7000 millones de pesos sólo para caretear ante el mundo que somos lo que no somos. Y buena parte de esa cifra para que 30 mil vigiladores disfrazados de robocops eviten disturbios a cualquier costo. La doble suspensión de la final River-Boca costó muchísimo menos y, sin embargo, fue suficiente para instalar en los principales medios del mundo lo que somos capaces de hacer. Y no hacer. Si el objetivo central es, como señaló Lombardi, «mostrar a la Argentina como símbolo y como marca» los oscuros sucesos socio policíacos futboleros del fin de semana pasado nos representaron muy bien, como socios indeseables y como quilomberos marca cañón.
Ya se sabe, estamos jugados. Pero contamos con dos o tres días para meditar acerca de quiénes se quedan con lo que a nosotros nos falta. La mayoría de los 20 arrastran graves contenciosos en sus países. Dispusimos de 48-72 horitas, no para sentirnos marginados porque por unas cuántas horas Buenos Aires dejó de pertenecernos, sino para fijarnos en la naturaleza humana de quienes nos piensan sólo como sus rehenes. Que nada ni nadie nos impida el malestar, cuya otra acepción es «inquietud moral».
Imaginemos formas de ponerle el cuerpo a esta payasada:
* Hagámosle competencia leal a los dueños del circo y exhibámonos, por donde nos permitan, con narices rojas. O, como hace un grupo militante de Boedo que sorprende en esquinas y medios de transporte con caretas realistas de Lagarde, Dujovne o Macri, capaces de despertar sonrisas y también puteadas.
* Hablemos con nuestros hijos o nietos sobre la dependencia. Y si se nos hace difícil de explicar, escuchemos en compañía esa lección de política que es «El arriero», de Atahualpa Yupanqui. En especial, esa parte que dice que «las penas son de nosotros, las vaquitas son ajenas». Tal vez ellos pregunten: «¿Entonces, papá, abuelo, también el oro, el petróleo, el agua, el acero y las regalías son de ellos?».
* Vayamos a una plaza, interrumpamos el partido de bochas de los jubilados y leamos, o releamos con ellos: El medio pelo en la sociedad argentina, de Arturo Jauretche.
* Aprovechemos los celulares y compartamos las decenas de memes que llegaron para hacerle pito catalán al encuentro, que para tantos es desencuentro. Riámonos de ellos, como suelen hacer con nosotros cuando las cámaras se apagan. Va uno, de muestra: «Estimados presidentes del G20. No los quiero asustar, pero la policía que tiene que cuidarlos salió disparando, corrida por la hinchada de All Boys».
* Y no me van a decir que no se les van a ocurrir otras salidas.
Malvenidos, estrategas de un salvaje sistema de ajustes y represiones; foro de política explícita; cumbre de la economía condicionada; pornógrafos de la globalización; acosadores del neoliberalismo; riquísimos del mundo que, además, siguen haciendo negocios. ¿Ya se sacaron la foto? Entonces, chauuuuu, porque mañana hay que volver a laburar. Mientras tanto concédannos la decepción de pensar que luego del G20 todo lo nuestro va a estar un poco peor. «