No es de extrañar que las características de la opinión pública de las sociedades salvadoreña, por un lado, y argentina, por el otro, comparten una característica común en cuanto a cómo se componen orgánicamente: Ambas son, en su núcleo, unilaterales.

La causa de esto no puede adjudicársele sino a sus problemas orgánicos, que constituyen tramas consistentes e inamovibles en las agendas de ambos países en los últimos años. Hablamos de cómo la inseguridad salvadoreña y la inflación argentina (entre otros problemas económicos, destacándose como el primordial) constituyeron el tema central de discusión y problemática hacia el seno de ambos países, por lo menos durante las últimas dos décadas de historia. Durante tantísimo tiempo estas problemáticas pasaron sin ser atendidas, o siendo mal gestionadas al ojo general de las poblaciones de ambos países. Tanto así fue el caso que ambas, en su historia reciente, llegaron a un punto cúlmine, donde todos los temas de agenda de la opinión pública pasaron a un segundo plano para enfocarse en la inmediatez de la problemática central. Se vieron delante de una situación extrema de todo o nada.

Figuras antiestablishment y la política de pánico

De esta manera se configuró un panorama que daba la bienvenida con los brazos abiertos a cualquier solución, sea cual fuere, para que utilice los medios que sean necesarios, aunque descuide todos los “demás temas secundarios”, para encargarse de estos problemas centrales.

Este escenario se vio establecido de manera indómita para darle cabida a dos figuras presuntamente extrañas a la política nacional de cada país como Javier Milei y Nayib Bukele. Se trata de dos figuras que se postularon como antiestablishment y anti políticas, que lograron trazar con éxito a través de su discurso una línea divisoria y antagónica entre ellos y el pueblo, por un lado y la política tradicional, por el otro. A un discurso compuesto por las características expuestas se le sumó entonces la concepción de una solución a los problemas sistemáticos de ambos países “por fuera” del sistema político tradicional, que hasta entonces no había logrado darles una respuesta exitosa.

Esta hiperfijación en los problemas centrales y orgánicos de sus respectivos países demostró ser exitosa con creces desde el punto de vista discursivo, viéndose reflejado en las urnas durante las elecciones presidenciales de las que fueron partícipes como candidatos. Sin embargo, la verdadera pregunta reside, en última instancia, en si efectivamente estas figuras presidenciales logran dar o no respuesta a aquellos problemas orgánicos que se les designó resolver.

El legado de un electorado desesperado, ¿qué nos queda?

El caso de Bukele queda claramente verificado, a pesar de las violaciones a derechos humanos, la arbitrariedad en las condenas y la casi nula transparencia institucional que traen consigo regímenes autocráticos como el suyo, cómo pudo atacar el problema de la inseguridad salvadoreña. Sí, efectivamente los otros problemas de El Salvador aparecen claramente desatendidos, y aun habiéndose tratado el problema de la inseguridad de la manera en que se hizo, trajo y sigue trayendo graves consecuencias sobre el país y su población. Lo dicho sin embargo no anula el hecho de que Bukele prometió y cumplió, y es por eso que permanece aún en el poder.

Para Milei, eso aún está por verse. En un primer semestre desastroso de gobierno en todo ámbito de gestión (económico, laboral, cultural, social, diplomático, etc.) el pronóstico no le favorece. Sin embargo, una hipótesis que ha de tenerse a consideración es que si, en última instancia, su gobierno logra equilibrar la macro como se lo plantea, más allá de los percances que traería con ello, y logra efectivamente reducir y controlar la inflación, no debe extrañarle a nadie que deje la puerta abierta a una reelección, aunque ello depende de otro sinnúmero de cuestiones que, por la postura de su gobierno, permanecerán desatendidas.

Cuesta afirmar por lo pronto que se brindaron las respuestas tan ansiadas por las sociedades argentina y salvadoreña a sus problemas de fondo, ni que ello haya generado un alza en el nivel de vida de ambos países.

El régimen de Bukele queda mejor definido como autocrático, donde una figura concentra todo el poder y hace de la república lo que se le place, como por ejemplo quitar poder al Congreso de la nación. La competencia partidaria es inexistente en El Salvador, y los números con los que fue reelecto el presidente Bukele (aproximadamente 85% de los votos) más que sugerir un consenso general de una sociedad salvadoreña agradecida, lo que hacen es echar luz sobre las condiciones impracticables en las que es llevada la democracia salvadoreña, a la vez que señalan un posible fraude. Números así, historiográficamente, solo han sido vistos en regímenes despóticos.

Los números del INDEC proyectan para el primer año de gestión libertaria de Milei un aproximado de 250%-300% de inflación interanual, lo que se suma a un aumento tarifario descomunal. La emisión monetaria no se detuvo, la licuación de los salarios es absoluta y la deuda externa se acrecienta día a día. A priori, no se puede marcar su gestión económica como un éxito ni mucho menos.