Donald Trump todavía no cumplió sus primeros siete días en el poder desde que regresó a la Casa Blanca. En este segundo mandato, como presidente número 47 de los Estados Unidos está más solo que antes, salvo por el puñado de invitados que metió adentro del Capitolio, en esa inusual asunción. Fue realizada puertas adentro por la ola polar que azota a Washington, en otra muestra del cambio climático que Trump negará con insistencia. El magnate republicano mitigó la soledad de invitados internacionales con la presencia, entre otros, de su par argentino Javier Milei, que regresó a Buenos Aires este fin de semana de la gira que incluyó el Foro de Davos, en Suiza.
Volvió eufórico. Su octavo viaje resultó refundacional para la estrategia que trazó para Estados Unidos. ¿Qué queda ahora para mejorar el vínculo con Trump? «Que Javier realice una visita oficial de Estado a Washington», susurró una alta fuente diplomática, en días donde en el Palacio San Martín reina el silencio total por temor a represalias internas.
Trump tiene por delante, al menos, 60 días de dedicación estricta a la aplicación local de su política de shock, en la deportación masiva de inmigrantes ilegales y en la construcción de una nueva ultrapolarización con los Demócratas. También le pisan los talones los focos urgentes de su política exterior: el alto en fuego de 42 días en Medio Oriente, la guerra en Ucrania, el vínculo con Rusia y China, además de los nuevos tironeos con Europa por su interés de imponer la compra de Groenlandia y con Panamá para controlar el canal que une al Atlántico con el Pacífico por Centroamérica. En ese mapa de arena global, América Latina sólo aparece en la agenda inmediata por la crisis migratoria que se avecina.
«Nosotros no los necesitamos. Ellos nos necesitan», contestó Trump a una pregunta periodística para mostrar de qué manera piensa comenzar las negociaciones con los países latinoamericanos. En América del Sur la obsesión estará puesta en Venezuela y la tercera presidencia de Nicolás Maduro. Comenzó el 10 de enero como correlato de las elecciones del 28 de julio. El mandatario se adjudicó la reelección y lo avaló un fallo del Tribunal Superior de Justicia, pero nunca mostró las actas que debían confirmar el resultado. Todavía es una incógnita la respuesta de Washington con Caracas, pero Trump cuenta con pocos aliados para redoblar la apuesta con Maduro, salvo Milei, que aparece como el interlocutor privilegiado para Trump en la región, a partir del vínculo de cercanía y de coincidencias políticas que comparten ambos y les sirve a los dos: a Trump para mitigar su soledad con un seguidor del calibre de Milei, y al presidente argentino por la posibilidad de ahondar la relación a niveles hasta ahora pocas veces conocidos.
Milei no descarta volver pronto a Washington para concretar su noveno viaje a Estados Unidos desde que calza la banda presidencial. Pero hay inocultables deseos de que sea en el marco de una visita de Estado, es decir, invitado por la Casa Blanca y alojado como huésped del presidente norteamericano, con la posibilidad de incluir reuniones protocolares con los otros poderes del Estado confederal: la Suprema Corte y las dos cámaras del Congreso.
La reivindicación que hace Trump del shock como política para aplicar cambios abruptos es una coincidencia que no deja de sorprender al entorno del presidente. No es para menos que los lleve a la euforia, más aún cuando las tácticas desreguladoras del ministro Federico Sturzenegger son consideradas una línea de acción por el magnate Elon Musk. Un delirio casi mágico para los ultraliberales y otra razón de íntima envidia para el expresidente Mauricio Macri.
Hasta ahora el fundador del PRO fue el último que gozó de las mieles más dulces de la Casa Blanca. Primero en la versión Demócrata, con Barack Obama como inquilino, y en la Republicana, durante el primer mandato trumpista. También fue el último que tuvo un diálogo directo con Trump como el único amigo del magnate en la región, porque lo conoció dos décadas antes haciendo negocios con su padre Franco. Ahora le toca vivir esa etapa a Milei. Por eso en el Gobierno creen que Trump no les dará menos gestos que los concedidos por la Casa Blanca a otros presidentes argentinos. La prueba de cercanía anhelada es la invitación a la visita de Estado y el alojamiento en la famosa Blair House, ubicada frente a la famosa Ala Oeste de la Casa Blanca.
Por el 1651 de la Avenida Pensilvania pasó el expresidente Carlos Menem en dos oportunidades. En noviembre de 1991, como invitado del republicano George Bush y en enero de 1999, recibido por el demócrata Bill Clinton. El entonces mandatario estuvo con los tres poderes, fue homenajeado con el banquete de honor de la Casa Blanca y participó del acto a los caídos en el Cementerio de Arlington. Néstor Kirchner protagonizó una visita de Estado el 23 de julio de 2003, invitado por George W. Bush. Fue dos años antes de la IV Cumbre de las Américas, realizada en Mar del Plata en noviembre de 2005, donde quedó enterrado el Acuerdo de Libre Comercio para las Américas que impulsaba el gobierno norteamericano.
Macri tuvo su visita oficial en 2017 y viajó con su esposa Juliana Awada. Sin excepciones, todos tuvieron la posibilidad de tomarse un cafecito en el Salón Oval.
La fecha elegida por la Casa Blanca para este protocolo es a partir de marzo o abril, con el comienzo de la primavera en el hemisferio norte. Para esa etapa faltan dos meses y por eso hay funcionarios del gobierno que se animan a vaticinar una posible invitación. Lo único que podría demorar un gesto de este tipo es el escenario internacional y las urgencias de la nueva gestión Trump. Si la posibilidad se concreta sería un hito en el segundo año de la presidencia de Milei y una muestra del mandatario republicano para confirmar en hechos los elogios que le viene prodigando desde que lo conoció el año pasado.
«No sabemos qué pedirle a la Argentina, porque nos dan todo antes de que les pidamos algo» era la frase que decían los funcionarios norteamericanos durante las dos presidencias de Menem. El mensaje ya se escuchó de vuelta durante la administración demócrata del saliente Joe Biden y todo parece indicar que se repetirá con más seguridad de ahora en adelante.
El desembarco de la nueva administración podría demorar los gestos diplomáticos para el continente. El cubanoamericano Marco Rubio recién ocupa la conducción de la Secretaría de Estado desde esta semana, pero no se privó de reunirse con Milei y recibir los elogios de un presidente argentino empeñado en endurecer la presión sobre Venezuela.
Para un entorno presidencial que no oculta su fascinación por Washington y que consume en repetición series como The West Wing y House of Cards, la invitación a la Casa Blair es un sueño que podría transformarse en realidad. Hay un grupo de funcionarios de Milei que fue recibido hace un año en el ala Oeste de la Casa Blanca por la administración de Obama. Todavía lo consideran una proeza que podría agigantarse si Milei es el próximo presidente argentino invitado a realizar una visita de Estado a la capital norteamericana.
Cuando fue embajador en Washington, Gerardo Werthein fue una pieza clave en los siete viajes que realizó el presidente para acercarse con el establishment financiero y tecnológico del partido republicano. Al mismo tiempo aceitó sus buenos vínculos con la burocracia diplomática de la administración Biden. El ahora canciller tiene la misión de manejar un vínculo que no pasará por él, sino por la relación personal entre Trump y Milei, con las ventajas y los riesgos que eso implica. Werthein tendrá que lidiar con ese cable de alta tensión en sus manos, mientras sigue manteniendo una distancia inédita con la prensa al frente de un aparato diplomático congelado por temor a despidos y castigos.
Milei ya dejó planteada su agenda en el corazón del dispositivo republicano y redobló la propuesta de firmar un Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos. «Se puede hacer sin romper el Mercosur», le dijo a la agencia Bloomberg para contener la preocupación que desataron sus declaraciones. En esa búsqueda, el mandatario de ultraderecha no está tan solo y cuenta con un silencioso aliado dentro del Mercosur. Se trata del presidente paraguayo Santiago Peña, el otro mandatario que estuvo en la cena de la Gala Hispánica de los republicanos que celebraron el regreso de Trump. «Santi» Peña tiene su propia agenda con Washington, también fue elogiado por Rubio y puede ser una pieza clave para activar un debate interno en el Mercosur que lo lleve a una nueva crisis. «