La catástrofe conservadora en las elecciones británicas, la más importante en un siglo, reconoce, según los analistas, múltiples causales. Básicamente, el agotamiento de la población con las políticas neoliberales y el fracaso del Brexit, lo que llevó a un empeoramiento del nivel de vida en las islas. Resalta el impacto que en todas las encuestas ha tenido la crisis del Sistema Nacional de Salud británico (NHS, National Health Service).
Una derrota conservadora también se dio en la posguerra, en medio de una estrechez económica y una política de privaciones, que significaron que, a pesar de haber llevado adelante el esfuerzo bélico con fuerte liderazgo, Sir Winston Churchill perdiera las elecciones frente al líder laborista, Clement Atlee. Inmediatamente, los laboristas se abocaron a construir lo que se llamó el Estado de Bienestar, es decir, la recuperación del nivel de vida y de derechos sociales de los británicos afectados por las políticas de austeridad.
Convocaron a una figura del Partido Liberal, Lord Beveridge, un líder centrista nacido en la actual Bangladesh, que había escrito entre 1943 y 1944 textos críticos sobre el estado del servicio de salud, proponiendo la creación de un nuevo sistema. Así surgió en 1948 el NHS, un modelo que los defensores de la salud pública en el mundo seguimos reivindicando.
Su idea central es que el Estado se hace cargo del conjunto de las prestaciones, limitando la circulación del capital al interior del sistema. Eso trajo como consecuencia un servicio más económico y eficiente, en particular comparado con el modelo ultra privatista de los Estados Unidos. Nuestro primer ministro de Salud, Ramón Carrillo, fue un gran admirador de Beveridge y su NHS.
En un país capitalista como Gran Bretaña, cruzado por múltiples intereses, la batalla por mantener la esencia del NHS lleva ya varias décadas. Y las políticas neoliberales (admiradas por nuestro presidente) desde la época de Thatcher, pero también en el último reinado de los 15 años del conservadurismo, dejaron al sistema averiado con problemas de respuesta a la demanda y privatizaciones periféricas que le fueron quitando su esencia. Eso impactó muy seriamente en una población acostumbrada a un acceso universal, sin discriminaciones y de calidad, influyendo en la derrota de la derecha.
El modelo Milei
En las antípodas, el gobierno ultraderechista y fascistoide de Javier Milei está planteando para el Estado, también en el sector salud, una política exactamente inversa a la que llevó a la creación del Sistema Nacional de Salud británico. Al principio dijo que las cesantías en el Estado Nacional, entre ellas las cesantías en salud, eran dirigidas a la casta, cosa que no se comprobó. Abandonado ese discurso, apareció el tema de “los ñoquis”, y cuando se demostró que los echados cumplían las funciones para las cuales habían sido contratados, pasaron al tosco discurso (en el Hospital Posadas) de la ”cueva de militantes”. Por último, admitieron la verdad.
“En el Estado queremos hacer lo mismo, pero con menos gente”. El problema es que el Estado, y particularmente el Servicio de Salud Pública, es gente que atiende gente. Si uno tiene, como tenemos hoy, medio millón de trabajadores, vamos a producir, como lo estamos haciendo, más de 150 millones de consultas al año. Pero si los trabajadores se reducen a la mitad, no llegaremos ni a la mitad de las consultas. ¿Y esto qué significa? Menor atención, menor calidad, más enfermedad, y la posibilidad de que aquel que tenga algún recurso económico compre como mercancía en el sector privado, lo que el sector público no le da como derecho.
Eso, en la práctica, es la destrucción del Estado desde adentro que Terminator Milei nos propuso. Para ayudar a la destrucción del Estado, propone quitar derechos, no pagar sueldos, despedir compañeros, rebajar salarios, bajar las transferencias a las provincias, eliminar programas.
Con el cuento de subsidiar la demanda, aparece la idea de los vouchers para ir al sector privado y comprar lo que el sector público no da. Pero este sistema de vouchers es un sistema parcial, porque no habla de prevención ni de rehabilitación, es para la compra de determinados servicios y, obviamente, como el Estado nacional no está dispuesto a financiarlo, el gasto recaería en provincias y municipios que ya sufren el ajuste de la Nación.
La política de vouchers, carnetización o securitización de los pobres ha fracasado en toda Latinoamérica, a pesar de que el Banco Mundial lo quiere imponer desde los años noventa. También va a fracasar en la Argentina. ¿Por qué? Porque hay un 20% de aumento de la demanda en el sector público; en primer lugar, debido a los centenares de miles de nuevos desocupados que han perdido la cobertura social. La segunda causa es la caída en la cartera de las prepagas, también en un 20%, lo cual también contribuye a este aumento de la demanda.
Las consecuencias son bastante claras: deterioro de la salud de la población, muertes (como en el caso de la Dadse), pérdida de derechos (como en el caso de la destrucción del programa de prevención del embarazo adolescente) y falta de formación y capacitación de profesionales. En definitiva, el crecimiento en salud de una segmentación social que quedó gráficamente expresada en la última medición del coeficiente de Gini.
Frente a estas políticas regresivas de las derechas, levantamos la bandera de Lord Beveridge y de Ramón Carrillo. Un sistema universal de salud gratuito, equitativo y de calidad. Para lograrlo, es necesario dar una vuelta de campana y terminar con la política económica y social de hambre, la exclusión y la miseria del gobierno libertario.