El encuestador confiesa en reserva el dato que le parece más relevante del trabajo que realizó en el último mes: “No se trata de los números cuantitativos, de la caída de imagen del presidente o de la aprobación de la gestión. La clave es lo que está apareciendo en los grupos focales de votantes de (Javier) Milei. Surgen abiertamente los arrepentidos”.
La nueva tendencia confirma lo que varios sondeos cuantitativos revelaron esta semana: algo se quebró entre el presidente y una franja de quienes los respaldaron en el balotaje de noviembre de 2023, en el que sacó el 55% de los votos. El romance-con este sector- ha llegado a su fin. No es fácil cuantificar que proporción representan los arrepentidos de Milei.
Un dato para tomar en cuenta en este sentido son los gestos de Mauricio Macri. En el discurso que brindó en el relanzamiento del PRO apuntó directamente a este sector, marcando cercanía con las ideas de la Libertad Avanza y distancia con la gestión. Macri anda con la ambulancia tratando de levantar del camino a los arrepentidos de Milei.
Si la tendencia se confirma, mostraría una vuelta a la racionalidad de la mayoría del electorado argentino. Milei canalizó un momento de furia descontrolada, una persona que se pone a darle puñetazos a la pared para descargar la bronca y después de unos minutos se da cuenta que se está rompiendo los nudillos.
Sería una vuelta de la racionalidad porque toda la historia política reciente muestra una regla difícil de romper: si un gobierno no logra mejorar la situación material de la población y, peor aún, si la empeora, como está ocurriendo desde el 10 de diciembre pasado, pierde respaldo.
El presidente ha sido hasta ahora un gran encantador de serpientes, desde la televisión y las redes sociales. Inventa números mágicos: la inflación durante la gestión de Sergio Massa “viajaba” al 17 mil por ciento anual y ahora supuestamente está en un dígito. A su ministra Sandra Petovello, que parece la capitana de un Titanic al que le entra agua por todas partes, la define como la “mejor de la historia”. Es el uso de la hipérbole como modo de vida. Hasta ahora le funcionó.
La desmesura total, incluyendo el odio, sirvió de vehículo a la rabia que acumuló una mayoría de la sociedad argentina con los gobiernos de Macri y Alberto Fernández, más el impacto todavía difícil de medir de la pandemia y su tendal de privaciones, encierros, y muertes.
¿Por donde se está cortando el hilo? El encuestador que habló en reserva sostiene que todo coincide con una brutal caída de los indicadores de consumo, lo que a su vez es producto del ajuste.
El experto en chocar la calesita Federico Sturzenegger pide hacia dentro del gobierno más ajuste todavía. Podría crearse una regla: si Sturzenegger dice que va a ser un día soleado, salga de su casa con el paraguas guardado. A veces cuesta entender la admiración que la mayoría de la dirigencia de la derecha argentina tiene por Fede. Cada vez que formó parte de la gestión estatal fue un fracaso.
¿Será un tema cultural? ¿Será que sabe habilitar los negocios que los muchachos están esperando? ¿Será que estuvo en Harvard y eso le da un halo de superioridad en la mentalidad cipaya de la derecha local? Es un misterio. Lo único seguro es que esa admiración no puede basarse en los resultados de su paso por la función pública. Pero la derecha tiene un antídoto para eso: cada vez que fracasa le hecha la culpa al país y no a sus políticas.
Peronismo para armar
El otro gran enigma es el peronismo. Todavía persiste una percepción, en parte real, de derrota cultural. Los arrepentidos de Milei difícilmente sean de modo inmediato votantes de la oposición peronista. Hay ciertas ideas que todavía prevalecen, incluso entre quienes se alejan del gobierno nacional.
La visión de que los problemas económicos de la Argentina son culpa del tamaño del Estado, que los planes sociales «fomentan la vagancia», y que todo lo público funciona mal prevalecen. En la década de 1990 tuvo que correr mucho sufrimiento debajo del puente para que la sociedad rechazara el modelo que de modo monolítico impulsaban el gobierno de entonces y el establishment mediático y económico.
Ahora aparecen los peronistas que intentan sintonizar con los “vientos de época”, como el gobernador cordobés Martín Llaryora. Se le puede poner un manto de comprensión porque Milei sacó 75% en su provincia y no le queda otra que hacer equilibrio. El punto es que hay muchos anotados en la fila de los que proponen las mismas ideas pero bien ejecutadas. La vicepresidenta Victoria Villarruel y el expresidente Macri son los primeros que surfean sobre esa ola.
¿Tiene sentido para algún dirigente peronista subirse a lo mismo? Como todo en política, depende de la evaluación que se haga. Un dirigente puede creer que las ideas que defienden un rol central del Estado en la economía, al igual que en la seguridad social y la prestación de servicios básicos, están derrotadas para siempre. Sobre esa base, no queda otra que agarrar la tabla y ver cómo subirse al único oleaje que existe.
Otro dirigente puede partir de la base de que finalmente el fracaso de la gestión de Milei terminará arrastrando su visión del país y del Estado. Y que la ambulancia que manejan Villarruel y Macri no alcanzará para construir una mayoría. Esa premisa impulsaría una posición política distinta. Se trata de un equilibrio entre cuánto confían los dirigentes en sus propias ideas y qué tan bien analizan la realidad que los rodea. «