El PRO y la Unión Cívica Radical son las fuerzas políticas que más bancas ponen en juego en las elecciones de medio término que se realizarán este año. Esto explica en parte la desesperación por atarse a alguna balsa que les permita llegar a una playa antes de ahogarse en el océano.

El radicalismo entra en estado de pánico por temor a la extinción cada cierto tiempo. Ocurre desde aquella elección del año 2003 en la que el sello partidario sacó 2,3% de los votos. En esa contienda el electorado culturalmente radical se dispersó en otras opciones. Elisa Carrió y Ricardo López Murphy, sumados, acumularon el 30 por ciento. Eran votos radicales. 

Yendo a los números actuales, el bloque que comanda Rodrigo de Loredo tiene 20 escaños. Pone en juego 14, el 70 por ciento de su representación. La otra bancada radical es Democracia para Siempre, que responde a Facundo Manes y Martín Lousteau. Son los radicales que hacen tratamiento capilar para tratar de evitar la peluca. Arriesgan nueve bancas sobre 12.

De Loredo demostró ser un político sin ningún pudor ante la humillación. Está dispuesto a chuparle las medias a Milei, por no caer en otra comparación más chabacana. El objetivo es que su fuerza pueda renovar las bancas que pone en juego. La ecuación no es fácil. Son diputados de provincias diferentes y en cada territorio los pactos serán distintos.

En el radicalismo las internas suelen ser tan importantes como la llegada del ser humano a la luna. En este caso la contienda se librará con el resultado de la elección general. Si el radicalismo mileísta logra mantener su poder parlamentario y los que intentan conservar el pelo propio se debilitan, De Loredo habrá ganado.

El macrismo pone en juego 23 bancas sobre 37, el 62% de su poder parlamentario. Entre los que deben renovar su curul está Diego Santilli, un De Loredo amarillo que viene suplicando que el presidente le acaricie la cabeza y le dé la bendición.

A Mauricio Macri no le queda otro camino que besar el anillo de Milei. La ecuación de poder que había imaginado cuando decidió apoyarlo terminó saliendo al revés, cosas que pasan. Macri creía que Milei lo iba a necesitar para gobernar y que entonces él sería un presidente detrás del trono. Al final, el PRO necesita a Milei para sobrevivir como fuerza política. Y a la mayoría de la dirigencia amarilla le da lo mismo lo que diga el fundador del partido. Para ser jefe político hay que poder liderar un proyecto de poder. Macri no tiene chances de volver a ser presidente. Quizás podría presentarse de nuevo para jefe porteño y con esa expectativa mantener algo de poder en la Ciudad. “El barco se hunde, Mauricio”, parecen decirle sus laderos que buscan algún lugar en los botes.

El peronismo pone un poco menos en juego, el 50% de las bancas de Unión por la Patria. La situación interna-se sabe-es compleja. El gobernador Axel Kicillof quiere sentarse a la mesa con Cristina y ser parte del sistema de decisión general. Eso-también se sabe-no cae nada bien en las filas del cristinismo, que apuesta a sostener el esquema de decisión del 2019 y el 2023. Este objetivo tiene un pequeño problema. Entre aquel momento y el actual pasó el gobierno de Alberto Fernández que fue producto de ese sistema de decisión y desembocó en la victoria de Milei. 

El peronismo a veces mide fuerzas hacia dentro en las elecciones de medio término. Pasó en 2005, cuando el naciente kirchnerismo, con Cristina encabezando la lista de senadores nacionales, derrotó ampliamente al duhaldismo. Se repitió en 2017. Florencio Randazzo, con Alberto como asesor, armó su propia lista y lo mismo hizo Sergio Massa. La división colaboró con el triunfo de Esteban Bullrich en territorio bonaerense y dejó a CFK en segundo lugar. ¿El 2025 será de nuevo el escenario para medir fuerzas entre las distintas tribus peronistas?  

Puede parecer que a Milei se le alinean los planetas, pero quizás lo que ocurre es que el resto colabora bastante con el orden cósmico y que el presidente crea que son las fuerzas del cielo.  «