El olor me quemaba la nariz. La habitación ardía junto a mi piel. No me podía mover, no podía gritar. Lo único que mi cuerpo me permitía era esperar mi muerte. Sentía los golpes, pero no importaba, ya no existía, ya me había ido. Mi alma ya me había dejado, sólo faltaba que mí corazón dejara de latir.

Barracas hacía lugar para cuatro mujeres en su cementerio. Seguía inhalando el humo, quemando mis fosas nasales.

Tres lesbianas más gritaban, tratando de escapar. No pudieron. Yo tampoco.

Un microrrelato por el 3J de una lectora de Tiempo
Foto: Ariel Gutraich – Agencia Presentes