Durante diez años, Mía Fedra se olvidó del tenis. Incluso vendió sus raquetas. Se divorció por completo del deporte que la había acompañado desde los 7. Decidió tomarse un tiempo para ella, para su transición y para identificarse con el género que había elegido. Hoy Mía es la primera tenista trans profesional de la Argentina, compite en Seniors +35, es la número 2 y todavía conserva posibilidades de terminar el año en el puesto más alto del ranking en su categoría. Precisa algunas victorias más.
«Las chicas avanzaron mucho en esos diez años que yo no jugué y al principio me mataban a pelotazos», recuerda sobre el regreso al polvo de ladrillo. Su historia podría iluminar un camino para un deporte inclusivo. «Hay mucha marginalidad, prostitución y drogas dentro de nuestra comunidad y el tenis puede alejarte de eso», dice Mía, que eligió volver a tomar la raqueta después diez años de trabajar como modelo y de relaciones públicas en discotecas. Le gusta ese mundo, aunque sabe que su cuerpo lo padeció: dormía mal, a contraturno del resto de la gente, la acompañaba una tos molesta, pesaba muy poco y sentía que no podía correr ni unos pocos metros. «Era tiempo de desintoxicar y el deporte es mi cable a tierra. Volver al tenis fue un renacer», cuenta.
Cuando lo dejó, todavía competía en el circuito masculino. El tratamiento hormonal que había empezado le impedía jugar al mismo nivel pero sobre todo ya había elegido ser Mía –por Farrow, la actriz estadounidense–. «Necesitaba trabajar todos esos años de discriminación. Decidí dejar el tenis de lado. Empecé a salir. Y a estar divina», repasa. Todo su proceso lo atravesó con una ausencia: el Estado no estuvo para acompañarla en su transición, ni la Agencia de Deporte Nacional está presente para apuntalar su carrera.
–¿Qué te trajo de vuelta al tenis?
–Me estaba limando. Era demasiado descontrol. Iba a after hour y todo eso. Entonces decidí hacer el profesorado de tenis con estética femenina y DNI masculino porque todavía no existía la Ley de Identidad de Género. A la profesora le pedí que me llame por el apellido y no por el nombre porque te hacen pasar vergüenza si no tenés el DNI. Esos dos años de profesorado me fue rebien y me amigué con la raqueta.
–De alguna manera te ordenó…
–Sí, ahí empecé a entrenar con Marco Caporaletti, que ya había trabajado con una tenista trans en Chile. Me costó dos años volver a jugar. Fue muy importante todo el trabajo de videoanálisis que hace él. Me recompuso el juego. Me filmaba y lo veíamos en cámara lenta.
Mía nunca militó en ningún espacio de la comunidad. Su sostén fue la familia que costeó con esfuerzo su vida de tenista desde su infancia y la contuvo en cada decisión que fue tomando. Tal vez ahora la sororidad empiece a acercarla a alguna organización. Ser trans en la Argentina significa, por caso, tener un promedio de vida de 36 años, estar en un 90% fuera del mercado formal, vivir en la pobreza y ejercer la prostitución en la mayoría de los casos.
–No soy activista y me tildan de cagona por no ser así. Recién ahora estoy viendo de qué se trata.
–¿Por qué?
–Siempre tenía una pelota de tenis en la cabeza. Los deportistas somos medio obtusos a veces y no pensamos mucho más allá de la cancha. Mi caso es marginal porque piensan que tengo mucho dinero por jugar al tenis y hay prejuicios. Tampoco me acerqué mucho.
Mía sostiene su profesión con lo que cosechó en los diez años de trabajo en el jet set –como le gusta decir–, el modelaje y los boliches. Hoy todo eso quedó atrás. Su economía se sostiene por algunas clases de tenis que les da a algunas conocidas y de tanto en tanto hace de modelo vivo para algunos artistas plásticos. El resto del tiempo está en una cancha de tenis entrenando o compitiendo. La visibilidad también le abrió puertas. «Muchos clubes quieren que los represente. Eso –cuenta– me permite jugar e ir de acá para allá con menos gastos, aunque siempre hay. Por eso pido sponsor».
La situación de Mía tiene un peso diferente a la de Reneé Richards, quien en los 70 decidió operarse para cambiar de sexo y, después de ser discriminada, jugó cinco US Open como mujer y estuvo en el circuito femenino durante cuatro años. Hay un hilo entre las dos historias. Mía supo de Reneé ya grande, aunque investigó cada detalle de la tenista que revolucionó el deporte. «Vino a la Argentina. Imaginate qué le habrán dicho si a las Williams el año pasado les gritaban negras», reflexiona después del entrenamiento en el Club Náutico Buchardo. Mía también es una referente. Por eso la invitan a distintas charlas en universidades y otros espacios para contar su experiencia. «Se pueden organizar actividades deportivas para chicas trans en situación de calle. El deporte puede aportar en materia de inclusión», dice para que lo suyo no sea una excepción.
–¿Por qué cuesta tanto hablar de la sexualidad en el deporte?
–Muchos se sorprenden de mi situación en el tenis porque estoy integrada en un ambiente que tildan de pacato. La sociedad ha ido cambiando en los últimos años, aunque le falta crecer y dar algunos pasos. No hay muchas chicas trans profesionales que hagan deportes. Deben ser tres o cuatro y recién ahora están apareciendo más. Tantos años de marginalidad hacen que la gente no se acerque al deporte.
–¿Te sentís una pionera?
–No, ni ahí. Sólo cuento mi historia de vida y a veces me siento egoísta. Pero tal vez sirve para visibilizar. Por eso se me ocurrió acercarme más a la comunidad para ayudar de alguna manera y ver qué refleja en el espejo para los otros. No me siento una referente ni nada de eso porque me sentiría agrandada. Sólo estoy para el que necesita una mano.