David Schurmann nació y vive actualmente en Brasil, aunque estudió cine en Nueva Zelanda y pasó muchos años en un velero, navegando con su familia, recorriendo los mares y conociendo culturas en todo el planeta. Su cinefilia nació de sus paradas en diferentes puertos donde hace 40 años todavía había cines. Según el origen de las colonias caribeñas que visitaban, veía indistintamente películas francesas, inglesas o estadounidenses.

Su película Mi amigo el pingüino, recién estrenada en Argentina, cuenta la historia real de la relación entre un pescador de Ilha Grande, Brasil, y DinDim, un pingüino que perdido llegó hasta allí contaminado con petróleo. Joao lo rescató y cuidó hasta que decidió migrar nuevamente hacia hasta Península Valdés. Inesperadamente DinDim regresó durante ocho temporadas para convivir con Joao y su esposa. Para contar esta historia Schurmann tomó dos decisiones. La primera fue contarla en un formato clásico, tomando en cuenta especialmente E.T. de Steven Spielberg, utilizando la idea de una relación entre una persona y alguien extraño y ajeno a ese lugar. La segunda, y más radical, fue no remplazar la presencia del animal por efectos especiales.

“Era una decisión muy difícil, no me gusta emplear animales salvajes, pero quería algo verdadero. No podía imaginar a Jean Reno mirando una cosa azul que después se convertiría en un pingüino que tiene reacciones. Investigamos para ver si podíamos hacerla con pingüinos reales, y descubrí  a este señor fenomenal que es Fabián Gabelli, un argentino que parece Gandalf y es un mago de los pingüinos y un gran profesor universitario”. En una cena Gabelli le aseguró que podrían hacer el 80% de las escenas con pingüinos reales, pero que debían seleccionar una docena de ellos, porque uno solo no podría cumplir todas las demandas. Para eso hicieron un casting. Gabelli le explicó que son muy inteligentes y todos distintos. “Unos se enojan más fácilmente, otros son más calmos, así que estuvimos tres semanas observando. Después de ese casting seleccionamos doce, aunque filmamos con diez, porque dos se enamoraron y tuvimos que dejarlos fuera del rodaje”.

Era tan importante para Schurmann la participación de los pingüinos como actores –y en el resultado final se reconoce su acierto- que se condicionó el rodaje a como ellos viven. Se desinfectaba todo el set diariamente, la puesta de luces se montaba antes de su ingreso, para no producir ruidos ni movimientos que pudieran alterarlos, y ellos solo “actuaban” hasta las 15 horas, para respetar los horarios de sus actividades naturales. Incluso en el set solo quedaban cinco personas además de los actores.

El realizador tuvo que contarle a Reno estas condiciones. “Jean, mi amigo, tú no eres el más importante, ahora lo es el pingüino y trabaja hasta las tres, le dije. ‘¿Qué sindicato es ese que trabaja hasta las tres?’, me preguntó riéndose. Además tuvo que viajar veinte días antes de lo previsto para relacionarse con sus coprotagonistas”. Gracias a esa anticipación Reno aprendió a tratarlos y a tener contacto físico con ellos, especialmente luego de que en el primer acercamiento uno lo picoteara para quedarse mirándolo, como marcando los límites desde ese momento.

“Yo creo que hay algo mágico cuando ves a Jean con el pingüino, observando cómo reaccionan el uno con el otro. Eso es muy profundo”. Esa relación, que según Schurmann termina siendo como un baile, permite contar en la pantalla una relación íntima sin palabras. “Me inspiré en ese cine clásico de los ’80, no quería hacer cosas locas, solo contar algo tan sencillo como la amistad. Quise contar la historia de un pingüino que salvó a un pescador, que lo sacó de un pozo emocional muy profundo, no tanto la del pescador que lo rescata. Para mí esta historia ‘inversa’ es la más potente. No hago películas que tienen mensajes solo quiero contar esa conexión y la naturaleza”.

Schurmann habla con gran entusiasmo del trabajo del equipo y las condiciones de producción, de la dedicación y el respeto por los animales de todos ellos, profesionales de primera línea en el mundo, que pusieron su talento para cuidar a los pingüinos. También de la importancia de haber filmado en Brasil, a pesar de que los productores estadounidenses querían rodar en las Islas Canarias. Para la película no solo aportó su conocimiento como cineasta, sino su experiencia de años como navegante y conocedor de los mares y la naturaleza, la otra pasión que atraviesa su vida.

“Este año se cumplieron 40 años que estamos dando vueltas al mundo con mi familia. Hace años notamos que el mar está cambiando. Navegamos normalmente en sitios donde no va el humano. Estuvimos en una isla llamada Henderson Island, que es entre la Antártida, la costa de Chile y la Polinesia, en un punto en el que a la persona más cercana está en una estación espacial. Es muy difícil llegar. Ahí, sentado en la playa, encontré plásticos, envases de champú y cosas así. Todo llegó con la corriente. No hay humanos cerca, pero nuestra basura llega. Todo está flotando en el océano y el océano es el mayor regulador de temperatura de la Tierra”, concluye este cineasta apasionado por la naturaleza y las películas clásicas. «


Mi amigo el pingüino

Director: David Schurmann. Elenco: Jean Reno, Adriana Barraza, Alexia Moyano, Nicolás Francella, Rochi Hernández. En cines.