Arde una zona de la Patagonia. Hace nueve días. Miles de hectáreas de bosques consumidos por el fuego, centenares de casas destruidas o evacuadas, infinidad de recursos arrasados. Un Estado inerte y desfinanciado, cuya increíble conducción, la que como topo se propone “destruirlo desde adentro”, finge como si nada ocurriese. Bullrich, la irresponsable ministra que debería tomar cartas en asunto, brilla por su ausencia. El presidente, como de costumbre, sigue distrayendo con campañas reaccionarias, oscurantistas y terraplanistas, sacando al país de la Organización Mundial de la Salud, negando el cambio climático y pontificando acerca de un mercado que resolvería todos los problemas del mundo. El cuadro se completa con un periodismo hegemónico desinformando sobre este y otros dramas cotidianos, festejando las ruindades oficiales.
Es la alegoría insoportable del presente argentino. Porque el gobierno goza de aparente fortaleza política. Cuando sólo ha ofrecido escarnios y padecer público. Se ampara en un único “logro”: una sensación de estabilidad económica y social. Indujo a un descenso de la inflación, por el momento proyectada en dos dígitos anualizados. Todo merced a una recesión productiva, prolongada desde hace tres años, de la que apenas hay signos de recuperación, en base a un esquema de un insostenible atraso cambiario, un notable derrumbe en los ingresos (sobre todo, de jubilados, trabajadores estatales y del sector informal), un aumento de la desocupación y un ajuste fiscal que viene pulverizando algunas de las funciones públicas más básicas en salud, educación, vivienda, obras de infraestructura, ciencia y tecnología.
Milei, su hermana y los Caputo, secundados por Bullrich, Sturzenegger y otros cuadros del libertarianismo, mostraron éxito en construir una agenda pública radicalmente derechista, hoy trumpista, antiwokista y polarizante. Se erigen como una alternativa distinguible, en medio de un desmadre que han tenido la eficacia de adjudicar a los responsables de la Argentina del pasado reciente (todavía hoy actuantes) pero también del país decadente del último siglo. Están imbuidos de esta épica refundacional. Pertrechados con la alquimia “antinflacionaria” del dólar barato. Diestros en el combate siempre altanero a la corrupción y a la “casta” (a esta altura de la soirée, un significado flotante de usos múltiples, como también lo son las apelaciones a la libertad, el respeto a la propiedad o el orden callejero). Y con el respaldo de un ejército de trolls y periodistas lubricados con fondos oficiales o privados. Así, La Libertad Avanza hoy parece dominar la iniciativa. Esta empresa, a su vez, está aupada en el ascenso de la extrema derecha internacional, en “la revolución del sentido común” de retórica fascitoide, racista, enemiga del islamismo, homofóbica y antifeminista.
La arremetida de los mileístas pretende rearticular el sistema político y construirse como una nueva opción hegemónica y duradera. Con la ingenuidad de los novatos, piensan que es la primera vez que esto intenta ser llevado a cabo. Pero la impericia y el mal cálculo, la dinámica socialmente confrontativa del país y su capitalismo de empate imposible se llevaron al fondo del mar a muchos otros proyectos como este.
Por el momento, todo indica que LLA galvanizará al electorado derechista, despolitizado y resultadista. Por supuesto, en este último caso, el riego de no disponer del “necesario” acuerdo con el FMI y de no contener la devaluación antes de octubre es alto y podría impactar muy negativamente en estos votantes más volátiles. En todo caso, el PRO es el más amenazado. Había salido de su clóset ideológico ya antes del balotaje, asumiendo un perfil neoliberal. Con parte de su personal tentado y su electorado interpelado por el mileísmo, el macrismo quedó en una encerrona. Resistirá en su negocio capitalino, eventualmente condenado a ser una mínima expresión si decide una competencia nacional con los libertarios o a quedar licuados en las fauces de estos si opta por la confluencia en una lista única. La suspensión de las PASO amplía las posibilidades del mileísmo. El nivel de disgregación e impotencia de la UCR y otras formaciones centristas o autopercibidas como progresistas no es menor, en algunos casos provinciales sin descartar una promiscua confluencia con los derechistas o en otros esperando una alianza estructurada en base a una queja republicana y de respeto a las normas que hoy parece mostrar menores aptitudes para conmover la opinión pública.
El tembladeral peronista es difícil de desentrañar, y no sólo por las disputas entre ese triángulo conformado por Cristina, Máximo y Kicillof. Prima la dispersión y la confusión. Una fracción, antes dialoguista con la extrema derecha, viene siendo dadora sistemática de gobernabilidad, no sólo en el Congreso. Muchos siguen confiando en que Milei haga el trabajo sucio del ajuste y la entrega: el que supo hacer en los ’90 el justicialista Menem, cuyo apellido hoy vuelve a palpitar. La burocracia sindical regala al gobierno y al empresariado una conocida dosis de postración y complicidad. Las conductas de las direcciones clasistas y combativas (como las del SUTNA y algunas pocas entre ferroviarios, docentes y estatales) evidencian la posibilidad de un camino distinto en la clase trabajadora. El movimiento estudiantil también lo alumbró el año pasado. La izquierda advierte que no debe haber ninguna tregua y pugna por presentarse como alternativa política.
Lo paradójico del presente, entonces, es que son muchos/as los/as que ven el incendio, los/as que repudian sin cortapisas al gobierno reaccionario y a todas sus políticas. Lo demostró la impresionante Marcha Federal del Orgullo Antifascista y Antirracista del 1 de febrero pasado, impulsado por el colectivo LGBTQI+ en un ejemplo de autoorganización, como meses antes tuvimos las concentraciones en defensa de la universidad pública, por Memoria, Verdad y Justicia contra las repugnantes campañas negacionistas o los primeros cacerolazos y marchas obreras que confrontaron con este régimen del Capital liberticida. Si la vieja política tradicional completa su curso, que asegura un destino de derrota y destrucción de los derechos y las libertades de la amplia mayoría de la sociedad, hoy en peligro ante esta aventura gubernamental, será la calle la que responda e intente poner un freno. Aunque se pierda circunstancialmente. Son muchos/as los que nunca van a aceptar este proyecto insoportable en curso, aquí o en el resto del mundo. Aún resuenan aquellas bellas palabras que Jean-Paul Sartre siempre recordaba de un amigo: “No se combate el fascismo porque se vaya a ganar. Se combate el fascismo porque es fascista”. «