Hace un tiempo hubo un texto que fue furor, se hizo viral en redes y que, nunca pude saber bien por qué, me indignaba. Ayer, después de ver Argentina-Perú, me animé a releerlo con cierto miedo. Debo admitir que muchas veces hablé mal de ese texto, de la tesis de Messi como perro, y me preocupaba que el relato al final me gustara y entonces yo no tendría motivos para algo que siempre me convoca: tener razón. Pero igual enfrenté ese miedo y con la alegría del dos a cero, lo leí.
Los primeros párrafos me resultaron interesantes porque reflexionaba sobre el amor por el Barcelona de Guardiola y me dio esa nostalgia del presente que por entonces ya Hernán Casciari muy bien anunciaba. En esa época, igual que Casciari pero desde acá, en Buenos Aires, yo armaba mi fin de semana en base al horario del partido del Barcelona. No me lo perdía nunca porque había un placer absoluto al verlo, comparable a lo que sentía cuando me sentaba a ver una buena película o leer buen libro, es decir, similar al placer estético. De hecho solía fantasear con que los cines incluyeran en su programación los partidos del Barcelona y con mis amigos nos juntáramos a verlo en pantalla gigante, con pochoclos si el partido era contra el Almería o el Osasuna, y en silencio si era un partido definitorio de Champions o un clásico contra el Real Madrid. Alucinado como estaba, en 2013 escribí un texto sobre el fútbol del Barcelona como expresión artística, y se publicó en un sitio online. Ese texto tampoco me animo a releerlo porque, sé, no me va a gustar.
Decía, comparto con Casciari esa pasión y amor por el Barcelona de Guardiola y, sobre todo, la admiración profunda por Messi. Lloré muchas veces de alegría y de tristeza por él. Por goles y jugadas del Barca, por algunas paredes con Xavi, Iniesta o Dani Alves. También me angustie y sufrí mucho las finales perdidas con Argentina, como si me pusiera más triste que él no ganara antes que no haber salido campeón yo. Es decir, me identificaba con él casi como si fuera un amigo, un familiar, una pareja. Pocas veces sentí tanta empatía y angustia como en la segunda final con Chile, cuando tiró su penal por arriba del travesaño. Ahí, creo, sentí que no teníamos retorno.
Con ese amor y admiración vi a Messi durante muchos y largos años. Y como me pasó con mis grandes amores, con todo lo intenso de la vida, casi no pude escribir en ese estado de enamoramiento. Hoy, en cambio, siento que nuestro vínculo es estable: ayer vi el partido con Perú y me paré cuatro veces cuando Messi se acercaba al área porque sentía que quería y merecía ese gol como nadie. También aplaudí y grité, solo en mi monoambiente, con un par de pases y amagues hermosos y efectivos que hizo. Pero igual siento que ya no estoy obsesionado con él, el fanatismo absoluto que sentía, creo, ya no es tanto. Y eso no implica que no lo ame, que no piense y sepa que fue uno de los tipos que más felicidad me dio y, sin lugar a dudas, el mejor futbolista que vi jugar. Lo que pasa es que ahora tenemos un vinculo más sano y eso es bueno, es positivo, me permite pensar en otras cosas, avanzar con mi vida, ya no creo que ver a Messi sea lo único en el mundo, aunque todavía me parece muy valioso.
Casciari en su texto “Messi es un perro” dice cosas como que Messi es un enfermo y, cito, por eso está «inhabilitado para decir dos frases seguidas, visiblemente antisocial, incapaz de casi todo lo relacionado con la picaresca». Después dice que no simula faltas ni pide tarjeta amarilla porque no entiende que así es como se consiguen las cosas, porque no sabe que esas cosas se hacen. Si fuese irónico, humorístico o emotivo, igual no tiene mucho sustento. Yo estoy convencido de que Messi no es un perro. Está todo bien con los perros, es una especie que respeto, pero sinceremos que no es un animal que se caracterice por su inteligencia, y estoy convencido de que Messi es el mejor jugador del mundo no por su habilidad, o no solo por su habilidad, ¿Cuántas veces hemos visto jugadores de fútbol que prometían ser cracks por su talento con la pelota, por la velocidad y la forma en que la llevaban pegada al pie, y terminaron volviendo de Europa a ser suplentes en clubes del ascenso? No quiero ser agresivo con nadie y por eso no voy a nombrar jugadores ni equipos, pero seguro todos tenemos algunos que se nos ocurren. Desde ya, ninguno tiene la habilidad de Messi, pero lo que lo distingue de los demás no es su habilidad, sino su inteligencia. Messi es uno de los jugadores más inteligentes que tuvimos, y tiene una visión del fútbol que lo distingue. Es rápido y habilidoso, sí, pero sobre todo es muy inteligente. Es importante decir estas cosas. Porque en ese gesto de señalar que Messi es un perro, además de una lectura muy errada del fútbol y del mejor futbolista que nos tocó ver en el mejor equipo de la historia, hay un gesto de superioridad que pretende disminuir a Messi y, con eso, al juego, al deporte, al fútbol. Messi no es un perro, porque además de tener una visión del juego y una inteligencia singulares, es un tipo que juega en equipo, que hace jugar a sus compañeros, que dio las asistencias más precisas y que hizo que jugadores normales fueran excelentes. Además, repito, fue parte del mejor equipo de la historia, ¿Podría un perro hacer jugar a sus compañeros así como lo hace Messi?
Messi es un perro, según Casciari, porque lo único que quiere es hacer goles, cerrar los ojos y así como su perro de la infancia, Totin, llevaba la esponja a la cucha, Messi lleva la pelota al arco. Comparar a Messi con una mascota de la infancia que, por demás, no es un perro cualquiera si no el perro del propio Casciari, es un acto de apropiación que tiene mérito y es respetable, siempre y cuando se reconozca como tal. Si Casciari hubiera llamado a su texto “Messi es mi perro”, bueno, yo lo bancaría. No estaría de acuerdo por todos los motivos que mencioné, pero respetaría su sinceridad y coherencia. Decir que Messi es un perro es decir que Messi es el perro de todos, es nuestra mascota, es reducir a Messi, o acaso ¿Messi es la mascota? ¿Está para que disfrutemos nosotros? ¿Para qué le tiremos la bolita? Y aclaro que no es una cuestión especista. Lean el texto de Casciari, que por lo demás es emotivo y se disfruta, sobre todo narrado por el Mago Johansen, y podrán entender, aunque no coincidan conmigo, que la tesis de Casciari no va por ahí. Porque Casciari no piensa que ser un perro sea algo bueno; para él, ser un perro es mirar la pelota, no perderla, no pensar el juego, buscar el placer propio y nada más.
Casciari, por ejemplo, está convencido de que Messi es un perro porque no se tira al suelo cuando le pegan ni pide tarjetas amarillas para el rival y en esos momentos “parece no entender nada sobre el fútbol ni sobre la oportunidad”. Casciari culpa de esas lógicas oportunistas a la FIFA, dice: “Messi es un perro. Bate records de otras épocas porque solo hasta los años cincuenta jugaron al fútbol los hombres perro. Después la FIFA nos invitó a todos a hablar de leyes y de artículos, y nos olvidamos que lo importante era la esponja”. El texto parece entonces apelar a un fútbol ideal previo a las reglas de la FIFA al que hay que retornar: así de conservadoras son las premisas del texto. Sin embargo, por mi parte, pienso lo contrario. Messi no se tira al piso ni pide tarjetas amarillas -aunque a veces lo haga, de hecho lo hizo con Perú- porque es un tipo que conoce las reglas, las sabe, solo que, como muchos otros, no coincide con ellas. Messi no pide tarjeta ni se tira en el área porque está convencido de que hay otras formas más leales, efectivas y precisas de ganar, y no porque sea un “inhabilitado” que solo quiere llevar la pelota a la red como un perro lleva una esponja a su cucha. Me gustaría poder hablar con Casciari sobre todo esto, sin dudas es un tipo lúcido, un amante del fútbol, y un buen comunicador. Si habláramos, quisiera preguntarle qué opina ahora de ese texto que escribió hace ocho años pero que publicó hace dos en un libro, y me gustaría también preguntarle qué siente, qué piensa, cuando mira a Messi gritar desaforado un gol de Nico González contra Paraguay, un empate a cancha vacía en la Bombonera en la tercera fecha de las Eliminatorias, en una jugada en la que ni cerca estuvo de tocar la pelota. Sería interesante saber si Totín se ponía así de contento cuando otra mascota llevaba la esponja a la cucha, porque los perros, son sobre todo fieles a sus amos. Messi, por suerte, cuando juega al fútbol no parece ser fiel a otros amos, sino a sus compañeros, y quizás también cuando festejó ese gol de Nico González, además de ponerse contento porque le empatamos a Paraguay, también le dio cierta alegría que el que haya hecho un gol sea un pibe que recién arranca.
Me gusta pensar que hay muchas cosas que no pueden contarse, que no pueden narrarse. Creo que la escritura, muchas veces, es una forma de merodear eso que no podemos decir, de intentar crear un relato propio para poder tener un vínculo más cercano, siempre complejo, con la realidad. También, y sobre todo, para poder vincularnos mejor con las personas. Escribir, muchas veces, es una necesidad, y más cuando se tiene una revista propia y hay que llenarla de contenido. Por eso, y por el respeto a un tipo que armó una comunidad literaria propia, este texto no tiene como finalidad ninguna especie de agresión a nadie. Solo pretende decir que Messi no es un perro y que todos los que admiramos, nos emocionamos y nos ilusionamos con su fútbol, con su forma de entender y de jugar al deporte, no somos amos que intentamos entenderlo, o que pretendemos cerrarlo a una simple afirmación. Por eso, más libre, más fluido y más feliz, puede ser dejar de afirmar la identidad de Messi, no declarar lo que Messi es, y tal vez solo animarse a decir, no sin cierta vacilación, lo que Messi no es ni fue. Podemos decir, convencidos, que Messi nunca fue un perro.