En la última dictadura cívico-militar (1976-1983), se instaló un plan sistemático para eliminar todo lo que fuera en contra de su “proyecto de reorganización nacional”, sean acciones sociales, políticas, gremiales, culturales o personas. En ese marco, en 1980 los militares prendieron fuego 24 toneladas de libros pertenecientes al Centro Editor de América Latina por considerarlos “subversivos”. La institución estaba ubicada en el cruce de las calles O’Higgins y Avenida Agüero (ahora llamada Crisólogo Larralde) en la localidad de Sarandí, Avellaneda, pero la quema ocurrió en un baldío situado a unas cuadras de allí. En esta nota, la Agencia de Noticias Científicas de la Universidad Nacional de Quilmes trae a la memoria uno de los mayores ataques a la cultura nacional.
El Centro Editor de América Latina (CEAL) fue fundado en 1966 por Boris Spivacow. Tras la “Noche de los bastones largos”, la represión que llevó adelante la dictadura de Onganía en las facultades en 1966, Spivacow renunció a la Editorial Universitaria de Buenos Aires y comenzó con el proyecto del CEAL. Bajo el eslogan “Más libros para más”, el Centro apuntó a la divulgación y formación de un público lector. Así, hasta el último día de funcionamiento en 1995, se publicaron 79 colecciones y cinco mil títulos.
El 7 de diciembre de 1978 los depósitos del Centro fueron allanados y clausurados bajo la acusación de infringir la ley 20.840 que penaba “las actividades subversivas en todas sus manifestaciones” y que suprimía “el orden institucional y la paz social de la Nación”. El gobierno consideró que parte del material que tenía el Centro era “cuestionable” y, finalmente, en 1980 el juez Héctor Gustavo de la Serna dictaminó que debía quemarse.

Hacer memoria
Así, el 26 de junio de 1980 veinticuatro toneladas de libros fueron trasladadas hasta un baldío en la calle Ferré, donde un oficial inició la quema que duró cinco días. A su vez, la dictadura ordenó que haya testigos del Centro y que registren el momento. Ricardo Figueira, archivista y director de colecciones de la editorial, fue obligado a fotografiarla y a presenciarla junto a Amanda Toubes, otra trabajadora del CEAL.
En diálogo con la Agencia, Claudio Yacoy, secretario de Derechos Humanos de la municipalidad de Avellaneda, relata: “Lo que se buscó es cercenar la libertad de opinión, de expresión y de empresa. Este Centro imprimía obras que otras editoriales ya no vendían por miedo. Además, imprimían fascículos, lo que permitía a cualquier vecino o vecina poder adquirir estos libritos por el simple valor que tenían”.
Y agrega: “Fue una situación que se puede emparentar con las diez quemas más importantes que habían sucedido en el mundo. Se trataban de libros que, para el juez que dictó la orden, de alguna manera representaban un pensamiento subversivo y, por lo tanto, eran susceptibles de ser destruídos”.
En términos de Yacoy, abogado especializado en Lesa Humanidad, el CEAL fue una de las empresas más importantes porque imprimía lo que nadie quería y porque mostraba al mundo lo que ocurría durante la dictadura.
Las palabras sobreviven al fuego
Amanda Toubes, la trabajadora del CEAL que fue obligada a presenciar la quema, rescató junto a otros compañeros aquellos libros que fueron capaces de sobrevivir al fuego. Estos fueron enviados a la Sociedad de Fomento Presidente Sarmiento en Sarandí, para luego ser depositados en la Secretaría de Derechos Humanos de la municipalidad de Avellaneda, donde hoy se encuentran exhibidos.
Toubes, pedagoga hace años, afirma: “El incendio de los libros fue un golpe social y político a nuestra cultura. Pero los libros se pueden recuperar, la quema de personas no”.
-¿Qué recuerda de la quema?
-Ocurrió después de la sentencia de un juez. Sabíamos que la policía estaba detrás del mundo editorial, pero nunca dejamos de trabajar. Los autores, los directores de colección, los dibujantes y todos los que hacíamos al CEAL teníamos cierta libertad porque publicábamos lo que queríamos y eso fue lo que enfrentó al gobierno dictatorial. Éramos un grupo de personas decidido a decir lo que pensaba y a trabajar por un sentido de verdad histórica, cuando muchos habían dejado de publicar por miedo. Lo hicimos con temor, entre llanto y problemas, pero trabajábamos full time. Más que un recuerdo, te diría que tiene mucha actualidad.
-¿Por qué?
-Porque la represión al hecho cultural sigue estando en la cabeza de muchos de nuestros gobiernos. Aún hoy hay posibilidades de oscurantismo. De hecho, la represión es un elemento presente en las concentraciones que se ve, por ejemplo, en la cantidad de plata que se gastó en fuerzas de seguridad para una protesta de jubilados. Y, encima, eso es manifestado como un éxito argentino y así sale en algunos diarios.

-La represión forma parte de la historia argentina pasada y actual…
–La quema de libros de 1980 fue una demostración histórica de lo que es posible que pase en este país. Quemar libros fue y es una representación social, política y física de la represión. Fue penoso, pero hay que pensar algo: los libros se reponen, los cuerpos quemados, el robo de bebes y la desaparición y asesinato de personas, eso sí es para toda la vida. Entonces, volvamos al presente y veamos lo que se gastó en policía para enfrentar una concentración la semana pasada. Reprimir forma parte de la cultura nacional, ¿cómo permitimos que gobiernos denominados democráticos ejerzan esa fuerza policial?
-¿Qué piensa de que se reivindique la dictadura y la represión?
-Trato de no pensar en cosas fascistas, de derecha y totalmente autoritarias. Lo que sí puedo decir es que dicen lo que dicen y hacen lo que hacen porque pueden. Su existencia se debe a que parte de los argentinos los votaron y piensan como ellos. Tenemos que traspasar la barrera de la derecha porque no hemos llegado a una democracia plena.
-¿Cómo se llega a una democracia plena?
-Tenemos una barrera de insuficiencia democrática y por eso la represión está presente en los gobiernos. Nos falta atravesarla y pensar más sobre la historia de dolor, de sacrificio, de desapariciones, de muertes y de avasallamiento que vivimos en este país. Esas muertes están presentes hoy. Los cuerpos derrotados, apaleados, torturados y asesinados no se reponen, todo lo demás nos queda a nosotros como responsabilidad cívica, política y humana.
*Artículo elaborado por Luciana Mazzini Puga, de la Agencia de Noticias de la Universidad Nacional de Quilmes (UNQ)