“La isla de los muertos” es una afamada serie de pinturas del pintor suizo Arnold Böcklin. Un remero, quizá Caronte, una figura blanca sobre un bote que carga un ataúd, una isla rocosa como telón de fondo. El simbolismo fúnebre del último viaje al Hades hecho cuadro. Híper popular fue en las primeras décadas del corto siglo XX: Nabokov cuenta en su novela Desesperaciones que las reproducciones de la obra podían encontrarse en todas las casas de Berlín. La obra fascinó a Lenin, Freud, Dalí, Rachmaninov… Hasta Hitler se obsesionó con la pintura y se la apropió en 1933, poco antes de desatar su matadero.

“La isla de los muertos” es el título de uno de los dos apartados que van engordando Materiales para una pesadilla, potente novela del joven escritor argentino Juan Mattio (1983). Publicado originalmente en los pandémicos meses de 2021 y ganador del Premio Filba, el libro de Mattio tuvo en febrero pasado su justa y merecida reedición en la colección Efectos Colaterales de Caja Negra Editora. Ciberpunk argentinísimo, thriller político, ensayo weird, fragmentario manual de historia sobre el matadero de la dictadura argentina. Fascinante artefacto literario a secas.

Juan Mattio Novela

Pesadilla y realidad según Mattio

La novela de Mattio es fragmentaria y polifónica. Hay documentos, desgravaciones, personajes que deambulan buscando fantasmas del mundo real y virtual. Hay ecos de Piglia, de Bolaño, de Burroughs… La historia sigue las huellas de Keiner, un investigador obsesionado con el proyecto Hermes, una máquina diseñada por un grupo de escritores, lingüistas y psicólogos en los años de la dictadura que es capaz de detectar “disidentes” en conversaciones telefónicas.

Las andanzas y desandanzas derivan en una pesquisa más grande: las estrategias de vigilancia sobrevivieron al terrorismo de Estado, mutaron en el hegemónico escenario digital. Sus tentáculos llegan a una red social inmersiva: Second Life adictiva y de cultos tecnopaganos que permiten interactuar con los muertos. Bots, avatares, espectros, fantasmas, desaparecidos… La novela de Mattio es un libro sobre las ausencias.

En estos tiempos desmemoriados, negacionistas y de neoirracionalismo que vive la Argentina, Materiales para una pesadilla trabaja con la memoria, con los duelos, con los límites del lenguaje. “Los muertos nos advierten”, está tatuado en el Memorial Socialista de Berlín. Mattio eligió esas palabras como epígrafe de su libro. Cuánta razón.

Fragmento: Una máquina al servicio de la muerte

La escena inicial, deshecha ahora por las sombras de la memoria y la debilidad de la palabra, sucede hace poco más de un año, en diciembre, en las horas que van desde la tarde hasta el amanecer del día siguiente. En ese lapso Katy me cuenta la historia. Estoy sentado en el balcón de su casa, solo, rodeado de mosquitos, agradecido por el calor después de un invierno demasiado largo y demasiado estricto. Un invierno que fue un celador. Algo así. Entonces ella, vestido rojo, uñas pintadas, empieza a contar. Me saco los zapatos y apoyo mis pies sobre las baldosas húmedas. Tal vez había llovido por la mañana, no lo recuerdo. En cualquier caso, mis pies descalzos pisan, esa tarde, las baldosas mojadas, sea de agua baldeada o de agua llovida, y escucho. Estoy solo, como dije, porque salí a fumar en el balcón y Katy está adentro. Abre la ventana del comedor y desde ahí me llega su voz, aunque no la veo. Y cuando empieza a hablar yo siento el miedo, el dolor, la ferocidad. Todo eso que está en la historia y, sin embargo, no en su voz. Su voz es neutra. Quiero decir que, por momentos, me parece que en su voz no hay más que hechos sin ninguna emoción. La máquina, dice, fue hecha por escritores. Una máquina intangible, al servicio de la muerte, hecha por escritores.