Desde su casa en Madrid, Martín Caparrós –que sufre ELA, una enfermedad neurodegenerativa– acepta una charla futbolera con Tiempo. Habla de Messi, Maradona, Boca y del Chiqui Tapia como «único opositor exitoso» de Javier Milei, pero sobre todo reflexiona sobre la importancia –y la inutilidad– del único deporte que moviliza a millones de personas.

–En tu último libro, Antes que nada, te referís a que naciste en Argentina a mitad del siglo XX y no en otro lugar. ¿Te llaman la atención tantas personas de influencia popular, político y social como Perón, Eva, el Che, el Papa, Maradona y Messi?

–Es muy raro. Somos grandes productores de caras para la camiseta y es lo que mejor nos sale por alguna razón. Habría que pensar para encontrar explicaciones pero lo cierto es que, de alguna manera, lo podríamos linkear con una idea de lo argentino, de que parece mucho. Pero es cierto, hay países que tienen mucho más peso de todo tipo, cultural, económico y político, y no han producido la cantidad de caras para la camiseta como Argentina. Por alguna razón nos hemos especializado en eso. En la producción de personajes globalizables, como Messi y alguno más. Es raro, ¿no?

–Con respecto al fútbol, ¿le encontrás una razón?

–Bueno, primero es muy raro el grado de producción de futbolistas. Argentina produce caras para la camiseta y futbolistas. Yo creo que, no sé si lo dije en «Boquita», Argentina podría haber sido buena en básquet, béisbol o bochas. Y sin embargo, sus grandes deportistas lo son del deporte más practicado y popular del mundo. Es extraño, y además, ¿por qué en la Argentina? Pero te nombran los cinco mejores jugadores del mundo (Di Stéfano, Pelé, Cruyff, Maradona y Messi) y tres de ellos son argentinos. No tiene sentido. Es injustificable pero sucede. No sé qué fue lo que pasó, pero creo que es algo que está desapareciendo porque la manera de adquisición, es decir, la manera por la cual se adquiere el fútbol, ha cambiado. Hasta hace poco tiempo, por decir los últimos 30 años, desde la infancia de Messi, los chicos aprendían a jugar en el patio del colegio, la calle o en el potrero. También veían jugar a sus hermanos y amigos, y entonces había estilos porque en cada lugar se seguía aquello que se podía ver. En cambio ahora aprenden mucho más viendo la tele o cosas así y el estilo se difuminó. Antes los ingleses eran todos burros, tiraban la pelota para arriba y corrían atrás. Ahora ves a Foden, por dar un ejemplo, y tiene una habilidad increíble y nunca habías pensado antes que eso lo podía hacer un inglés o Lamine Yamal, que nació en España. Es curioso, creo que ya no vamos a tener ese monopolio.

–¿Dejó de ser el fútbol ese lugar donde el pobre le puede ganar al rico?

–Depende de lo que llamés pobre y rico, porque una cosa es ser de origen pobre y jugar contra alguien menos pobre. Una cosa era que Boca le ganara al Real Madrid en el 2000. Pero, Riquelme estaba en Boca, con 23 años. Ahora sería impensable que a los 23 años un Riquelme jugase en Boca. Ahora se van a los 19. Una cosa es que sean pobres de origen y otra es el saqueo. Este vaciamiento genera no poder ganar porque se llevan todo lo bueno.

–En tu libro Todo por la patria, narrás los años ’30, y hablas de Bernabé Ferreyra, exjugador de River. ¿En qué medida sirve el fútbol para contextualizar a la sociedad de cada época?

–Permitime primero hacer una nota al pie de ese libro. Tuvimos problemas para la tapa. Yo no quería que pusieran a Bernabé Ferreyra. No quería que sea un jugador de River la tapa de mi libro. Pero en la edición italiana lo hicieron sin consultarme y, cuando lo vi, dije «No puede ser». Con respecto a las épocas, sirve. Esto que decíamos sobre cómo el fútbol se va al carajo porque compran a los pibes cuando tienen 18 años, es un dato fuerte de la época. O en la primera parte del siglo XX, donde se armaban esas comunidades barriales a partir de los clubes, donde la gente encontraba un lugar de coincidencia, educación y cuantas cosas más. Es otro dato fuerte. E incluso ahora, esta pelea que hay entre el presidente Milei y su único opositor exitoso que es el Chiqui Tapia por las Sociedades Anónimas. Pido perdón, pero es así. Es un dato fuerte de la época. Creo que siempre en el fútbol hay datos que sirven para entender la época. Por supuesto, si lo único que usás como referencia es el fútbol, te vas al carajo, pero siempre vas a encontrar algún dato interesante para poner en contexto y tratar de explicar.

–¿Hay un engaño con las SAD, que se impusieron la lógica de creer que, automáticamente con su llegada, cualquier club será un Real Madrid?

–Creo que es el mismo tipo de engaño que propuso Milei en casi todos los niveles, y basándose en lo mismo: el hartazgo. En este caso, el hartazgo de ver partidos de mierda y correr la coneja. Entonces, lo que se propone como solución es engañoso. El problema no es que los clubes sean de los socios o no. El tema es que Argentina es un mercado chico, y nunca va a dar para que le pague a los jugadores lo que le puede pagar un club inglés o español, sea Sociedad Anónima o de sus socios. Entonces, es mentira creer que por ser una SAD va a haber un gran mercado y que va a poder pagarle a los pibes que surgen y son buenos. Se van a seguir yendo. Podrían haber grandes jugadores en nuestro fútbol, y eso no se soluciona con las SAD, la cantidad de guita que circula no alcanza para retener a los buenos.

La vida profesional de Caparrós también tuvo una etapa deportiva en la revista Goles, en 1974, cuando cubría partidos de Primera, pero de los equipos que naufragaban en los últimos puestos de la tabla. Recuerda que no contaban con viáticos para llegar a los estadios y que entre colegas acordaban viajar juntos para poder solventar los gastos. Por entonces, El Gráfico y Goles eran los únicos medios que calificaban con puntaje del 1 al 10 a los jugadores: “Aprovechábamos esos viajes en conjunto para acordar un puntaje parecido. Lo importante era eso, no lo escrito, que eran cinco o seis líneas”.

–¿Cómo te vinculás con Boca actualmente si se tiene en cuenta la distancia, la diferencia de horarios y la enfermedad?

–Todavía tengo mi abono cerca de la mitad de la cancha. Desde ahí se ve muy bien. Pero no voy a poder ir nunca más. No hay manera. Un tipo en silla de ruedas no puede llegar hasta ahí, y encima estoy en España. A veces, cuando volvía a la Argentina e iba a la cancha decía, «volví a mi lugar». Eso me daba mucho gusto porque es algo fuerte. Son muchos años. Conozco a la gente que está alrededor, son tipos que nunca vi afuera de la cancha y que ahí adentro hemos vivido cosas increíbles y verlos me da gusto. Eso ya no va a suceder. Tampoco puedo mentir y decir que veo los partidos por el placer de ver buen fútbol porque no pasa, no me lo puedo creer. Además, a Boca se le ocurrió jugar a las 22 todos los domingos y acá son las dos de la madrugada. Al día siguiente quiero verlo y trato de no ver el resultado. Pero se hace difícil, siempre estos hijos de puta te ponen el resultado primero y ya me jodieron todo el asunto. Hoy, mi punto más fuerte de contacto con Boca es mi hijo. Sigue yendo a nuestro lugar, me cuenta cosas de ahí adentro y charlamos sobre eso.

–En Boquita contás cuando te hiciste de Boca y mencionás la importancia del «Ser de».

-Yo era el nieto mayor de mi abuela Rosita y siempre fui como el preferido, pido perdón. Entonces, me llevó de vacaciones a un hotelcito. Ahí, leyendo del penal que Roma le atajó a Delem, en 1962, fue donde me hice de Boca. En México dicen ‘Le voy a tal cuadro’, acá dicen ‘Soy madridista’, cosas medio retorcidas del lenguaje pero significa mucho. En general, no es como en Argentina que se juega esa cosa de ser de Boca, de River, etc… Los italianos dicen ‘Forza’ por tal club. Que significa estar cerca. No es lo mismo decir ‘Forza’, ‘Le voy a’… o ‘Soy de una ciudad’ a decir ‘Yo soy de’. Uno puede cambiar de todo menos del equipo. Realmente no se cambia.

–Más allá de los colores, ¿cuál es el papel del fútbol en la sociedad?

-A veces me pregunto si lo más importante del fútbol es que no sirve para nada. Sustituye muy bien a las guerras. Esa idea de que la venganza argentina contra Inglaterra fue un gol de Maradona es un gesto de civilización. Las Malvinas siguen ahí, pero ese gol significó mucho. Es esa mezcla de inutilidad y trascendencia lo que hace al fútbol tan especial.

–El Negro Dolina dice que es necesaria la incredulidad, y lo traslada al teatro y al fútbol. Uno sabe de los negocios, las apuestas. Sin embargo, cuando rueda la pelota nos abstraemos y, cuando se gana, creemos que conseguimos algo aunque sepamos que no es así. ¿Coincidís?

–Solamente si no te lo creés mucho. Sirve durante un rato. A mí el fútbol me gusta, me importa y cuando hay un partido que me interesa pienso realmente que no podría estar haciendo nada mejor que viendo ese partido y emocionándome por lo que pasa. Pero también, me da mucha tranquilidad saber que seis horas después me va a importar tres carajos. Obviamente, me pongo contento si ganamos, pero no es algo que va a definir mi vida ni de lejos. Entonces, creo que no hay que tomárselo tan en serio.

–Sin embargo, cuando salimos campeones del mundo hubo cinco millones de personas en las calles. ¿Te llama la atención el hecho de haya tanta gente por el fútbol y no por otras cosas que impacten más en la vida de las personas?

–A mí eso me impresiona mucho. Después del Mundial de Qatar, estaba feliz con la victoria y todavía más por cómo jugó Argentina contra Francia durante 60 o 70 minutos. Pensaba «qué bueno, ganamos jugando bien». Pero al final fue el Dibu quien nos salvó, y los penales hicieron el resto. Lo que más me impactó fue ver a cinco millones de personas en la calle sólo porque Montiel metió el último penal. Nunca había pasado algo así en la historia del país, y pensé «¿De verdad todo esto es por un penal?». El fútbol tiene esa magia, te hace sentir que algo enorme está pasando, aunque en realidad no cambie nada. Y creo que ahí está su encanto. Y también su trampa. «