Fue la Mujer Maravilla Argentina cuando ya rondaba los 28 años y desde ahí su vida dio un vuelco que no esperaba. En realidad, nada de lo que le fue sucediendo en la vida lo esperaba: cree en el destino. Así que cada cosa que se le presentó resultó un desafío que afrontó con entusiasmo y decisión. Marita Ballesteros estudió teatro “tarde”, se convirtió en estrella “tarde”, se enamoró “tarde” y se casó “tarde”. Para los supuestos parámetros convencionales, claro.

El amor tiene cara de mujer, Como pan caliente, Amigos son los amigos y Muñeca brava, sin dejar de mencionar la reciente Buenos chicos, son algunos de los títulos televisivos que la vieron brillar. También lo hizo en el teatro, en Las lágrimas amargas de Petra von Kant, Julio César y actualmente en Lo que se pierde se tiene para siempre (viernes a las 20 en Dumont 4040, Santos Dumont 4040), donde hace de una madre que mientras se pierde y se encuentra marca el ritmo de la obra y el desarrollo del drama.

–¿Qué hacías antes de actuar?

–Primero fui maestra de primer grado, después me recibí de maestra jardinera, después pasé a Austral Líneas Aéreas, en donde estuve como siete años. Fue una época fabulosa porque se ganaba muy bien, era chiquita, tenía 21 años y estuve ahí hasta que pasó lo de La Mujer Maravilla. Viajé mucho porque había unos interlines con los que volabas a las Islas Canarias y te salía más barato que ir a Mar del Plata.

Su primer trabajo.

–¿Qué te gustaría que el destino tenga escrito para vos para los próximos años?

–Más calma, más serenidad, ser más compasiva conmigo y con los otros. Siempre tiene que ver con algo de interioridad que se transmite en exterioridad porque cuando vos estás más tranquilo, más calmo, más compasivo, inmediatamente se produce algo en el otro que es maravilloso.

Marita Ballesteros y una de sus primeras apariciones en televisión.

–Y yendo para atrás, ¿qué cosa te habría gustado que no hubiera escrito el destino para vos?

–Mis contestaciones, era una persona con mucha energía y contestaba mal. Eso me habría gustado que no hubiera sucedido. Pero me parece que cuando uno se va de esta vida se tiene que ir comparado con uno mismo, y creo que si me voy hoy me siento contenta que trabajé cosas o defectos que no quería tener. Porque todos los tenemos.

–¿Creés en la felicidad?

–A mí la palabra felicidad me impresiona un poquito. Todos estamos en un sube y baja, todos tenemos miles de estados, pero eso no quiere decir que te quedes en uno solo. Los estados de ánimo fluctúan.

Con Carlín Calvo.

–¿Hay algo que le hayas agradecido al destino porque te lo hizo pasar rápido?

–Una sobrina mía, Lucrecia (tengo una familia muy grande), siempre dice: “agradecer, siempre agradecer”. Creo que hay que agradecer todo. Inclusive lo incómodo, lo doloroso, porque después de eso entendés un poquito más. Hay muchos momentos en mi vida que pasé mucho dolor, como todo el mundo. No me quejo de nada, pero si no hubiera pasado ese dolor sería un extraterrestre.

–¿Qué relación tenés con la vida intelectual?

–No sé, tengo más relación con la vida intuitiva. Me parece que la intuición es una verdadera inteligencia. Por supuesto que leo, voy al cine, pero he conocido gente muy intelectual que en conferencias decía cosas divinas y salía de ahí y hacía todo lo contrario.

Una mirada inconfundible.

–¿El deseo alguna vez te llevó a algo que el destino te demostró que no era para vos?

–Si una persona eligió ser actor o cantante y es mal actor o cantante, no sólo está aprendiendo de ese trabajo, está aprendiendo de muchas otras cosas. No divido el trabajo de la vida cotidiana, siempre estás aprendiendo. Si esa persona estudia y no le sale será porque tiene que aprender muchas cosas de eso. La vida es un aprendizaje continuo y misterioso, porque yo no tengo idea de cómo es la vida. La vida me pone todos los días a decir «solo sé que no sé nada», cosa que ya dijeron (risas).

Una sobremesa con muy buena compañía.

–¿Cuál es el sabor de la infancia que más recordás?

–Ay, sí, por favor (suspira). Las frutas, porque no eran como las que se comen ahora. El durazno era exquisito, ¡el gusto de las frutillas, las uvas! Me da lástima que mi sobrinos y mis sobrinos nietos no conozcan ese gusto porque es muy difícil encontrar lo que eran las frutas antes.

Con María Valenzuela y Mirta Busnelli.

–¿Hubo algún papel que te gustara tanto que quisieras que durara  para siempre?

–No quiero que nada dure para siempre. Hay muchos papeles que me han gustado mucho pero que dure para siempre nada, cero. Porque nada dura para siempre. Lo único que dura para siempre es el cambio. No soy agarrada al pasado, para nada.

Junto a Moria Casán.

–Te enamoraste de grande. Antes de eso, nunca se te cruzó: «¿y si no conozco el amor?»

–No. Nunca tuve como objetivo casarme y tener hijos, ahora muchas chicas lo dicen. No me parecía un destino para mí. Cuando decía que no me interesaba casarme ni tener hijos me miraban como si estuviera loca. Hay gente que le agarra la vocación cuando los tiene, a otras no les agarró nada y lo tienen por mandato. Yo nunca necesité seguir ningún tipo de mandato. Mi frase de cabecera es: “¡Qué suerte, cuántas cosas no necesito!”. Después me pongo a ver qué hago con lo que me toca. «

En Lo que se pierde se tiene para siempre, la obra que actualmente está en cartel en Dumont 4040.

Ping pong con Marita Ballesteros