Es su primer largometraje. Marina Glezer, luego de dirigir y escribir cuatro cortometrajes, y tras una importante experiencia actoral, buscó la posibilidad de una propia perspectiva para narrar una historia desde su punto de vista. Tardó nueve años desde que se sentó bocetar las primeras ideas, pero logró tener su película: La ruptura, que estrena este jueves.
Se trata de una película que habla de amor en tiempos de neoliberalismo, que cuenta la relación de una pareja y sus conflictos, mientras que en el pueblo en que viven, los especuladores quieren jugar su juego: con la excusa de la protección ambiental, los intereses espurios y corporativos se infiltran en la comunidad del pueblo de pescadores, poniendo en peligro años de cultura y una manera de vivir. Filmó en Cabo Polonio, “aunque es una problemática que puede pasar en cualquier pueblo. Yo cuento la singularidad de este, pero podría pasar en cualquier otro sitio”, afirma la directora, que también tiene columna semanal en el programa de Carlos Polimeni en la AM 530.
-¿Cómo se te ocurrió contar estas dos facetas de la trama en esta historia?
-Las narrativas en general tienen algo de onírico y de ensoñación, y un espacio de realismo. Me parece que también nos pasa a todos en el cotidiano. De alguna manera nos relacionamos con lo que nos pasa a nuestro alrededor, pero también nos pasan cosas en el fuero interno e íntimo, que muchas veces se relacionan. Y esa fue mi primera motivación. Esa dualidad me dio ganas de tener una trama y una subtrama entre dos aspectos de la vida de los protagonistas, pero que tienen que ver. No podía disociarlos, porque somos el lugar que habitamos, y en este caso es un espacio, un pueblo, con ciertas características fuera de lo que muchos entienden como progreso, pero con su propia impronta. Y que se tiene que defender ante el avance de la idea extractivista de que todo debe ser aprovechado. Siempre aparece ese aspecto de los sistemas económicos imperantes que buscan las ganancias, sin importar el cariño que un pueblo le pueda tener a ese espacio. En este caso homologo la ruptura amorosa con la destrucción de lo salvaje, simple y rústico de un pueblo pesquero por partes de los mismos sectores que dominan todo con su idea de productividad y explotación. De alguna manera el conflicto de la comunidad, también afecta la vida de los que son parte de ella. Me gustaba la idea de mostrar un pueblo turístico que se ve afectado por la intención de la gentrificación de sectores sociales pudientes, que juegan sus fichas para infiltrarse y hacer pelear a los que están ahí para aprovechar eso: el famoso divide y reinarás. Esa estructura es bastante clásica en obras de teatro y clásicos del arte dramático, ya sea Chejov o Shakespeare. Porque son situaciones humanas. Eso siempre me interesa. El conflicto personal está marcado por el contexto sociopolítico que te toca.
-¿No puede uno escindirse de lo que te rodea?
-Si preferís ignorarlo, es una elección. Somos parte de una comunidad, somos seres sociales. El conflicto individual es parte de lo que nos pasa como sociedad. Estoy estudiando sociología y eso marca también en lo que quiero contar como autora. Siempre tenemos un rol, una responsabilidad, un rol y un deber para con los demás. Además un deseo y una voluntad. Y eso lo que le pasa a la protagonista, que quiera alejarse de su pareja pero lo que pasa en el pueblo la hace dudar, porque cada vez que se quiere ir por algo se queda: por el conflicto no hay traslados, o ve algo que le hace entender que tiene que ayudar a la comunidad. Estrenar en este contexto adverso es algo que me parece importante y de alguna manera me gustaría ayudar a pensar por qué estamos cómo estamos.
-¿Hay una crítica al individualismo en la película?
-Sin dudas, más viendo que hoy increíblemente algunos lo celebran como algo bueno. Uno no es un todo, es parte de un todo. El cine paradójicamente es un engranaje colectivo. La autoría y la dirección es mía, pero dependo del director de arte, de las actrices y actores, de los técnicos, vestuaristas… Ser realizador es poder transmitir tu idea a más de 35 personas y escuchar también su mirada sobre tu idea, para darle un sentido. Nada bueno puede venir de un individualismo extremo, de un ego tan grande que nada te importe. Que no te importe que la otra sufra, es algo inentendible. Perder esa idea de ayudar a otros a levantarse si están caídos es terrible. Pensarse a uno como algo solitario es condenarse al aislamiento. No va. Nada bueno sale del no te metás, o que no te importe. Creo que esta película habla de esto: lo que te corresponde hacer y qué no, y qué podés hacer desde tu lado. Está bueno poder hacer el esfuerzo de aceptar al que piensa diferente. Hasta lo podés querer, y hay que pensar una alianza en algo. El problema son los que eligen no pensar, ahí es complejo.
-¿Qué pensás del ataque que sufre el cine?
-Todas las películas argentinas son parte de la cultura, todas son ideas de gente que nos cuenta nuestra propia historia, y me gusta poder aportar a eso en el rol que sea. Hay que defender nuestro derecho. Hacer una película siempre fue complejo, te ayude a no el Estado, aunque sea protector o promotor de la industria nacional, es un arte caro, y las estructuras de producción necesitan financiamiento. Pero hay gran valor en las historias porque hablan o plasman nuestra propia identidad. Pudimos construir algo propio. ¿Por qué lo dejaríamos de hacer? Es imperioso proteger nuestro acervo cultural, remando contracorriente, sea como sea. Es un deber que tenemos. Tenemos que invitar a ver este cine que nos interpela. Como militante de base, sin ser dirigente, creo que debemos ver cómo alejarnos de este sistema económico de valorización financiera, que deja fuera a gran parte de la gente, en muchos rubros y aspectos. Y que tiene como decisión política destratar y no valorizar lo que hacemos. Si solo mirás el negocio y nunca la transformación, la cultura desaparece. Creo que está bueno pensar que no lo podemos permitir.
La ruptura, una película de Marína Glezer
Con Alfonso Tort, Catalina Silva, Adriana Ferrer y Sergio Gorfain. Estrena: 4 de julio. En cines.