Es uno de los fundadores de Me Darás Mil Hijos (hoy Mil Hijos) y es por eso que más se lo conoce. Pero formado en realización, producción audiovisual y actuación, antes tuvo una vida, digamos, más ajetreada, de esas en las que, cuando se viaja y según a qué se dedique cada uno, carga la guitarra o muchos libros que sólo lleva a pasear: el material regresa sin un rasguido, sin una página abierta. Fueron los años (cinco en total) en los que se desempeñó como company manager y productor de la compañía Fuerza Bruta. Jefe de producción en cine y cine publicitario, también fue asesor en cultura de una diputada nacional entre 2006 y 2008) y colaborador en logística y producción de festivales como BAFICI y FIT de Buenos Aires, entre otras tareas varias.
Mariano Fernández Bussy, sin embargo, encontró casi toda su razón de ser en la música. Con ella mantiene una relación amorosa que engrandece a las partes, aunque él cree que sale mucho más beneficiado. Este viernes presentará junto a Max Aguirre un homenaje a Alfredo Zitarrosa en Pista Urbana (Chacabuco 874).
-¿Te acordás cómo fue tu primer contacto con la música?
-En mi casa había música desde que tengo memoria, vinilos de mis viejos que se escuchaban todo el tiempo, música para chicos como María Elena Walsh, entre otras cosas que ellos nos hacían escuchar. El recuerdo es ese, mucho los Beatles y las canciones de la colonia de vacaciones a la que íbamos.
-¿Te acordás de algunas de esas que aprendías en las vacaciones?
-La de Coca Cola de Jorge Schussheim que nos hacía morir de risa, y muchas canciones militantes. Mis viejos decían que nos mandaban más a un campito de entrenamiento porque había muchas canciones de militancia.
-¿A qué colonia ibas?
-Una que era conocida como la colonia de Pablo y Diana. Una pareja muy copada que en su casa hacían como una colonia de vacaciones.
-¿Y con instrumento, cuál fue el primer contacto?
-El piano. Mi abuela era pianista y siempre que íbamos nos poníamos a tocar el piano. Y tiempo después nos mandaron a clases de música e íbamos con un profe el que no me acuerdo el nombre, pero creo que era el hermano de Mex (Urtizberea),
-¿Y cuando te sentabas al piano jugabas o tocabas serio?
-Tocaba cosas y mi abuela me corregía desde su cama, porque estaba postrada. Nos corregía la nota; ella era profesora de música y pianista. Y después en mi casa mi viejo y mi vieja también tocaban. Mi vieja tocaba la guitarra y mi viejo la armónica; un caballito de batalla que me acuerdo era «Carito», de León Gieco.
-¿Aparte de la escuela qué actividad hacías?
-Jugaba al rugby, porque mi padre había jugado muchos años. Y después la música le terminó ganando el deporte.
-¿Dónde jugabas?
-En un club que se llamaba Central Buenos Aires, de Florencio Varela (formado por ex alumnos del Nacional Buenos Aires). Era como un club de amigos, éramos todos de escuelas públicas y era un club de rugby singular, que estaba muy bueno. Mi padre era entrenador y otros padres hacían otras cosas, pero estaba el grupo de amigos de toda la vida.
-¿En qué puesto jugabas?
-Medio scrum.
-¿A qué edad dejaste el rugby por la música?
-A los 16 años, 17, por ahí.
-¿Tenías alguna posibilidad de progresar en el rugby?
-Yo creo que sí. De hecho me había pasado a un club mejor, al Alumni; mejor en lo deportivo, más competitivo. Pero en realidad ahí ya había empezado a tocar la guitarra, estaba empezando a tener mi primer banda y terminó ganando la música, claramente.
-¿Te acordás de alguna derrota deportiva propia o ajena que te haya hecho llorar?
-Y, sí. Cada vez que la selección quedaba afuera de un mundial se me caían las lágrimas, claramente. La peor fue la del Diego, por supuesto. Me acuerdo que estaba con mis amigos de la secundaria, que íbamos siempre a un metegol después del colegio y estábamos ahí y dieron la noticia en la tele y nos quedamos todos, estábamos todos llorando. Fue como un baldazo de agua fría, una desilusión gigante. Fue tremendo. La imagen que la repetían una y otra vez de él saliendo de la cancha con una enfermera. Terrible. Una tragedia nacional.
-¿Tenés rituales o cábalas para salir a cantar?
-No. Cuando el camarín está muy bullicioso me cuesta un poco y por ahí me corro, me tomo unos momentos solo, como que me voy a un rincón o a algún otro lado pero para concentrarme más que por una cuestión ritual. Obviamente antes de salir tenemos el momento del abrazo, que es un abrazo colectivo con Mil Hijos y una invocación a Pugliese, con un grito casi de guerra. Eso se cumple casi a rajatabla.
-¿Seguís fascinado con las novedades musicales o preferís más hurgar e investigar en alguna tradición?
-No dejo de prestar atención a las cosas que surgen. Pero el algoritmo de Spotify debe creer que tengo 80 años (risas).
-A largo plazo, ¿cómo te imaginás como músico?
-La verdad es que con el tiempo aprendí a bajar expectativas y disfrutar más el presente. Es una gran lección esa. Entonces no sé cuánto imagino. Por lo pronto trato de no proyectar e ir pensando en la próxima canción y el próximo show. Eso ya como filosofía de vida en general. «