Marcial Gala es cubano, pero desde hace diez años reside en la ciudad de Buenos Aires. Su última novela, La máquina de ser feliz, como varias de sus novelas sus anteriores, fue publicada por Corregidor.

De su estadía en Argentina dan cuenta no sólo la incorporación de algunos vocablos porteños sino también el título mismo de la novela, tomado de la canción homónima de Charly García cuyo comienzo es el acápite de la novela de Gala: “Pedimos perdón / corriendo, enmascarando el fin / por eso te busqué / por eso diseñé / la máquina de ser feliz”. Además, Charly García “que tal vez nunca lea este libro” figura entre las personas a quien está dedicada la novela.

La máquina de ser feliz –la de Gala, no la de García– abarca la historia cubana desde 1980 hasta la llegada de Obama en 2014. En ella se desarrollan dos tramas paralelas, ambas protagonizadas por un mismo personaje, Marcel Capdevila Suárez, que escala en los cargos políticos hasta llegar al lugar más alto y, a la vez, mantiene una vida secreta de asesino compulsivo que nunca logra saciar su sed de matar.

Cuando comienza la historia, Marcel es un joven brillante que obtiene las mejores calificaciones en el colegio y cuya inteligencia parece abrirle todas las puertas necesarias para acceder al poder. A su inteligencia se suma una gran habilidad para conquistar mujeres.

De esta forma, mientras mantiene una relación platónica con Eva, tiene su primer hijo con la hija del secretario general del Partido Comunista, María Teresa, que para ocultar su embarazo fuera del matrimonio, se irá de la isla. A ese hijo le sucederán otros concebidos con distintas mujeres.

Dado que La máquina de ser feliz “prende y apaga sola”, según García, la máquina que prometía un feliz ascenso sin límites, un día se apagó para siempre.

La máquina de ser feliz es una novela polifónica ya que intervienen en ella varias voces, aunque la de Marcel es la dominante. Es su hermano Marcos quien reúne todas estas voces para dar a conocer la historia bifronte de Marcel, mientras se pregunta si su hermano fue un monstruo. Y aunque la respuesta es un sí, entiende que Marcel tiene derecho a expresarse y que esas memorias pueden servir para algo a quien las lea.

Marcial Gala

–¿Cómo se te ocurrió la idea de que el personaje principal, Marcel, narrara en primera persona y, a la vez, fuera narrado por otros?

–Siempre concebí la literatura como un proyecto coral. Siempre me interesó mucho la voz del otro. Ya tenía la experiencia de escribir de este modo en otra novela, La catedral de los negros, en la que hay muchas voces que se entrecruzan. Comencé con la voz de Marcel, pero llegó un momento en que la subjetividad era tan grande que la propia historia exigía la voz de otros que comenzaran a decir algo distinto.

Necesitaba voces disidentes del relato que construye Marcel. Aunque la primera persona es en sí misma subjetiva, se imponían otras voces como la de Marcos, su hermano, y, por supuesto, la de Eva. Así fue como la novela se fue completando y retornando a la forma de novelas muy anteriores en el tiempo. Me interesaba la estructura de la novela del siglo XIX.

–¿Por qué?

–Porque en ella la búsqueda de la verosimilitud era importante, mientras que ahora no lo es.

–¿Y cómo surgió Marcel, que no siente culpa por matar y es un genio?

–Marcel es como un espíritu de su tiempo. Trabajo con personajes que tienen un camino distinto, que están en el límite. Y siempre me ha interesado mucho la extraña definición de lo que es el bien y lo que es el mal. Goethe hace que Fausto diga: “Soy esa parte de la naturaleza que queriendo hacer el mal hace continuamente el bien”. En realidad, estamos rodeados de psicópatas aunque los psicópatas como Marcel parezcan una excepción.

Él entiende que quisiera ser bueno, pero que no puede, porque su naturaleza le impide sentir culpa. Leí un artículo de El País que decía que los líderes van a ser más autoritarios, prometerán el oro y el moro y no cumplirán y a ellos se les perdonarán cosas que no se les perdonarán a la gente común. Me refiero a personajes como Donald Trump o como Fidel Castro.

Trump abusó de una mujer, fue castigado por eso, pero fue y volverá a ser presidente. Son líderes de una masculinidad tóxica. En la novela son muy importantes la dicotomía hombre/mujer, blanco/negro

–Una vez que se conoce la verdad, el gobierno acusa a Marcel de algo distinto de los crímenes que cometió. ¿Por qué? ¿Para no poner en duda la seguridad que ofrece el Estado?

–Sí, exactamente. En su momento hubo dos palabras clave que eran una acusación para un personaje como Marcel, una era perestroika y la otra era prozrachnost que significa falta de  transparencia. Lo que caracteriza al gobierno totalitario es la falta de transparencia. Es lo peor que tuvo el llamado “socialismo real”.

La burocracia hace que todo tome un camino distorsionado. En un país así era lógico que si él era un asesino se lo condenara por cuestiones de otro tipo como la subversión. Así sucedió con el general Ochoa, el general más joven de la Revolución Cubana del que nunca se sabrá si lo mataron por ser traficante de drogas o porque, como decía mucha gente, iba a reemplazar a Fidel Castro.

–¿Vos publicaste en Cuba siendo crítico del gobierno?

–Sí, yo publiqué en Cuba. Nunca coincidí con el adoctrinamiento literario cubano, sin embargo, publiqué en Cuba La catedral de los negros que es una novela bastante crítica que ganó un premio muy importante en Cuba, el Alejo Carpentier y luego ganó el Premio de la Crítica. También publiqué en Cuba Sentada en su verde limón, una novela en que tampoco sale bien parado el sistema. Es muy fácil satanizar a Cuba estando afuera y contarle loas estando dentro. Yo creo que la verdad está en el centro.

Decir que la literatura cubana fue siempre esclava, servil al sistema no es correcto. Hubo muchos buenos escritores que publicaron la mayoría de su obra en Cuba y eran críticos. Ahora están viviendo en Miami, en España. Otros escritores cubanos hicieron una especie de realismo socialista, sobre todo después del llamado “quinquenio gris” durante el que se reprimió el pensamiento diferente, se reprimió la homosexualidad. En Cuba hay espacio para que la gente opine y diga lo que piensa.

Muchas veces las personas se autocensuran por miedo a perder viajes u otras cosas, pero siempre que quieran encuentran un espacio para decir lo que piensan. Yo no huí de Cuba. Me fui con mi pasaje y mi pasaporte en regla.

Foto: Agencia AFP

–En la novela cambiaste los nombres de dirigentes como Fidel Castro aunque pusiste otros que los hacen muy reconocibles. ¿Es un gesto que tiene que ver con el humor y no con el deseo de encubrir el nombre verdadero?

–Sí, y también era un modo de emparentar con la tradición cubana, por ejemplo, de Reinaldo Arenas con su pentagonía, las cinco novelas en que Fidel Castro es Fifo Castro. En Cuba a Fidel lo llaman El Fifo. Eso de cambiar el nombre de ciertos personajes y que sigan siendo reconocibles es algo que también utilizó Cabrera Infante.

–En tu novela no hacés quedar muy bien a Gabriel García Márquez, que también aparece con un sobrenombre, aunque es muy claro que se trata de él. ¿Por qué?

–Porque él era una presencia ineludible en Cuba, iba mucho y decía que quería escribir una novela sobre un dictador, la novela del poder desde el punto de vista socialista. Pero la personalidad avasalladora de Fidel Castro era muy aplastante, incluso ante un Premio Nobel de Literatura como García Márquez, que, además, intercedió para que muchos escritores pudieran salir de Cuba porque a él Fidel lo escuchaba.

Cabrera Infante cuenta cómo Fidel hacía callar a Nicolás Guillén. Creo que fui benévolo con García Márquez que la novela se llama González Martínez. Marcel dice siempre que le gustan los libros de González Martínez.

–¿Por qué elegiste que Marcel fuera matemático aunque también le interesaba la literatura?

–Eso es un guiño a mi amor a la matemática que es algo que viene de familia. Mi padre era ingeniero y era muy bueno en matemática. Yo soy arquitecto y, cuando estudiaba la materia en la que siempre sobresalía era en matemática. Tengo un hermano que se graduó como ingeniero y también es bueno en esa materia, lo mismo que un tío. La matemática es muy cercana a nosotros.

–¿Y por qué no te dedicaste ni a la arquitectura ni a la matemática?

–Porque la literatura es aún más fuerte. Siempre supe que quería escribir, aunque no sabía cómo porque en Cuba no hay una carrera de escritor. La carrera de Letras era una de las más buscadas y por eso había pocas plazas. Pero nunca se me ocurrió seguirla. En mi casa había libros de historia y de ingeniería, no de literatura. No tenía a nadie cerca que me pudiera orientar. Pero no me arrepiento de haber estudiado arquitectura y sobre todo, de haber tenido una relación con la matemática.

Entonces Marcel tiene algo tuyo.

–Sí, en el sentido de que le gustan la matemática y el mar. Pero a mí nunca me gustó el poder. 

El nacimiento de los personajes de La máquina de ser feliz

–¿Cómo fueron apareciendo los personajes en el transcurso de la escritura de La máquina de ser feliz?

–El primero que apareció fue Marcel. Creo que tiene que ver con lo que estaba leyendo en ese momento. En realidad, con lo que estaba gozando en ese momento, que era la lectura de Toni Morrison. En el personaje del hombre negro, solo, en la calle, puedo decir que vi a Marcel vestido de uniforme, alto aunque era un chico de 15 años. Marcel es un personaje que no tuvo infancia porque la infancia termina cuando pierdes la inocencia y Marcel nunca tuvo inocencia o la perdió muy temprano. Por otra parte, lo que caracteriza mi manera de escribir es el homenaje a los escritores y escritoras que forman parte de mi acervo, que me hicieron el hombre que soy y que van de los escritores cubanos, al propio García Márquez y Borges hasta Céline y su Viaje al fin de la noche con ese personaje signado por el mal. Quizá porque no soy un hombre violento, la violencia siempre me ha resultado atractiva, me motiva a tratar de entenderla.

–¿Y cómo surgió Eva?

–De un recuerdo. Cuando tenía yo 15 años, un día iba caminando por el malecón y me encontré con una chica que se iba a suicidar. Estuve convenciéndola de que no lo hiciera. Sentía que le estaba diciendo las palabras justas. Nunca la volví a ver. Pero esa chica estaba dentro de mí y cuando comencé a conformar el personaje de Eva, volvió a aparecer.

El asesino serial, ¿un fenómeno capitalista?

-En tu novela mostrar el lado oculto de Marcel. Todos tenemos nuestro lado oculto, pero no todos somos asesinos. Es curioso cómo él combina su talento de trepador político con ese lado tan oscuro y sólido.

-Sí, es curioso, pero las cosas que en la novela parecen más absurdas, más tiradas de los pelos,  son las más cercanas a la realidad.  Hay asesinos seriales a los que nunca descubren. Otros que son descubiertos 40 años después por el ADN. Marcel comete algunos asesinatos en su propio beneficio y otros por el mero impulso que tiene de matar. En el socialismo no se había establecido aún el perfil del asesino en serie.  Además,  Marcel era un asesino azaroso, no mataba siempre de la misma forma. época se decía que el asesinato en serie era un fenómeno capitalista. Pero hubo un famoso asesino en serie soviético,  Andréi Románovich Chikatilo, que era miembro del Partido Comunista. Ser miembro del Partido, ser miembro de la juventud comunista en Cuba creaba como una máscara y si el asesino era miembro de la nomenklatura  se hacía muy difícil juzgarlo.