A la vuelta de la casa de la infancia, Marcelo Méndez jugaba en un campito. Vivía con sus padres y su hermana en Paso de la Arena, al oeste de Montevideo. Antes y durante el baby fútbol en Huracán, Sagrada Familia y Urreta, volvía de la escuela a las cinco de la tarde, saludaba, dejaba la mochila y enfilaba hacia el campito. “Como todo chiquilín, porque estaba el grupo de amigos del barrio para jugar al fútbol, a la escondida, a la mancha, o hacer alguna travesura. Era divertirnos, hasta que se escuchaba el grito de una madre”. Marcelo Fabián Méndez Russo -43 años, como futbolista defensor central con pasos por Independiente (2005/06) e Independiente Rivadavia (2010/11) en Argentina y Fénix, Peñarol, Montevideo Wanderers y Huracán de Paso de la Arena en Uruguay- es el actual entrenador de Gimnasia La Plata, de buen andar en la Liga y en cuartos de final de Copa Argentina, en los que se enfrentará a Boca. Campeón como DT del Torneo Clausura 2020 con Liverpool y de la Copa AUF 2022 con Defensor Sporting, Méndez -el Gordo, para los amigos- habla de su amor por el juego.
-“No tenemos miedo, hay que sacarse el temor, jugar y ser valientes”, dijiste en mayo tras tu primer partido como DT de Gimnasia, 3-1 a Vélez en La Plata, primera fecha de la Liga. ¿Hay demasiado miedo?
-Sí, por las presiones y las exigencias ese miedo está ahí. Muchas veces el jugador juega a no equivocarse en vez de jugar a acertar, y no asume riesgos por ese temor a equivocarse. Es difícil, pero es parte del juego y de la vida: arriesgar, jugar, y si te equivocás, aprender y no volver a hacerlo. A veces, lo que se dice o lo que hay en juego es muy pesado y pareciera que es mejor no intentar, no equivocarse y pasar desapercibido, en lugar de arriesgar, porque si me equivoco quedo expuesto. Es el mensaje que damos los entrenadores. Si decís “jugá”, la perdemos y viene el rezongo, o la perdemos y todos me apoyan para que siga jugando. El jugador lo percibe; por eso es muy importante el mensaje de cada entrenador.
-¿Qué hace un entrenador?
–Los entrenadores gestionamos personas y emociones. El futbolista, como el entrenador, está expuesto a que todo el mundo hable de su trabajo. Todos opinan de cómo jugamos. Y hay ciertos días, por más que te guste tu trabajo, que no tenés ganas ni de entrenar. O problemas personales, familiares, amorosos. Son personas como cualquier otra que se exponen a que hablen de su trabajo. Y capaz esa persona baja el nivel porque la está pasando mal. He tenido charlas con jugadores a los que les he llegado a preguntar si estaban bien para jugar un partido y se pusieron a llorar porque tenían problemas en la casa. Y pasé de preguntarle si estaba para jugar a emocionarme con el jugador porque había encontrado que había bajado el nivel por un problema extrafutbolístico. Manejamos cierta información de la que el hincha y la prensa no tienen ni idea, y tampoco tienen que saber todo. Es difícil gestionar a 30 personas, saber qué les pasa, qué siente cada uno, involucrarlo en una idea en común. Me considero un líder democráctico, pero cuando tengo que tomar alguna decisión no me tiembla el pulso. Soy muy abierto a la hora de hablar y de ejecutar reglas de convivencia. Tratamos de buscar niveles de trabajo para que la gente esté contenta, que llegue y pueda disfrutar. Sostener en el tiempo un buen clima de trabajo es esencial. Hemos llegado a un club y capaz no teníamos mucho tiempo de trabajo. “¿Vienen marcando en zona o al hombre?”. “Al hombre”. A nosotros nos gusta en zona. “Bueno, tá, vamos a marcar en zona”. “No, pero mejor al hombre por esto”. Y te dan argumentos válidos y hemos cambiado de opinión si se sentían más cómodos. Si sos cerrado y querés imponer, no pasa. O vos les podés argumentar y los terminás convenciendo y sacás el mismo provecho. El ser abierto te da para adquirir cierta información, que si fueras autoritario o te creyeras el dueño de la verdad, no la tenés.
-¿Cómo se trabaja la capacidad cognitiva del futbolista?
-Nos encanta que nuestro equipo sea dinámico, pero que tenga un sentido: antes de correr, hay que pensar para qué voy a correr, para qué vamos a correr o a hacer ciertos movimientos o en algún momento participar y, en otro, no. Lo primero que buscamos los entrenadores es al jugador inteligente, que piense antes de ejecutar. En algún momento, de los 90 hasta principios de los 2000, parecía que el fútbol iba para el lado físico. En el Mundial 90, Argentina pierde con Camerún. Se va hacia la potencia de los jugadores, la exuberancia, los abdominales marcados. Y después aparecieron dos enanitos, Iniesta y Xavi, y demostraron que el físico, medir dos metros, no era tan importante, que era más importante lo intelectual, lo cognitivo. Hoy cada vez hay menos tiempo en el fútbol, y el jugador que toma mejores decisiones en menos tiempo, marca la diferencia. Lo cognitivo es más difícil de entrenar que lo físico. En la élite, el estado físico es fundamental. Yo peso 100 kilos y no puedo jugar. Tratamos de darles herramientas al jugador, de representar situaciones que se puedan dar en el campo: dónde están los espacios, dónde puedo causar más daño. Si las vivenciás antes, cuando te las encuentres, vas a estar preparado para resolverlas. Hablamos sin oposición, porque tenés un adversario que va a intentar que no las puedas resolver. Ahí entra nuestra lectura. Ayudarlo a pensar está buenísimo y muchas veces el jugador nos ayuda a nosotros porque intenta resolver una situación de distinta manera pero con eficacia. Estamos muy abiertos al ida y vuelta con el futbolista, porque realmente los que ejecutan el juego son ellos.
-¿Qué significa ser un jugador “inteligente»?
-La inteligencia ayuda al jugador a ejecutar mejor. No sólo la vinculo con la creación, con la pelota. Hay jugadores inteligentes que capaz quedan dos contra uno en defensa y temporizan, no salen a perder, y si no tienen esa lucidez para pensar en ese momento van a perder, se la pasan a otro y nos meten un gol. Pero si tenés un segundo para pensar, temporizás hasta que llegue algún auxilio o cobertura a ayudarte. La inteligencia a la hora de manejar los tiempos de un partido, hasta para hablar con el árbitro. Si vos conocés el reglamento, tenés conocimientos, y vas a hablar con el árbitro de una forma que te va a intentar escuchar. Si les hablás agrediendo o medio vulgar, como casi todos les protestan, no. Ahora, si manejás cierto léxico del reglamento, al árbitro lo sorprende y te puede llegar a prestar un poco más de atención.
-¿Por qué le sugerís al futbolista que “mueva” la cabeza por fuera del fútbol?
-A cualquier persona le ayuda tener conocimientos, leer o hacer algo te gusta. Y, sobre todo, por lo que viene después del fútbol. Sufrí el después del retiro, que no pasa por la plata. No saber qué hacer y que te sobre parte del día es muy bravo. Algo te tiene que gustar: curso de cocina, estudiar un idioma, ingeniero en computación, carpintero. Te sirve para vincularte con gente, para abrir la cabeza, para pensar. Te va a sumar. Cuando tenés mucho tiempo libre, tenés mucho tiempo para pensar. Cuando dejé de jugar, por más que estuviera con mi señora y mi hijo, se iban al trabajo y a la escuela y me quedaba todo el día solo en mi casa, y la casa te empieza a absorber, y capaz que cambiaste el sueño y al otro día dormís un poco más y no tenés rutina. También los cimientos que se tienen en la casa son fundamentales, porque hay jugadores de 16 años que mantienen a toda la familia. Y muchas veces los padres no les ponen límites porque son los que paran la olla, los que hacen que ellos no trabajen, y el jugador de 16 años hace lo que quiere. Todo eso, en algún momento, se paga. El fútbol es recontra cambiante. Hoy estás arriba y, si te la crees, te pega y te tira de cabeza al piso.
-“El juego del fútbol es hermoso -dijiste-. El entorno, a veces detestable”. ¿Qué detestás?
-Lo más sano es el juego, jugar en un campito con amigos o profesionalmente. Jugar, salir a la cancha. Pero después hay un montón de cosas que son un asco, parte también de la sociedad. El engaño, el menospreciar, el estar de moda, el ser reconocido por los demás, el cuánto cobrás, el que ese entorno te haga creer cosas que no son. Hay mucha crueldad dentro del fútbol. Están las redes sociales. (Mauricio) Larriera, entrenador uruguayo que dirigió en Newell’s, dice: “Las redes cloacales”. No quiero abrir esa puerta. Bien utilizadas ayudan a mucha gente, pero también no tolero que Carlitos que está en Canadá opine de un partido que no vio, y que no sepas si tiene 12 o 89 años, o si es Carlitos o un anónimo. El mundo transita por la crueldad de las redes. Y al futbolista se lo denigra porque la gran mayoría viene de clase media para abajo. Está perfecto si venís de otra clase social, podemos jugar todos. Pero en general se lo denigra. Eso siento en Uruguay y en Argentina no sé si estamos muy alejados. Al jugador de la selección, no. Es ejemplo, se lo idolatra, pero al de la B Nacional le dicen: “Ah, éste juega al fútbol…”. Hay cierta denigración. Ese jugador después va a la selección y, de un año para el otro, es prestigioso y le dan el derecho a opinar de un montón de cosas y capaz hacía un año decía lo mismo y le decían: “Qué dice éste, qué sabe”. A veces, por frecuentar ciertos lugares viniendo de otro, te menosprecian, te miran de costado. Sin tener prejuicio, sin sentirse menos que nadie, pero es la realidad. Te lo hacen sentir. “Ganadería extensiva”, dijo alguien acerca del fútbol y de los jugadores en Uruguay. Esa “ganadería extensiva” no sé cuántos puntitos del PBI son, eh.
-¿A qué llamaste que un equipo juegue en “modo Play”?
-Un chiquilín de Séptima ya se cuida en la alimentación, que en mi época ni se registraba. Cada vez se profesionaliza a más temprana edad, hasta tener representantes, los que van a buscar chicos al baby fútbol, y estamos hablando de niños. Así se va perdiendo el amor por el juego, aunque algunos lo mantengan. Y nosotros, los entrenadores, también se lo quitamos. Por lo general, los entrenadores, en vez de liberar a los jugadores, los limitamos un poco para que todo salga como queremos. Y a veces pueden resolver de otra manera que es recontra válida: celebro situaciones de juego en las que, en lo previo parecen una cosa y los jugadores ejecutan o resuelven de otra con su personalidad. Me pone contento que se animen más allá de que cómo les salga. Si probás tres veces y no salió, bueno, intentá hacerlo como te dijimos. Pero los entrenadores quitamos un poco esa iniciativa, ese campito. No gambetear en cierta zona, jugar a dos toques, mantener la posición, “fijar” una marca, “jugar sin pelota”, el recorrido. Por más que le intentes transmitir un orden táctico, lo limitás, le sacás un poco la impronta por querer que salga todo como vos querés. Y cada vez se pierde más el juego y se le quita libertades al jugador de campito. Hay responsabilidad de todos, del entorno también. Al profesionalizarse tan temprano pierde un poco el amor por el juego. Las exigencias aceleran la maduración. Por lo general, el jugador juega hoy más por un estatus, por un reconocimiento, que por el amor al juego.
-Tu hijo te dijo, después de que dejaras de ser el DT de Defensor Sporting a finales de 2023: “Por lo menos este verano no vas a estar hablando todo el tiempo por celular”. ¿Cuánto agota ser técnico?
-Desde que asumimos en Liverpool en 2020 hasta Defensor, pasando por San Luis de México, estuvimos cuatro años sin parar. Tenés días libres, pero seguís trabajando. Pleno verano, día libre para descansar, pero estás en período de pases hablando por teléfono, que se va uno, que viene el otro, que dónde va a ser la pretemporada. No vas al espacio físico pero trabajás desde tu casa mirando jugadores, o mentalmente. Cada vez estoy más convencido de disfrutar más, si no nada alcanza y vas detrás de esa zanahoria pero no llegás nunca. ¿Para qué hacés todo? Somos privilegiados, pero a veces entrás en una rosca que nada alcanza y lo que lograste no lo disfrutás. El desgaste psicológico existe todo el tiempo. Este año empecé con un psicólogo; nunca había hecho terapia. Es permitirme incluso la frustración, porque pierdo dos partidos y me cuesta irme a tomar un café. ¿Por qué no podría salir a la calle? ¿Porque me van a decir algo? ¿Por vergüenza? No está bueno. Ser entrenador es planificar tareas, gestionar grupo, no sólo el fútbol. Por más que se aprenda a delegar, sos la cabeza. Y si es algo futbolístico: estar viendo una película o una serie y acordarte de algo que pasa y anotarlo, o estar pensando en la práctica del día siguiente. La cabeza del entrenador no se apaga. Es una profesión que te exprime la mente, y hay momentos que no te desprendés, sobre todo por el entorno. Voy a comer un asado con mis amigos y me preguntan: “¿Cómo es Gimnasia?”. Seguís hablando de fútbol.
-¿Tenés una anécdota con Maradona?
–Sin ser el personaje de Capusotto, sí. En 2005 paso de Fénix al Junior de Barranquilla. Y nos toca jugar por Libertadores con River. Él estaba en Colombia porque se iba hacer el “cinturón” gástrico. Nuestro entrenador era el Zurdo López, que lo había dirigido en Argentinos. Yo hacía 15 días había llegado y me toca quedar afuera. Sabía por el Zurdo que Maradona iba a estar en el estadio. El ser jugador te da ciertos privilegios de pasar por las tribunas principales. Estuve todo el primer tiempo buscándolo, ni vi el partido. El estadio, explotado. No lo podía encontrar, no sabía dónde estaba. En el entretiempo bajo al vestuario y, cuando subo, por las escaleras cuadradas del Estadio Metropolitano, llego a un quiebre de la escalera y era todo policías. Me quedé quieto y lo vi venir: una remera amarilla, gigante, y tá, lo único que dije fue: “Diego”. Y le di la mano. Fue el único contacto que tuve: no es poco, le di la mano. Podría exagerar y decir que me dio la mano izquierda. Después lo vi cuando fuimos con Independiente a jugar contra Boca en la Bombonera, en su palco.
-¿Qué es Gimnasia La Plata?
-Es una posibilidad de trabajo, pero Gimnasia me genera una responsabilidad linda, de querer responder. El cariño que vivimos hasta ahora en La Plata es incomprensible. Dirigí tres prácticas y en la presentación me gritaron: “¡Uruguayo, uruguayo!”. Uno se pregunta, pregunta: “¿Pero por qué, bo?”. El hincha de Gimnasia es muy pasional, pero tengo claro la relación amor-odio. Ahora es todo amoroso pero, como siempre la culpa es del técnico, en algún momento por perder algún partido puede llegar a cambiar. Es parte del juego que jugamos todos. Llegamos a un fútbol muy pasional, con cierto grado de locura que está buenísimo, pero hay que mantener ese famoso equilibrio. Trato de involucrarme, investigar cosas de Gimnasia. El hincha me ve espontáneo: soy así. No te voy a hablar con palabras difíciles para que creas que sé de fútbol: no lo puedo sostener en el tiempo y no me interesa hacer creer eso. Ser una persona honesta, tratar de ser ubicado, respetuoso, tranquilo, no irse de boca, no vender humo: eso sí. A la larga, el hincha lo ve. El fútbol es una montaña rusa de emociones, estás todo el tiempo subiendo y bajando y te tenés que adaptar. De ahí que sea fundamental mantener el equilibrio, porque te volvés loco si pensás que sos el mejor y, al mes, porque no se te dieron los resultados, que tenés que retirarte y no dirigir nunca más. Es complicado vivir así.