La Selección Argentina era la mejor del mundo antes del partido de anoche. Y después también.
Emiliano “Dibu” Martínez era uno de los mejores arqueros del mundo antes del partido. Y después también. Lionel Scaloni era uno de los mejores entrenadores del mundo antes del partido. Y después también. Y Lionel Messi es el mejor del mundo.
Nada cambió. Absolutamente nada se modificó después de la derrota 2 a 0, en La Boca, frente a Uruguay. Porque el partido no lo perdió la Argentina, sino que lo ganó la Selección uruguaya.
Lo gana a partir de la noble construcción integral de un entrenador que también es argentino. ¿O es casualidad que cada uno de los integrantes del cuerpo técnico campeón del mundo lo vaya a abrazar? Lo elogie, lo recuerde con afecto sincero. Hasta Messi lo reconoce: “Se ve su mano. En todas las selecciones y clubes en los que estuvo se nota su trabajo. Tienen una buena camada”, dijo del 10, llenando de elogios a su coterráneo.
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Ganó Bielsa por el discernimiento del juego, por el convencimiento que consiguió volcarle a un combinado al que se animó a renovar.
Ganó Bielsa por lo que logró en este inicio de ciclo al transformarse en el primer entrenador de Uruguay en anotarse triunfos legítimos frente a Brasil y Argentina en la misma Eliminatoria.
La “celeste” expuso en el campo cada una de las principales virtudes que siempre tienen los equipos del “Loco”: protagonismo, verticalidad, dinámica, buen juego, ataques por las bandas, desbordes y esa concentración marca registrada del fanático de Newell’s Old Boys.
Ganó Bielsa porque fue más lúcido que Scaloni en el duelo de ajedrez y por eso se impuso en la batalla táctica.
Ganó Bielsa porque logró que Uruguay le juegue de igual a igual a Brasil y Argentina, prefiriendo proponer antes que “limitar al rival”, sin por ello renunciar a su ADN.
Para Argentina es una derrota “a tiempo” porque siempre es saludable y hasta conveniente encender las alarmas cuando hay margen para corregir y principalmente cuando los resultados no son un aspecto asfixiante. Pero principalmente porque la revancha está a la vuelta de la esquina, en un escenario como el Maracaná y frente a otro clásico rival. No puede haber oportunidad mejor que la de la próxima fecha de Eliminatorias para la Selección.
Reconocido por los mejores en el mundo, con Pep Guardiola a la cabeza, Marcelo Bielsa llegó a La Boca en silencio, saludó a todos, brilló por su abrazo con Aimar y su reconocimiento a Scaloni. Permaneció sentado en medio del fervor de su equipo, con la mirada en un punto indescifrable cuando Araújo convirtió el primer gol. Se mostró paternal al inclinarse y consolar a un Maxi Araujo compungido por una lesión que se presume grave. Y, además, tampoco se hizo cargo de ninguna porción del triunfo en la rueda de prensa.
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Qué país distinto seríamos con muchos más “Bielsas”. Y con muchos más “Messis”. La crisis de valores casi no estaría en agenda. Eso sucede cada vez que la dignidad, el respeto y la humildad son comunes denominadores.
Anoche ganó Bielsa. Y a no pocos les tapó la boca. Un entrenador elogiado, criticado, admirado. Un técnico con herramientas propias y que aún en la polémica es un personaje singular que no te deja indiferente.
Es cierto que a nadie le gusta ver perder a la Selección. Pero a muchos nos gusta ver ganar a los equipos de Bielsa, ese “Loco” que siempre morirá con las botas puestas. *
*Nota escrita por Guillermo Memo García, lector de Tiempo.