“Esto era un Cromagnón en el bosque, donde sólo faltaba la persona que ingresara con la bengala”, se lamenta Manuel De Lucía, coordinador de la agrupación Mallín Ambiental e integrante de la Asamblea en Defensa del Agua y la Tierra (ADAT).

Y profundiza: “Incendios como este tienen responsables más allá del acto personal de quien lo haya o no encendido: hay intenciones políticas. Acá hay poderes enormes que están ejerciendo represión a través de la quema. Hay intención de gentrificación, de mover a las personas a través del fuego o quemarnos vivos”.

Manuel De Lucía es un activo participante en la defensa de los bosques y el agua. Casi todos lo conocen y respetan en El Bolsón, donde también participa del Frente Rural y se desempeña como docente terciario diplomado en Educación Ambiental por la Universidad Nacional del Comahue. Un jugador de toda la cancha y a tiempo completo.

Luego de una breve entrevista con el colectivo autogestivo e independiente “Al Margen”, de Bariloche, Manuel conversó en profundidad con Tiempo Argentino en El Bolsón, donde ahora pasa sus días como brigadista en la primera línea de fuego, o colaborando en su descanso como voluntario en las organizaciones que garantizan la logística de la retaguardia.

Explica que el incendio desatado el jueves 30 en el acceso a la red de refugios del Área Natural Protegida Río Azul-Lago Escondido (Anprale), tiene historia, advertencias, complicidades, reclamos y silencios públicos que las élites de la zona han logrado mantener bajo la alfombra para garantizar la continuidad de sus negocios turísticos, inmobiliarios y forestales, que ahora necesitan expandir.

“El Anprale fue fundado en 1994, y desde entonces ningún gobierno fue capaz de gestionar un plan de manejo. Y lo que vemos hoy es la consecuencia de la falta de financiamiento y de políticas públicas para proteger espacios donde se invita de forma masiva al turismo”, analiza.

De Lucía ofrece datos precisos: “A pesar de que el área tiene 65 mil hectáreas, solo hay seis guardias ambientales”. Y prosigue: “Por este lugar transitaron 120 mil personas en sólo dos meses entre las temporadas 2021 y 2022. Pero hay falta de estadística y de registro. No se sabe, por ejemplo, cuántos accidentados hay por año. Hay una total ausencia de protección civil sobre un turismo desmedido”.

“Tenemos un listado enorme de papeles y solicitudes que hemos realizado para tener un relevamiento real para llevar a la Justicia. Pero todo nos ha sido negado. Nunca nos han respondido ninguna nota; tengo un talonario enorme de notas presentadas en el Municipio y la Provincia pero ninguna con respuesta. Siempre nos han ninguneado”, cuenta Manuel.

 “La pérdida que hemos tenido es consecuencia de la negligencia en el manejo de 30 años del área, donde los vecinos hemos pedido millones de veces actividades preventivas, manejo, organización logística, un aforo máximo de personas por día. Y eso nunca se escuchó, nunca se trabajó ni se financió. Eso nunca se respetó”, completa.

La prehistoria del incendio que brinda Manuel De Lucía revela que no solo hubo, eventualmente, un incendiario, sino un conjunto de manos previas que encendieron la chispa: “Pasaron 120 años desde el último incendio en este lugar, había mucha biomasa acumulada. Y todo eso tiene consecuencias nefastas, es como atar un elefante con un hilo de coser”.

“Hay muchos responsables detrás de esto”, acusa.

De Lucía acentúa el dato de que hubo avisos desoídos, porque está probado y documentado que las organizaciones populares de la zona lo venían denunciando: “Veníamos teniendo mesas de diálogo con todas las instituciones que son responsables hoy de que esto se haya producido, de que las casas de mis vecinos se hayan quemado por completo y hayamos perdido el 90% de la producción de nuestras chacras. De que se hayan perdido vidas”.

“Hay familias que perdieron todo, no les quedó ni el broche donde colgar la ropa. Todo es cenizas: las casas, los corrales, los alambres, los frambuesales, la fruta fina, los tractores, la apicultura, la fruta a punto de ser cosechada, la leña para este invierno. El fuego no reconoce alambrados ni clases sociales sino que avanza y destroza lo que encuentra a su paso. Y todo lo están pagando mis vecinos, los animales que se quemaron vivos, los bosques, los ecosistemas que costará siglos recuperar; hemos perdido alerces milenarios, cipreses de 500 años”.

Como contracara de las pérdidas, de la responsabilidad del Estado en las causas y su ausencia ante las consecuencias, De Lucía elige resaltar la enorme movilización social de la Comarca en respaldo de las víctimas y los brigadistas.

“Es una de las manifestaciones más claras de lo que es la Comarca Andina, porque el incendio es ahora en el Mallín Ahogado y la misma gente que hace días perdió todo en el fuego de Epuyén hoy viene a dar una mano. Vienen de Lago Puelo, de El Hoyo, El Maitén. La comunidad es impresionante. Así como nosotros no dormimos para apagar el fuego, ellos no duermen para preparar una vianda, reparar una motosierra, enmendar un borceguí quemado. Se armó una red que no tiene medición en costos, una red humana que quiere salvar al bosque y salvar a los vecinos”, cuenta Manuel.

De todas maneras no es la pérdida material lo irrecuperable: “Perdimos los dibujos de los niños, las marcas de 30 años de historia. Las chapas se consiguen porque la gente está siendo muy generosa, hay mucha donación. Pero toda la otra historia que uno va legando, lo que va viviendo, eso se perdió”.

Y advierte: “Pese a todo mantenemos la fuerza de ser pobladores, la fuerza de ser personas que convivimos con la tierra, que vivimos de la tierra. Y no vamos a quedar en este territorio porque esa es nuestra decisión”.