Una noche, la chica que trabaja con vos te puede decir que la acompañes a escuchar una banda: Camionero. Son sólo dos, como los White Stripes, pero del Conurbano, digamos. Van todos y tus amigos también. Al camión lo manejan Joan Manuel Pardo, en voz y guitarra, y Santi Luis, en batería, bigote manubrio y coros. Llevan la carga bien pesada. “Si trabajaste todo el día para el capital / Si tuviste un amor de los que no pueden durar / Si lloraste todo el día y no podés más”, dice uno de los temas, andá a ver al Camión y curate el corazón.
Es la última fecha del ciclo «Tracción a sangre», en las alturas del Morrison Club Cultural de Boedo. Pasaron por ahí todos los discos de la banda el último mes, uno por fecha. Hoy le toca a Club Camionero (2021), un día después de que el país paró contra la motosierra. Telonean las Playa Nudista. Todo se vuelve muy The Cramps y ya están todes moviendo las rodillas antes de la medianoche. Viene Camionero.
En la otra punta del gran salón, Luciana hace magia con una agujita de oro. Zurce y zurce parches a la gorra con su máquina de coser en el nutrido puesto de merchandising. Integra la familia camionera, una banda que sigue a sol y sombra al dúo en escenarios grandes, medio pelo y del subsuelo de la patria sublevada. La piba le da play a la Singer contra una campera de jean empapada de shows. Esas manos diestras son por sí mismas un monumento vivo del under, las manos que hilvanan el hilo del que penden las historias de una banda. Que no se corten.
“¡Dale, Camión! ¡Dale, Camión!”, se escucha en tono mundialista. Sucia y desprolija responde la viola de Joan. La primera canciòn es «Cuero negro». Suena fuerte el disco más prole de Camionero, el que los tiene a ellos peleando a las patadas en la tapa. Hay entre sus letras palabras de Marx y César Vallejo. Hay literatura. Mucha poesía. Piedras blancas sobre piedras negras. Calle. Alienación. Se lee en los visuales el Manifiesto comunista.
Desfilan por el disco personajes de la noche, del rock, de los márgenes. Andan por el Morrison capuchas, boinas, chalecos de mil parches oxidados y borceguíes corroídos. La voz de Joan estira las vocales, tranquila. Resalta las n. No importa qué toque cantar. Aguda, resfriada, a veces no se llegan a escuchar bien las palabras por separado. La guitarra, en el estómago. Hace equilibrio sobre una pata. Los golpes del mosquetero Luis en la batería separan las sílabas, golpean las palabras hasta que no hablan más. Es lo que hace sonar la banda a Pappo, a Manal y Vox Dei cuando se mezcla con la viola de Pardo. Corre una nostalgia del rock que ya no es, se funde con el olor a droga. No es posible no mover los pies, el pogo es menester. Somos por una noche socios del mismo club. Ricos chicos.
Los pibes, la mayoría del público, ya están golpeándose por ahí muy cerca del escenario. “Y lo que se interponga / tendrá la forma / que yo disponga”, grita Pardo en “Genio del Abasto”, himno de Club Camionero y una aguafuerte porteña digna de pertenecer a la serie sobre el barrio que ha hecho el rock nacional. Es la favorita, ahora y siempre, de los que bancan al Camión. Al final, la fecha intercala temas de ambos discos. El contraste genera una narrativa, espejos que no reflejan exactamente lo mismo. De las voces del abasto porteño a “Lo hago mal me siento bien”, la rebelde y canchera del último disco, Todo lo sólido se desvanece en el aire (2023) -la frase es de Marx-. Se la saben todos.
El humo de la máquina brota casi del bombo de Santi, las gargantas se queman y se apagan a birra. Está pesado en Morrison y el dúo sigue adelante, quinta a fondo. La pedalera de Pardo turna las distorsiones porque es guitarra y bajo a la vez. El clavijero sufre pero sobrevivirá. Lo mismo para las piernas en el pogo, que agitan sin cejar. La noche se va a ir, se está yendo y se va con los volúmenes al mango. Cierra “999 calorías”, de los primeros temas de Camionero. Queda muy bien ese número largo cantado. Difícil de sacarse la carga. La vas a repetir mañana. “Cruza la noche / su camión”. ¡Dale, Camión! ¡Dale, Camión!