A Soledad Almada se le quiebra la voz cuando repasa cómo vivió la primera etapa de la pandemia de coronavirus. Cuando salía a las calles vacías de Córdoba, bajo una cuarentena recién estrenada y estricta, para atender a pacientes en el Hospital Oncológico, donde los tratamientos de radioterapia no podían interrumpirse. Cuando, al volver al barrio, sentía que los pocos vecinos y vecinas que se cruzaba la miraban con miedo. Como se miraba a quien pisaba hospitales en tiempos de incertidumbre sobre cómo se contagiaba el virus. Sus hijas, mellizas de diez años, percibían eso. Y también sentían miedo: no querían que volviera cada día a ese lugar donde podía enfermarse. Un año y medio después, están envalentonadas por la vacuna. Fueron las primeras niñas en su familia en recibirla –mientras sus primos esperan el turno- y estaban tan ansiosas que filmaron todo el proceso para compartirlo en Instagram, como flamantes usuarias de redes sociales.
“Ellas vivieron conmigo esto de esperar la vacuna. A mí me tocó en febrero por ser trabajadora de la salud y ellas estaban: ‘¿Cuándo nos toca?’”, cuenta Soledad, radióloga y mamá de Isabella y Angelina. Recibieron su primera dosis dos días después del inicio de la campaña de vacunación a niños y niñas de tres a once años en todo el país, que comenzó con la distribución de 2.006.300 dosis de Sinopharm, mientras otros nueve millones permanecían en stock exclusivamente para esta franja. Para las mellizas y su mamá, será un motivo de festejo extra en el Día de la Madre, después de una etapa dura. “Me acuerdo y me dan ganas de llorar. Desde la salud se vivió muy difícil el vínculo con la sociedad. Todo el mundo sabía que trabajabas en un hospital, te miraban de lejos. Y las nenas se daban cuenta”.
Pinchazo y premio
En la familia de Johana Méndez, el miedo principal era al aislamiento obligado por el contagio. Su hija menor, de siete años, lloraba ante la posibilidad de que tuviera que recluirse en un hotel. Por su trabajo como enfermera en el Hospital Moyano, y luego en la Unidad Febril de Urgencia (UFU) instalada allí, estaba en contacto directo con pacientes Covid. Las rutinas y las tareas de cuidado se vieron trastocadas por la pandemia y su hija mayor, de 15, quedó gran parte del tiempo a cargo de la menor. Llegar tarde a casa era encontrarse con los comprensibles reclamos de atención.
Con las vacunas, llegó el alivio. Apenas abrió la inscripción para la inoculación pediátrica, Johana anotó a su nena. “Fue algo súper hablado con ella. Como soy trabajadora de la salud, ella ya tenía mucha información, más allá del miedo que implica para un niño que lo pinchen”. Después de la dosis, hubo premio en forma de juguete. Y planes para seguir el festejo este domingo, en una familia que le puso el cuerpo a la pandemia: Johana, sus dos hermanas y su mamá son enfermeras.
Natalia Ojeda también lo es, en el Hospital de Niños Ricardo Gutiérrez. Tanto ella como su nene de ocho años tienen enfermedades crónicas respiratorias, consideradas factor de riesgo ante el Covid. Pese a eso, le costó acceder a una licencia y durante parte de la pandemia siguió yendo al hospital. Madre soltera de tres hijos de 24, 17 y 8 años, trató de limitar al máximo el contacto con ellos por temor a contagiarlos.
“Al principio era todo muy desconocido y buscábamos protocolos internos en las familias. Me cambiaba antes de entrar o iba directo al baño, usaba toallas distintas, pasé a dormir en un sillón para no compartir la habitación con mis hijos”, cuenta. Por su trabajo, vio a nenas y nenes con coronavirus y quedando con cuidadores desconocidos cuando madres y padres contagiados se agravaban. “Al haber estado ahí y ver la muerte por Covid, siempre quise la vacuna”. Este domingo lo pasará en el hospital. El regalo llegará un día después, con la primera dosis para su nene en el vacunatorio del club Talleres, en Remedios de Escalada.
Miedos y medios
La vacunación pediátrica contra el Covid comenzó en la Argentina con ritmo vertiginoso. En las primeras 24 horas ya habían recibido su primera dosis más de 106 mil nenes y nenas de tres a once años. Hasta el viernes último, la inoculación había llegado a 447.979 personas de esa franja etaria, según datos del Monitor Público de Vacunación.
Pero las cifras no borran los miedos. Silvia Peralta, bioquímica en el Hospital Rawson, de Córdoba, no dudó en vacunar a su nene de nueve y su hija de seis años. Con dos décadas de trabajo con enfermedades infecciosas, lidió con el VIH, el dengue, epidemias de gripe. Pero con el Covid fue distinto: “Fue empezar a ver la muerte”. Para ella, la vacuna «representa la esperanza”, y se indigna cuando analiza el rol que cumplieron los medios: “En Córdoba tenemos un medio muy fuerte, Cadena 3, donde se replicaron afirmaciones sobre la vacuna como no segura, y eso jugó en contra. Cuando algunas madres tienen dudas, les mando trabajos científicos que puedan entender o explicaciones de colegas. Para que se informen bien y vayan a vacunar a sus hijos”.
Leda Guzzi, médica y miembro de la Sociedad Argentina de Infectología (SADI), decidió hacer un posteo en Twitter para “transmitir la confianza en las vacunas como herramienta fundamental para salir de la pandemia”. Compartió una foto de sus hijes de ocho y seis años, certificados de vacuna en mano. “Como conocedora del tema, me parecía importante no sólo decir ‘hay que vacunar’ sino también mostrar que yo me vacuno y que llevé a vacunar a mi hijo e hija”, dice a Tiempo. Recibió decenas de respuestas, positivas y de las otras. “Los vacuno por elles pero también por los hijos de quienes no vacunan. Porque que haya muchas personas vacunadas hace que alguien no vacunado esté protegido. Es la protección colectiva, de rebaño, que estamos buscando alcanzar”, explica.
La infectóloga, su compañero, el nene y la nena se contagiaron Covid en julio del año pasado. Igual que Soledad, Johana, Natalia y Silvia, que describe aquella primera etapa como “durísima”. Sin perder de vista los cuidados, porque la pandemia no terminó y la variante Delta acecha, estas madres y trabajadoras esenciales coinciden: en su día, la vacuna se suma a los motivos de festejo.
El derecho a aprender
Carolina Fabrizio y su hija Maite, de 11 años, aún no pudieron abandonar el aislamiento estricto. Por padecer asma severa, la nena corre serios riesgos si se contagia. Desde que se supo que comenzaba la vacunación pediátrica en otros países, Carolina se contactó con familias con nenes y nenas en riesgo para insistir sobre el inicio de ese proceso en la Argentina. Con la vacuna como única vía posible para la vuelta a la presencialidad escolar y la vinculación con el entorno, elaboraron un petitorio y lo hicieron llegar a la cartera que conduce Carla Vizzotti, a quien agradecen.
Docente de primaria, Carolina anotó a su hija apenas abrió en Ciudad la inscripción para niños y niñas con factores de riesgo –mientras crecen los reclamos por la inscripción para la franja pediátrica en general–. Cuando lo lograron, Maite no dejaba de repetir que estaba “emocionada”. Por ahora sólo sale a la plaza con doble barbijo, máscara y distanciamiento. Cuando pasen 21 días de la segunda dosis, volverá al aula. Y su mamá podrá dejar de batallar con el Gobierno porteño para que respete el derecho al acceso a la educación de nenas y nenes exceptuados de la presencialidad.