Entre el humo de los gases lacrimógenos y la amenaza de más incidentes y represión, el presidente Emmanuel Macron llega a Buenos Aires para la cumbre del G-20 acosado por el rechazo generalizado al aumento en el impuesto a los combustibles. Donald Trump viene con un clima similar pero en las fronteras, donde miles de inmigrantes esperan encontrar el hueco para poder cruzar hacia Estados Unidos. También fueron recibidos por gases y balas de goma.
Las protestas en Francia fueron creciendo desde mediados de mes, cuando residentes en el interior del país, en su mayoría campesinos pobres y pobladores de las capas sociales más bajas salieron a manifestarse contra el incremento en un impuesto que en los papeles era una medida progresista y en favor del medio ambiente. En efecto, desde el 1 de enero, el gobierno se propone una vuelta más de tuerca fiscal sobre los combustibles fósiles, que este año subieron 7,6 céntimos en el diesel y 3,9 en las naftas. y desde ese día subirían 6,5 y 2,9 céntimos por litro respectivamente.
Parece poco para los valores que se manejan por estas costas, pero como dijo uno de los manifestantes entrevistados por el diario británico The Guardian, «fue la paja que rompió la espalda del camello». Es que la chispa fue estallando a través de las redes sociales en esos sitios del país galo donde dejaron de circular transportes públicos y la única forma de trasladarse es con sus propios vehículos. De ahí que utilicen para distinguirse los chalecos amarillos fosforescentes reglamentarios para el caso de tener que detenerse en el camino por alguna falla mecánica.
«Tenemos salarios bajos o como en mi caso, no tenemos porque estoy desempleado, pagamos demasiados impuestos y esa combinación está creando cada día más pobreza», se explayó Idir Ghanes, de 42 años y técnico en computación.
Aquí es donde entra en juego la otra variable del plan que viene implementando Macron desde que llegó al gobierno, hace 18 meses, en una segunda vuelta en que era la alternativa del «centro razonable», contra la populista de derecha Marine Le Pen. Porque este joven mandatario -está por cumplir 41 años- viene del mundo de las finanzas y aplicó medidas del recetario neoliberal, como bajar impuestos a los más ricos con la excusa de que así crearán empleos, y redujo los servicios ferroviarios para bajar los subsidios que pone el estado.
Un carpintero a punto de jubilarse ilustró estas inequidades con un ejemplo personal. «Mi tía murió hace poco y dejó 40.000 euros. Trabajó toda su vida, pagó sus impuestos y cargas sociales, pero el gobierno tomó el 60% de esa suma. ¿Eso parece justo?». No lo parece si se tiene en cuenta de que los supermillonarios no sufren este tipo de exacciones.
«Nosotros los jilet jaunes (chalecos amarillos) representamos a los pobres de Francia, a los que llaman sans-dents (sin dientes), a los que tienen bajos ingresos y están aplastados por estas políticas», relató una maestra de escuela en ese excelente artículo del The Guardian escrito por Kim Willsher desde las trincheras parisinas donde el sábado pasado hubo desmanes y más de 150 detenidos.
Desde que comenzaron las protestas, el 17 de noviembre, hubo dos muertos, un centenar de heridos y más de 300 detenidos. Algunos, como dos muchachos de 19 y 21 años, fueron sentenciados a cuatro meses de prisión por «violencia contra personas con autoridad pública».
Macron sigue manteniendo su propuesta de reducir las emisiones de gases de efecto invernadero que contempla el Acuerdo de Paris, firmado en 2016 y rechazado por Trump ni bien asumió el gobierno. La idea es aumentar las cargas tributarias en combustibles fósiles para forzar el uso de energías alternativas a través del bolsillo, como se sabe, la víscera más sensible. Al mismo tiempo, se propone ir cerrando las plantas nucleares, que hoy producen el 70% de la electricidad del país, aunque aminoró el plan inicial y recién para 2035 clausurarán 14 de las 58 plantas, diez años más tarde de lo postulado previamente.
La cadena de protestas que viene enfrentando Macron redujo el apoyo de la población a su gestión a un 25%. Un índice que puede ser preocupante con tan poco de su camino presidencial cubierto. Pero en realidad es el mismo porcentaje que obtuvo en la primera vuelta. Solo le quedaron los que ya creían que era el mejor candidato del centro conservador. El dato nuevo es que dos de cada tres franceses apoya a los manifestantes.
Luego de un fin de semana teñido por la violencia, Macron prometió el lunes que su gobierno recibiría a los líderes del movimiento de Chalecos Amarillos. El caso es que no los hay ya que se fueron movilizando a través de las redes y muchos de los participantes confiesan que nunca estuvieron en una marcha en su vida.
«Debemos escuchar las protestas de alarma social, pero no debemos hacerlo renunciando a nuestras responsabilidades para hoy y mañana, porque existe también una alarma medioambiental», dijo en un discurso televisado desde el Palacio del Elíseo. Agregó que no quería acentuar las desigualdades entre las regiones del país «en esta transición ecológica» ya que, consideró, se debe enfrentar al mismo tiempo «el fin del mundo y el fin de mes».
Pero solo se permitió ofrecer un diálogo de las autoridades con habitantes de las regiones afectadas y ajustar la subida de impuestos a la oscilación del precio del petróleo. Para este sábado, el último día de la cumbre de los líderes del planeta en Buenos Aires, habrá otra marcha que servirá para mostrar cómo está parado cada uno de los contendientes.
En Tijuana, mientras tanto, unos 500 migrantes centroamericanos se hacinaban con otros 5.000 que ya había cruzado México en su intento por entrar a Estados Unidos. Acá también hubo gases cuando algunos de ellos buscaron recovecos para atravesar alambradas de púas en algunos sectores del terreno. «Vamos a ver cómo hacemos con los alimentos, está bien difícil. Hay bastante gente y de repente hay quien se queda sin comer», dijo a la agencia AFP Carlos Enrique Cárcamo, un hondureño que viajaba con sus primos y una niña de un año.
Es la segunda caravana, que se unió a la que salió de San Pedro Sula, Honduras, el 13 de octubre. El alcalde de Tijuana, Juan Manuel Gastélum, pidió la intervención de la ONU y se quejó de que recibe ayuda del gobierno federal. Sucede que este sábado Enrique Peña Nieto entrega el gobierno a Andrés Manuel López Obrador y el clima puede cambiar para este drama que envuelve a Centroamérica desde que Trump llegó a la Casa Blanca con un discurso de odio al inmigrante y la construcción de muros en su frontera.
El canciller designado por AMLO, Marcelo Ebrard, anunció que en la Conferencia Mundial de la Migración que se desarrollará en Marruecos el 10 y 11 de diciembre, pondrán manos a la obra para un plan de contención de migrantes junto con los gobiernos de El Salvador, Guatemala y Honduras.
Trump defendió el uso de granadas lacrimógenas contra los centroamericanos, entre los había mujeres y niños. «El gas usado es muy seguro», dijo. Al igual que en Francia, ese no parece ser un gas de efecto invernadero.