Emmanuel Macron tiene el camino allanado para su reelección el próximo 10 de abril. El presidente viene acentuando la diferencia con los candidatos de la extrema derecha, lo que le permite llegar más cómodo a la segunda vuelta que tendrá lugar dos semanas más tarde. Pero primero deberá convencer a los franceses de que su liderazgo es la mejor opción para el país y también para Europa, mientras la guerra continúa en Ucrania, y demostrarles que es el más preparado para conducir la etapa de recuperación económica.
Según la última encuesta de Ipsos-Sopra Steria, Macron mantiene la intención de voto en el 31%, lejos de los ultraderechistas Marine Le Pen, con 16, y Eric Zemmour, con 12. En el cuarto lugar aparece el único candidato de la izquierda con posibilidades de entrar al balotaje, Jean-Luc Mélenchon, que consigue el 11%, seguido de la conservadora Valérie Pécresse, del partido gaullista Los Republicanos, con el 10,5. Los otros siete candidatos solo se acercan a los dos dígitos.
Macron se ha probado como un líder capaz de adaptar sus aspiraciones a la realidad. Y probablemente esto explique por qué sigue en carrera. Antes de ganar la presidencia en 2017, gracias al desgaste de gaullistas y socialistas, había prometido una serie de reformas privatizadoras y un control riguroso del gasto público. Sin embargo, cuando irrumpió la pandemia, el presidente aprobó un plan por 100 mil millones de euros que estipulaba subsidios, programas sociales y recortes impositivos.
“Tras la pandemia se ha visto un cambio de aproximación a la gestión de la crisis en Europa: una perspectiva más social y sostenible. Los fondos europeos de recuperación son una apuesta en este sentido, y tanto Macron como los otros candidatos buscan garantizar a los votantes que favorecerán su situación económica”, apunta Alba Hahn, experta en Relaciones Internacionales por la Universidad Complutense de Madrid. Como en buena parte de Europa, los franceses perciben “un deterioro de la calidad de vida y de las oportunidades económicas”. Con todo, los europeos “han aprendido muchas lecciones de la crisis de 2008 y cada vez está menos dispuesta a pagar lo que se observa como una serie de malas decisiones de las élites económicas y políticas”.
Macron se enfrentó a una huelga masiva tras presentar una modificación al sistema de jubilaciones y más tarde a las protestas de los “chalecos amarillos”, un movimiento que comenzó a manifestarse por el precio de la nafta y terminó exigiendo medidas ante la creciente desigualdad y la pérdida del poder adquisitivo. Fue su momento más difícil y a su vez una oportunidad para que Le Pen resurgiera. Al menos hasta que apareció Zemmour, aun más a la derecha de Le Pen, culpando a los políticos y a los inmigrantes por la situación de Francia.
“El ascenso de la extrema derecha es consecuencia de la crisis de la derecha tradicional, como antes le sucedió a la socialdemocracia a la hora de dar respuesta a las tensiones que producen la desigualdad y la creciente inestabilidad en valores como la tolerancia y la inclusión, que están extendidos en la sociedad. El ascenso de Zemmour se debe en parte a que Le Pen ha ido ‘centrando’ su programa y su discurso en los últimos años para hacerse más presidenciable. No ha encajado con votantes que se ven movilizados por un discurso políticamente incorrecto”, afirma Hahn.
A pesar de que pronto desplegó un presidencialismo omnipresente, Macron fue delegando los problemas domésticos en su primer ministro y en el titular de Interior, y proyectó su figura hacia la UE y fuera del continente. En casi cinco años hizo más de 150 viajes internacionales y visitó 67 países. Se desplazó dos veces hasta a Beirut en medio de la profunda crisis libanesa. Su su propio salto hacia adelante.
Su estrategia consistió en ligar los problemas y el futuro de Francia a los de la UE. Macron vio en el Brexit la excusa para reforzar el bloque e impulsar su agenda de autonomía estratégica europea en materia de defensa. Es una forma de hacer valer la supremacía militar de su país en el continente y al mismo tiempo “pasar de una Europa de cooperación dentro de nuestras fronteras a una Europa poderosa en el mundo, libre en sus elecciones y dueña de su destino”, como él mismo sostuvo meses atrás.
También aprovechó la pandemia para imponer la postura francesa en el diseño del plan de rescate para los países del bloque, frente a las posiciones menos dispuestas a invertir en la recuperación. Con la partida de Angela Merkel intentó contrabalancear el peso de Alemania en la UE. Macron medió hasta último momento entre Vladimir Putin y Volodimir Zelenski para evitar la invasión rusa a Ucrania. Fracasó en la misión, pero recobró protagonismo en Europa.
Para la analista, la guerra “va a marcar la campaña electoral” y Macron “intentará reivindicar su mediación en el conflicto para presentarse como un líder racional, proactivo, con un buen manejo de las relaciones exteriores, enmarcado en el prototipo de presidente”. Macron les enrostra a Le Pen y Zemmour los elogios que dedicaban a Putin hasta semanas antes de la invasión. Otra vez torció a su favor un hecho externo.
El jueves presentó su programa para los próximos cinco años y defendió, entre otras propuestas, la idea de un ejército más fuerte, un impulso a la producción agrícola, la meta de pleno empleo, la inversión en energías renovables, elevar la edad de jubilación hasta los 65 años y reducir el impuesto a la herencia. Pero “el gran tema es la escalada descontrolada de la inflación, principalmente en el sector energético”, consecuencia de la guerra. “Es probable que se exijan medidas sociales y controles para paliar su impacto. El aumento durante varios meses generará mayor descontento e inestabilidad”, advierte Hahn.