Una llamada telefónica hizo que Mauricio Macri supiera que estaba en el radar de la Secretaría de Inteligencia del Estado (SIDE).

Sin duda, aquella fue la respuesta oficial al hecho de que los diputados de PRO sumaran sus votos al rechazo del DNU que estableció un presupuesto anual de 100 mil millones de pesos para los gastos reservados del organismo con sede en la calle 25 de Mayo. Una jugada del ex presidente en el marco de sus desaveniencias –diríase– “fraternales” con Javier Milei. Estas incluyen la aversión que le profesa al enfant terrible del régimen, Santiago Caputo, quien, por cierto, conduce ahora la central de espías desde la sombra.

De hecho, la restauración de su antigua sigla –un símbolo de las épocas más ominosas del país– fue toda una declaración de principios.

Es que el colapso de su predecesora, la Agencia Federal de Inteligencia (AFI), tuvo visos de comedia negra, al arrastrar al hasta entonces poderoso jefe de Gabinete, Nicolás Pose, por su arrogante franqueza. Porque su caída en desgracia fue fruto de una frase suya. “Pasala bien en Punta del Este”.

Su destinataria: la titular de Capital Humano, Sandra Pettovello, quien planeaba, sin decirle a nadie, un weekend romántico en aquel balneario con un “masculino” (cuya identidad se mantuvo en reserva), según un paper que le envió a Posse el director de la AFI, Silvestre Sívori.

En resumen, por orden de Posse, la AFI fisgoneaba a los funcionarios de LLA, con el agravante de que se jactaba de ello ante sus víctimas.

Un detalle relevante del caso es que el tal Sívori supo incursionar en la función pública de la mano del ministro macrista Guillermo Dietrich, a quien seguía reportando. Así es que, por carácter transitivo, el bueno de Macri tenía una cuota de control sobre la AFI, algo muy importante en su puja con Milei. 

Otra de las ocurrencias simbólicas de Caputo fue convocar –así cómo se rumorea en los pasillos del poder– a Antonio Horacio Stiuso “Jaimito”, el agente secreto más famoso del país. Su misión es asistir, bajo la mayor de las reservas, al flamante “Señor Cinco”, Sergio Neiffert, un novato en la materia.

Resultó curioso que Stiuso (sobre quien nada se sabía desde principios de 2015, cuando fue eyectado de la AFI por la desconfianza que generaba en el gobierno kirchnerista) reapareciera, a fines de agosto, con la actitud de una estrella del jet set, al concurrir a dos festejos casi simultáneos: uno, durante la tarde, en un cóctel ofrecido por el embajador uruguayo con motivo del 119º aniversario de la independencia de su país; el otro, ya por la noche, en la cena anual de la Asociación de Amigos del Museo de Bellas Artes, donde se codeó con figuras como Mirtha Legrand, Eduardo Eurnekian y Jorge Asís, además de ser profusamente fotografiado, siempre con una sonrisa sardónica, para la sección de sociales del semanario Perfil.

Dicho sea de paso, tales eventos no contaron con la presencia de Macri, quien, días después, supo que la nueva SIDE andaba tras sus pasos.

¿Acaso alguna vez pensó que Milei se atrevería a tanto?

La cuestión es que –según la información que llegó a sus oídos a través de su celular– presuntos agentes de la SIDE acababan de visitar al menos dos juzgados federales –los de Julián Ercolini y Marcelo Martínez de Giorgi– para tener acceso a expedientes que lo involucran.

A saber: en lo de Ercolini, la causa sobre el espionaje a familiares de los tripulantes del submarino ARA San Juan (hundido en 2017), en la que Macri fue bendecido con un sobreseimiento por la Cámara Federal porteña (cuyos integrantes solían concurrir a la Residencia Presidencial de Olivos para jugar al tenis). Y en lo de Martínez de Giorgi (interinamente a cargo del magistrado Sebastián Ramos por licencia de su titular), donde fue instruido el expediente del llamado “Grupo Súper Mario Bros”, compuesto por policías porteños que, desde la AFI, donde estuvieron “en comisión”, incurrieron –por una supuesta orden de Macri– en el fisgoneo ilegal de una variada gama de personas, entre las que estaba hasta su hermana menor, Florencia. Al final, el exmandatario la sacó barata, al considerarse que los fisgones actuaban como “cuentapropistas”, según otro memorable fallo de la Cámara Federal.

Es necesario aclarar que, a diferencia de Ercolini, su colega Ramos les cerró la puerta en la cara a los de la SIDE con un rotundo “no ha lugar”.  

No obstante, a modo de paradoja, ahora resulta que la pulsión de Macri por espiar al prójimo se le vuelve en contra.

No está de más recordar que él apoyó su gestión presidencial a través de la triple alianza entre la prensa hegemónica, un sector de la justicia federal y los servicios de inteligencia. Era el imperio del lawfare.

Tal método puede tener por objeto desestabilizar gobiernos “populistas” o, desde el poder, neutralizar opositores o, nuevamente desde el llano, lograr la impunidad ante las trapisondas cometidas en las dos etapas anteriores.

Cabe decir que el lawfare no es un invento reciente. Lo prueba el affaire Dreyfus, ocurrido al concluir el siglo XIX. Su víctima: el capitán del ejército francés, Alfred Dreyfus, un oficial judío acusado injustamente por espionaje para la Alemania imperial. Y que terminó en un penal de la Guyana Francesa, pese a que en París ya se sabía la identidad del verdadero filtrador. Lo cierto es que el caso sacudió a la Tercera República, además de dividir a la sociedad al compás del incipiente nacionalismo antisemita.

Casi once décadas después, la artillería mediático-judicial, enlazada por el hilo invisible del espionaje, comenzó a ser disparada sobre las democracias más inestables de América Latina, siendo Argentina, entre comienzos de 2015 y fines de 2019, una suerte de vanguardia al respecto.

Su fin, durante el gobierno del Frente de Todos, fue una resolución que dispuso el apartamiento de los espías en tareas de inteligencia criminal como auxiliares de la Justicia en pesquisas por delitos comunes.

Pero, ahora, más allá de que el interés de la SIDE sobre Macri lo lleve a masticar su propia medicina (objetivamente, un acto de justicia poética), el silencioso merodeo de sus agentes en ciertos despachos de Comodoro Py son un signo inequívoco de que el lawfare está en la gatera de su relanzamiento. «