“Hay que sumar democracia para ganarle a la derecha”. Con esa propuesta que tiene proyección internacional, el presidente brasileño Luiz Inácio Lula da Silva se vuelve a poner al frente de una cruzada regional que lo coloca en el centro de la escena, con gestos hacia dentro y fuera del continente, poniendo de manifiesto que su vocación de liderazgo se proyecta más allá de los límites regionales. Se suma a las posiciones que vienen tomando otros líderes que lo acompañan o van en sintonía, como el colombiano Gustavo Petro y el mexicano Andrés Manuel López Obrador.
La idea es constituir un frente sólido que pueda funcionar de barrera de contención ante el avance de una neoderecha azuzada por el poder económico y envalentonada en su depredación de derechos históricos. Del otro lado del tablero de ajedrez de la política regional, pocos gobernantes se exhiben con los rasgos de una derecha reconocible, como el paraguayo Santiago Peña, Rodrigo Chaves, en Costa Rica, y el uruguayo Luis Lacalle Pou, que empieza a parecer un moderado frente a nuevos exponentes extremos. Pero hay que sumar a otros gobiernos como el de Dina Boluarte, en Perú, tras su traición a Pedro Castillo y al proyecto de Perú Libre, y los de Nayib Bukele, en El Salvador, y Daniel Noboa, en Ecuador.
Ambos coinciden en gobernar con permanentes estados de excepción, producto de la violencia en sus países, sin olvidar la reciente irrupción violatoria de todo código diplomático que ordenó Noboa contra la embajada de México en Quito, para apresar –secuestrar- al expresidente Jorge Glas. A esta lista hay que agregar, por supuesto, al argentino Javier Milei y a expresiones que no están actualmente en el poder, pero tienen capacidad de condicionarlo o construir fuerza electoral, como el bolsonarismo en Brasil, la derecha de José Antonio Kast en Chile y el fujimorismo en Perú.
Si bien, en número, representan hoy una cantidad menor a la que expresan gobiernos populares o de izquieda como pueden ser, entre otros, el de Luis Arce en Bolivia, el de Xiomara Castro, en Honduras, y el de Gabriel Boric, en Chile (con quien Lula se va a reunir en mayo), se trata de gobiernos que se apoyan en poderosos think tank que reúnen a dirigentes de la política y la economía, no solo regional sino también de Europa y se alinean a los Estados Unidos, gobierne quien gobierne, aunque demuestran abiertamente su simpatía por Donald Trump. El candidato con claras chances de suceder a Joe Biden ya dejó clara su impronta injerencista con su escandaloso apoyo logístico y discursivo a la aventura seudopresidencialista de Juan Guaidó en Venezuela, que terminó en estrepitoso fracaso. De igual manera representó la tradicional hostilidad hacia Cuba, al promover el freno al proceso de deshielo impulsado por Barack Obama y Raúl Castro, proceso que Lula siempre apoyó abiertamente.
Pero el injerencismo no es propiedad solo de los republicanos. Por estas horas, López Obrador denuncia la injerencia del Departamento de Estado estadounidense por haber emitido juicios negativos sobre la situación de las garantías fundamentales en México. Por otro lado, las visitas de los últimos meses de la generala del Comando Sur, Laura Richardson, a la Argentina, Ecuador y Perú y sus permanentes operaciones en la base que tiene en Panamá, dan cuenta de su interés de mantener su hegemonía continental.
Ante esa realidad, los líderes buscan posicionarse como referentes de la representación popular. AMLO mantuvo la tradición mexicana de ofrecerse como garante de los derechos jurídicos de dirigentes acosados por el lawfare y causas judiciales dudosas y también como facilitador del diálogo en conflictos internos.
Pero quien viene levantando el perfil en ese sentido, prácticamente desde antes de haber reasumido la presidencia en su país, es Lula. Lo dejó claro en sus últimas intervenciones en foros internacionales como la Celac, donde señaló la importancia de constituir un factor regional de poder independiente, y anteriormente en el G-20, donde criticó las acciones bélicas de Israel en Gaza y señaló la “inacción” del Consejo de Seguridad de la ONU por la muerte de civiles en Medio Oriente y Ucrania. Recientemente se comprometió ante Petro para ayudar al ingreso de Colombia a los BRICS y acordó con el colombiano ofrecerse como garante de la negociación entre la oposición y el gobierno venezolano de Nicolás Maduro, que enfrenta elecciones presidenciales el próximo 28 de julio.
Con Petro, quien también tuvo movimientos en este sentido los últimos meses, habló de la necesidad de “reorganizar” la Unasur, desguazada por los gobiernos de derecha de la segunda mitad de la década de 2010, para contrarrestar a los extremismos locales y promover la unidad popular.
Además, esta semana el brasileño llamó a un encuentro de “presidentes demócratas” para discutir estrategias de lucha contra el crecimiento de la extrema derecha, ya no en la región, sino en el mundo. Y le puso fecha y lugar a la cita: un aparte en la Asamblea de la ONU en septiembre.
“Estoy intentando ver si conseguimos hacer una reunión con los llamados presidentes demócratas para definir una estrategia de cómo vamos a enfrentar a nivel internacional el crecimiento de la extrema derecha y sus matrices”, dijo Lula ante periodistas en Brasilia, el martes. En los últimos tiempos, Lula viene afianzando relaciones con sus pares de España, Pedro Sánchez, y Francia, Emmanuel Macron, a quienes anticipó sobre esta iniciativa. Para Lula es claro que en América del Sur hay “un retroceso por el crecimiento de la extrema derecha, la xenofobia, el racismo, la persecución de minorías” y aseguró que con su regreso “en el escenario mundial Brasil es polo de resistencia contra todo eso”.
No leyó la carta de Milei: un signo de rechazo
En la misma conferencia en la que llamó a los presidentes democráticos a armar un espacio que contrarreste el avance de la derecha en el mundo, Lula confirmó que tiene conocimiento de una carta que le envió Javier Milei, pero aún no la leyó, y no se mostró muy interesado en hacerlo. Lula relató que la canciller Diana Mondino le entregó la carta a su par, Mauro Vieira, durante su última visita a Brasil. “Sé que mi canciller recibió una carta del presidente Milei, pero sucede que mi canciller viajó y todavía no pude ver la carta”, respondió Lula a una pregunta.
“No sé qué escribió Milei así que no puedo responder”, prosiguió, aclarando que leería la misiva y luego haría conocer su contenido a la prensa brasileña. “Tengo interés de que la prensa sepa qué es lo que Argentina pretende conversar con Brasil”, comentó.
El desdén manifiesto fue interpretado como un gesto “intencional” que responde a los agravios recibidos durante la campaña, cuando Milei lo llamó “comunista” y “corrupto” y aseguró que no pensaba tener relaciones de ningún tipo con Brasil.
Sin embargo, tras meses de enfrentamientos, el 15 de abril, Brasil recibió la primera visita oficial de un representante del Gobierno argentino, con la llegada de Mondino, que intentó desandar los desplantes de Milei, con resultado aún incierto. No se puede soslayar la importancia de la relación comercial histórica entre ambos países.