Mientras la derecha canta truco, intentando recuperar la carta perdida (la candidatura de Jair Bolsonaro), la izquierda ostenta el ancho de espadas en su poder, atenta a que Luiz Inacio Lula da Silva manifestó la posibilidad de postularse si es necesario para 2026, a fin de evitar el regreso de los trogloditas fascistas, tal como los calificó el actual mandatario.

El planteo lo hizo Lula ante el envido que le cantó el presidente del Banco Central brasileño, el bolsonarista Roberto Campos Neto, quien aumentó las tasas de interés contra el deseo del petista de bajarla aceleradamente para incentivar la inversión. Es más, lo acusó de no ser neutral en la gestión de la entidad y de buscar un efecto político en la orientación de la economía.

La celada del bolsonarismo se centra en saber que aún quedan algunas instancias del juego donde tiene que obligar a Lula a mostrar sus cartas, en especial la de sostener un despegue económico que le dé sustento a su gestión, y el bloqueo de Campos Neto se presenta como un escollo a superar.

Incluso, en octubre existe una instancia clave, las elecciones municipales, donde el petismo buscaría recuperar el poder territorial perdido luego del golpe de Estado a Dilma Rousseff en 2016. El Partido dos Trabalhadores que alcanzó el punto máximo de 632 intendencias en 2012, cayó estrepitosamente a 252 en 2020, luego de la embestida bolsonarista.

Las municipales de octubre no sólo marcarán un nuevo peso electoral, también proyectarán algunas figuras que podrían ser un relevo de Lula, atento a que si bien aduce presentarse si es necesario, lo cierto es que su edad pesa como variable necesaria a considerar. Y ese es un gran problema, porque es mucho más difícil para la izquierda poder encontrar un liderazgo de la característica de Lula.

Eso la derecha lo sabe y en especial el poder fáctico, que cuenta con la ventaja de que puede convertir un cuatro de copas en presidente, lo demostró en Brasil transformando un capitán del ejército en primer mandatario, incluso lo hizo en Argentina coronando a un columnista de televisión, por lo que a la izquierda no le alcanza con el ancho de espadas. Incluso la derecha tolera la reelección inconstitucional en El Salvador pero propicia un Golpe de Estado en Bolivia ante la misma situación.

Es más, un poder fáctico como la Rede O Globo intenta desgastar la figura de Lula publicando encuestas que sugieren que el 55% de los brasileños sostendría que ni Lula ni el PT merecen ser reelegidos en 2016. No obstante, la misma encuesta afirma que Lula aún mantiene su peso electoral histórico del 47% de intención de voto.

En especial cuando la fortaleza política del petismo se centra en el crecimiento con distribución de renta, por lo que espera sostener la performance de 2023, donde el PBI creció el 3,1% y la desocupación bajó al 7,8% (un índice que se tuvo en 2014 durante la gestión de Dilma Rousseff), por eso se concentran en evitar el crecimiento.

De hecho, Campos Neto no es el único que condiciona la economía lulista, también el parlamento le dió un revés condicionando la política económica del actual Ministro de Hacienda, Fernando Haddad, quien fuera el candidato del PT en 2018 cuando Lula estaba proscripto fraudulentamente por la maniobra del exjuez y actual Senador Sergio Moro.

El ministro Fernando Haddad está siendo presionado por el establishment económico, que ya no quiere seguir asumiendo responsabilidades impositivas y presiona para una reorientación de la política fiscal, a contramano de la perspectiva lulista de aumento del gasto como promotor de la reactivación.

El problema es que el corset neoclásico de “déficit cero” que se impuso Haddad, para seducir al capital financiero, se está convirtiendo en su propia horca asfixiante de cualquier proyecto económico, y por ende político, que lo coloque como posible ancho debajo de la manga de Lula. En ese desafío se juega el destino de Brasil.  «