Las redes sociales ya forman parte de nuestra cotidianidad. Su presencia es permanente, como fuente de información, de participación política o de socialización. Las empresas monetizan nuestros datos, los políticos las utilizan para intentar captar votantes y se constituyen como un nuevo escenario de disputa del debate público. Pareciera que todo pasa en y por las redes.
En momentos en donde las instituciones tradicionales crujen, las redes son acusadas de ser responsables de los avances de los autoritarismos y de una creciente polarización. Pero, ¿son las redes sociales las causantes de todos nuestros males? ¿O son apenas el reflejo, acelerado y expandido, de nuestros propios fracasos?
Luciano Galup, especialista en medios sociales, comunicación política y análisis de datos, publicó Big data & política, un libro en el que analiza cómo los datos y las redes sociales se han convertido en una herramienta clave para la comunicación política.
En diálogo con El Ciudadano, el autor apunta que “debemos dejar de culpar a las redes de todos nuestros temores”, que el “problema de fondo es político” y no de cómo hacemos uso de las redes y los datos.
—La popularización de las redes sociales coincidió con el debilitamiento de las instituciones. Se las suele señalar como causantes de la polarización, de los extremismos. Vos en el libro desmitificás esa postura.
—Sí, no son las redes quienes debilitaron a las instituciones tradicionales, me parece que tiene que ver con una etapa política, económica, más vinculada a la globalización y a la etapa del neoliberalismo de los últimos 30 años. Y las redes se insertan en ese contexto y no son las que polarizan a las sociedades. Sí, obviamente, contribuyen a acelerar esa polarización, a darle combustible, pero lo que termina dividiendo y generando esas polarizaciones son las exclusiones, las injusticias y los grandes segmentos de la población que están excluidos de la economía y de la política.
—En momentos donde la atención es volátil, donde el bombardeo de información es constante, ¿cuál es el desafío de la comunicación política para hacerse un lugar?
—Sin dudas las redes y los datos permiten pensar estrategias para eso. Es cierto que vivimos en una época en la que la atención está muy demandada, en la que hay muchos estímulos y la política y los políticos tienen que pensar formas de interactuar con sus votantes con causas que los convoquen, que los inviten. En ese sentido, pensar estrategias a partir de los datos permite, de mínima, empezar a construir e identificar conjuntos de personas con algunos intereses particulares y hablarles de lo que les interesa, de lo que les importa o de lo que quieren.
—Se suele apelar a la emoción, a sumar voluntades por ese lado. ¿Ese es el rasgo de nuestro tiempo? ¿Prevalece la emoción por sobre la racionalidad?
—Siempre las personas conectaron emocionalmente con las historias, no es algo novedoso, de hecho el melodrama latinoamericano, las telenovelas, tienen 80 años de historia. Lo que sí es cierto es que en épocas donde la discusión pierde espacio en términos de la calidad del debate y donde hay mucha frustración, sensación de injusticia, ese tipo de narrativas son mucho más efectivas. Porque en principio son simplistas y permiten generar vínculos con personajes emocionales que vienen a redimir a quienes se sienten vulnerados. Las redes sintonizan muy bien con este tipo de lenguajes porque requieren narrativas breves, muy vinculadas a lo emocional, es muy difícil argumentar en Twitter. Las narrativas emocionales tienen un peso muy importante en el debate público pero producto también de la degradación de ese debate en base a esto que veníamos hablando, que son gente con mucha frustración, con la sensación de haber sido vulnerados en su derecho a la vivienda, al trabajo, a la salud. Y obviamente cuando estás enojado es bastante lógico que tiendas a tener vínculos mucho más emocionales con lo que te pasa.
—Se esperaba que internet y las redes sociales vinieran a generar mayor participación y democratización, pero parece que vamos en sentido contrario, nos estamos volviendo menos receptivos, más sesgados. Es una contradicción.
—Si, efectivamente. Es una contradicción con lo que se pensaba que traían las redes e internet. No es una contradicción con la historia humana. Históricamente estuvimos polarizados, inundados de información falsa. Las redes venían a democratizar la participación ciudadana y eso en la experiencia quedó trunco. Las redes reproducen jerarquías, diferencias y desigualdades, no son una profundización de la experiencia democrática ni mucho menos.
—Con las redes se popularizaron términos como fake news o posverdad, pero en el libro remarcás que siempre estuvieron presentes en la historia de la humanidad.
—Sí, lo que hicieron las redes y las tecnologías de la información es abaratarlas, hoy es más fácil producir información, se distribuye más rápido, llega más lejos, pero no son fenómenos nuevos. Sin dudas que mediados por las tecnologías de la información todos esos procesos se hacen más masivos y se aceleran. Pero información falsa circuló siempre y sociedades polarizadas hubo siempre. En Argentina tuvimos experiencias muy profundas de eso en relación a la historia reciente, entre unitarios y federales, peronismo y antiperonismo.
—En fin, “hay que dejar de culpar a las redes de nuestros temores”, decís en el libro.
—En realidad nuestros temores están mucho más vinculados a la falta de cumplimiento de muchas de las promesas que habían hecho las democracias después de la caída del Muro de Berlín que a la aparición de las redes. Hace muchos años que las clases medias han perdido participación en la distribución de la riqueza, que el mundo es más injusto en términos de accesos a un montón de servicios y bienes, mucho más injusto en términos de distribución de la riqueza. Entonces es bastante lógico que esas frustraciones empiecen a manifestarse y las redes sencillamente permiten organizarlo y hacerlo más potente, pero el problema de nuestros miedos no son las redes.
¿Pueden los datos recabados en las redes definir una elección?
La empresa Cambridge Analytica generó un cimbronazo mundial al ser señalada por robar información de los usuarios de Facebook y utilizar esos datos para dirigir publicidad electoral en la campaña presidencial estadounidense con Donald Trump o en la votación por la salida de Gran Bretaña de la Unión Europea.
—¿Creés que es cierto que el accionar de Cambridge Analytica fue decisivo para lograr los triunfos en esas elecciones?
—No, de hecho me parece que la historia de Cambridge Analytica se contó muy parcialmente y de una forma que tranquilice para no explicar cuál es la causa mayor del problema de elecciones que terminan con tipos como Trump o Jair Bolsonaro en el poder. De hecho Cambridge Analytica trabajó con Ted Cruz en la interna que perdió con Trump, con lo cual la efectividad de esas estrategias hay que ponerla al menos entre comillas. Sí es cierto que se puede trabajar con estrategias de datos para influir sobre determinadas preocupaciones o miedos. Ahora, esas preocupaciones o miedos tienen que estar. Nadie teme que los inmigrantes le saquen el trabajo si hay trabajo. Nadie teme que los migrantes generen hechos de inseguridad si la seguridad ciudadana no es un problema. Y lo que terminó pasando en Estados Unidos fue producto de la desilusión de grandes capas de clases medias que a partir de la crisis de 2008 vieron cómo les remataban las casas, se quedaban sin hogar, sus seguros médicos eran cada vez más caros, cómo su calidad de vida empeoraba en vez de mejorar. Entonces, echarle la culpa a Cambridge Analytica es bastante tranquilizador pero me parece que hay un problema de fondo que es cómo se distribuye la renta en este mundo posneoliberal. Si hay profundas frustraciones en la sociedad, Cambridge Analytica puede haber explotado algunas de ellas pero el problema de fondo es que los gobiernos que precedieron al de Trump no lograron cumplir la promesa de las democracias occidentales de mejorarle la calidad de vida de las personas.
—Lo cierto es que detrás de todo esto hay empresas que monetizan nuestros datos al borde de la legalidad.
–Eso no cabe duda. No es tan ilegal, nosotros les damos nuestros datos a muchas empresas. De hecho Facebook y cualquier plataforma digital monetizan los datos de los usuarios, con la venia de los usuarios, para poder utilizar servicios que dicen ser gratuitos pero no lo son, intercambian un servicio por nuestros datos. Sí es cierto que este enorme caudal de datos se puede utilizar para construir audiencias y públicos, o pensar mensajes y estrategias de comunicación en función de sus interacciones en redes. Pero, de nuevo, me parece que el problema de fondo no es tanto ese, que es una estrategia que puede desarrollar casi cualquier espacio político con cierto nivel de tecnología y de capacidad económica, sino que el problema es la manifestación pública de muchas frustraciones ciudadanas. Es un problema político y no un problema de cómo se usan los datos.
Artículo publicado el 21 de septiembre de 2019 en El Ciudadano