Es actor, director y una de las figuras más convocantes de su generación. Luciano Cáceres nació en Flores, en 1977, y desde chico se relacionó con el arte. Su padre tenía una pequeña sala y actuaba cuando salía del trabajo con el que mantenía a su familia. Se fue formando en el oficio desde pequeño y haciendo sus primeras obras. Desde el off fue ganando confianza, experiencia y construyó una carrera audaz y reconocida.

Rápidamente lo llamaron para trabajar en televisión, donde ganó popularidad en ciclos como El sodero de mi vida, Locas de amor, Botineras y Graduados, entre otros. Más tarde ganó más reconocimiento y centralidad en El elegido, Señores papis, El mundo de Mateo y Argentina, tierra de amor y venganza. También dejó su huella en el cine. Sus trabajos más recordados fueron en La señal, No llores por mí Inglaterra, Operación México, LobosLa educación de los cerdos.

En la actualidad es uno de los protagonistas de El beso (teatro Astral, de jueves a domingo) junto a Luciano Castro, Jorgelina Aruzzi y Mercedes Funes; y brilla en el unipersonal Muerde (domingos en Timbre 4).

–¿Cómo sos en tu casa?

–Soy un padre. Acompaño a mi hija en todo lo que puedo, estoy pendiente de lo que necesita. También me gusta arreglar esos detalles que siempre aparecen. En algún momento también construía muebles. Me gusta ocuparme de las cosas de la casa, pero no siempre tengo el tiempo. Estoy más en la diaria y en tratar de generar laburos. Soy de hacer muchas giras, entonces también tengo que disfrutar de los tiempos.

–¿Qué te ayuda a componer roles de la mejor manera?

–Mirar comportamientos, reacciones, escuchar. Me gusta la pintura, el cine, la ficción y el documental, todo te da algo que te puede servir. Y la música, es algo que también te lleva a lugares especiales. Me encanta. La música es una gran fuente de inspiración, siempre. Trato de sacar algo bueno de lo cotidiano. Soy curioso y sé que todo me ayuda. Me gusta saber de historia, el conocimiento, la tecnología, todo es interesante. Me gusta disfrutar del arte en general, creo que ahí está la clave para sobrellevar todo de la mejor manera. La observación humana es lo que más te nutre como persona y te da una sensibilidad única.

–¿Siempre quisiste ser actor?

–Sí. Pero nunca pensé en vivir de ser actor. Mi viejo era actor y director, pero siempre trabajaba de otra cosa para vivir. De chico pensé que era así la profesión.

–¿Ver a tu papá actuar te motivó?

–Sí, colaboró. Pero también hubo un encuentro de un camino propio. Somos seis hermanos y soy el único actor. Creo que también tiene que ver con un deseo personal. Pero sin dudas ayudó. Mi papá hacía un monólogo cuando yo tenía tres años y me lo aprendí de memoria. Un día lo empecé a decir antes de una función,  una acomodadora me subió al escenario y quedé tras bambalinas por primera vez.

–¿Qué sentiste?

–Una energía muy especial. Además, vi a mi viejo siendo otro, y a la gente mirándolo y me di cuenta que era el lugar en el que quería estar. Desde ahí me puse en acción y me fui preparando. Estudié y ya arranqué. Desde los once años que hago teatro, pero antes tuve una base.

–¿Trabajaste de otra cosa que no sea ser actor?

–Igual que mi viejo, hice de todo: fui quiosquero, electricista, ayudante de albañil, vendedor, plomero, cartero, ascensorista y lo que se te ocurra. Pero ya me sentía actor. Por eso iba a lo teatral. Fui boletero, acomodador y me iba acercando al escenario. También animé fiestas infantiles. Hice de todo para subsistir.

–¿Cómo te llevás con el futuro?

–Cada vez estoy más tranquilo con eso. Por la incertidumbre que hoy en día se vive, por la realidad cada vez más compleja que nos toca, trato de no pensar a largo plazo. Sé que estoy en un lugar de privilegio, circunstancialmente, porque no siempre fue así, entonces tengo que moverme ahora, porque no es fácil. Nada es fácil. Prefiero pensar en plazos más pequeños. Pisando seguro. Antes uno programaba una obra para todo el año y ahora a los tres meses tenés que ir viendo.

–¿Algún sueño te incentiva?

–Sí, más allá de lo concreto, uno siempre tiene pendientes o proyectos que le gustaría hacer. En mi caso, me encantaría trabajar en algún clásico para el año que viene.

–¿De qué depende?

–Las ganas están, pero depende del tiempo, los laburos, si todo cuadra lo podés pensar mejor para ir concretando. Esa dinámica de este oficio me gusta, pero no es fácil. En lo personal te digo: me veo en un escenario hasta el final de mis días. Envejeciendo en la profesión, eso me gustaría. Espero que vengan esos personajes que no me daban por ser joven. Ojalá. Salvo que algo me lo imposibilite, voy a seguir jugando.

–¿La tecnología matará al teatro?

–No creo. Siempre va existir esto de contarnos historias entre nosotros. Quizás cambie algo, pero de alguna manera siempre se vuelve al ritual. Con más gente, con menos gente, con quilombos económicos, con pandemias: pero el teatro viene resistiendo los cambios desde hace miles de años. La inteligencia artificial va a cambiar el audiovisual. Pero el valor de la palabra dicha por un actor va seguir transmitiendo emoción, algo humano que nada puede igualar. De hecho, se va valorizar.

–¿Qué viaje te marcó más?

–Todos. Pero el primero nunca se olvida. Fue con una obra independiente que dirigía Javier Daulte: se llamaba Bésame mucho. Fue mi primer viaje a Europa, al Festival Internacional de Bretaña, al norte de Francia fuimos. Estaba haciendo una obra con subtítulos. No lo podía creer: estaba en Europa gracias al teatro.  «

Ping pong con Luciano Cáceres