En la esquina de Alsina y Colón, a una cuadra del Cilindro, justo donde está el almacén de La Polaca, Víctor Blanco se saca fotos con los hinchas. Tiene anteojos negros, una chomba oscura, y está sonriente. Uno que le pide una selfie además le da las gracias: “Hiciste mucho, Víctor, pero voy a votar a Milito”. Diego Milito está a una cuadra de ahí. Remera blanca, también anteojos de sol, y una montaña de gente encima. A un lado, también sacándose fotos, está Sebastián Saja, arquero campeón con Racing en 2014 con Milito como capitán y con Blanco como presidente. Saja será el director deportivo de la futura gestión Milito. Blanco, que esta vez es candidato a vicepresidente, gobernó el club durante más de diez años. Fue el restaurador de Racing. El dirigente que ordenó las cuentas y el que consiguió seis títulos en la última década. Con él volvió Milito, con él Milito fue director deportivo, y con él, también, el ídolo se convirtió en opositor. Fue Milito el candidato que lo desplazó.
Las elecciones en Racing fueron una marea popular celeste y blanca. Caminar por Alsina, entrar al microestadio donde se votó, hablar con la gente, resultó un ejercicio democrático perfecto. Fiscales y militantes de las distintas listas charlando y haciendo bromas, resolviendo problemas, orientando a socios y socias por las distintas mesas. Se trató, además, de un gran acto de convivencia por fuera de lo que fueron chicanas en las redes, algunas operaciones berretas, y la agresividad que también permite el anonimato. Tampoco hay que ser naif: la política es conflicto y disputa. También en el fútbol.
Al día siguiente, ya con los resultados, Racing tituló en su página oficial: “Un ejemplo nacional”. Racing, que siempre fue un sinónimo de caos, ahora ve a un presidente que se va con un amplio reconocimiento, incluso de quienes no lo votaron. Algún predio, quizá el microestadio, llevará su nombre. Porque Blanco, además de haber sido el presidente más exitoso de Racing en cincuenta años, fue uno de los mejores dirigentes del fútbol argentino de la era post Julio Grondona. Un hombre que creció al costado de Chiqui Tapia. Que cedió poder para mantenerse en segundo plano. No fue por altruismo, fue por sabiduría. Sobrevivió a todas las roscas.
Todo ese clima y esa transparencia fue un mérito del oficialismo en Racing, que como candidato llevó a Cristian Devia, secretario general del club, porque Blanco leyó que contra Milito iría a perdedor. Milito ganó con el 60% de los votos. Esa mayoría entendió que el orden económico y los títulos tuvieron como contracara un freno de mano en otras áreas. Que faltó crecimiento, que hubo dejadez, que se escuchó poco y nada a la base. Que se caía la mampostería del Cilindro, que los baños seguían iguales, que no importaba el grito de los socios, y que un buen resumen podría ser el césped del estadio, que atravesó el año en pésimas condiciones, con grandes lotes de arena. Pero incluso dejando de lado esas cuestiones, estuvieron los que votaron por eso que tanto se insistió: el salto de calidad. A los que los convocaba esos carteles de la campaña del ídolo: gracias Blanco, bienvenido Milito.
Es muy interesante lo que pasó en esta elección y es muy importante para pensar al fútbol argentino. El oficialismo en Racing venía de ganar el mes pasado la primera copa internacional después de 36 años. Y aún así perdió por mucho. Hay pocos antecedentes de algo así. Nos habla de que los socios (además del ídolo que se presenta) ven más allá de los títulos. De que no hay que subestimar a los socios. Podría ser la primera lección para Blanco y podría ser un aviso para Milito.
Pero viene bien la cuestión de pensar en los socios en tiempos donde quieren imponer el fútbol SAD. Los socios dijeron que no alcanza con ganar la Copa Sudamericana. No sólo eso: fueron en masa a hacerlo. Las elecciones en Racing fueron récord. Votaron más de 17 mil socios. Racing quedó tercero en el ranking de clubes con mayor caudal electoral. El primero es Boca, que en las últimas elecciones que ganó Juan Román Riquelme también marcó un record: participaron más de 47.000 personas. También River viene de comicios históricos con 19.833 votantes. Lo mismo pasó en Independiente y San Lorenzo.
Es incomparable con lo que pasaba cuarenta años atrás. El 7 de diciembre de 1986, Antonio Alegre consiguió la reelección en Boca gracias a 3593 votos, sólo 83 más que su competidor, el mítico Alberto J. Armando. Tres años después, Alegre ganó otra vez pero con 5946 voluntades a su favor frente a las 601 que cosechó su rival, Luis Saadi. Y ese mismo fin de semana de 1989, Alfredo Davicce, con 2830 votos, le sacó la presidencia de River a Osvaldo Di Carlo, que juntó 2648. Esa vez también fue una oposición ganándole a un oficialismo que peleaba el campeonato. De hecho, hizo que Reinaldo “Mostaza” Merlo dejara River, tal como lo había prometido.
El crecimiento de la masa societaria es la primera explicación al asunto. Ser socio es necesario para ir a la cancha y, entonces, los clubes tienen cada vez más socios. Pero pagar una cuota y tener un carnet no implica de por sí un compromiso. Que es lo que termina ocurriendo cuando llega, al menos, el momento de votar. En Racing, el último fin de semana, ocurrió incluso al día siguiente del partido. El sábado a la noche se fue a Avellaneda a ver al equipo ganarle a River 1-0. Y el domingo se fue a participar de las elecciones. Debería ser un dato a tener en cuenta por los que insisten con las sociedades anónimas. Porque a más insistencia, se suman socios que no sólo quieren ir a la cancha. Quieren decir, quieren opinar, quieren tener derechos políticos, quieren votar. Y son cada vez más.