Como con muchas de las iniciativas presentadas por el presidente Javier Milei, el plan nuclear anunciado el viernes pasado tiene más sombras que luces, más incertidumbre que precisiones. Tratándose de una cuestión delicada, como la energía nuclear, más vale saldar todas las dudas antes de poner en marcha el plan.

En la mirada del gobierno, el desarrollo nuclear cubriría las necesidades energéticas de los futuros proyectos de data centers provistos de inteligencia artificial (IA).

Según Milei, “la energía nuclear es la única fuente lo suficientemente eficiente, abundante y rápidamente escalable para hacerle frente al desarrollo de nuestra civilización”.

La frase tiene varias definiciones unilaterales y hasta fuera de contexto.

En primer lugar, no hay planificación sobre las necesidades energéticas del país. El anuncio justo coincide con las alertas sobre la incapacidad del parque generador para satisfacer la demanda del inminente verano, por lo que la propia secretaria de Energía, María Tettamanti, advirtió por posibles cortes del suministro.

¿Cómo se une esta realidad de energía escasa con usinas nucleares modulares para satisfacer exclusivamente a data centers? Misterio, más cuando Tettamanti no formó parte de la presentación ni fue integrada a un nuevo «Consejo Nuclear Argentino» a pesar de que bajo su órbita se encuentra la empresa Nucleoeléctrica Argentina (NASA), que opera las tres plantas nucleares en actividad.

En segundo lugar, la idea de que inexorablemente hay que subirse al tren de la IA («el desarrollo de nuestra civilización», según Milei) es totalmente unilateral y responde a los intereses de las grandes firmas tecnológicas, Google, Meta, Amazon, Microsoft y Oracle, entre otras, que vienen insistiendo en ese punto desde hace años. Estas empresas no se cuestionan el enorme uso de energía vinculado al empleo de la IA porque ésta se está transformando en un motor central de sus negocios.

Ya no hay dudas de que la IA es sucia, es decir, conlleva un impacto climático por las grandes cantidades de energía que consume. A pesar de que ese grupo de big techs ya compró la mitad de la energía renovable generada a nivel mundial en 2024 (según la Agencia Internacional de Energía), la velocidad de la adopción de IA es mayor y crecen sus emisiones: las de Microsoft lo hicieron en un 30% desde 2020 mientras que las de Google, en un 50% en cinco años.

En tercer lugar, estas mismas empresas son las que impulsan a la energía nuclear como solución para la demanda creada por el uso de la IA. Suelen ponderar los puntos fuertes de este tipo de energía, como que es limpia en el sentido de que no emite gases contaminantes, pero omiten el problema de los desechos. Los modelos modulares más nuevos, como el Oklo, incluyen el reprocesamiento del uranio usado, lo que daría lugar a plutonio, que se puede emplear en la producción de bombas atómicas.

Demián Reidel, titular del novel Consejo Nuclear, es partidario de estos modelos modulares. Pero en la presentación de anteayer, ni él ni Milei hicieron referencia al Carem 25, el pequeño reactor argentino modular que se viene desarrollando con retrasos desde hace más de 15 años y que este gobierno ha detenido, al punto de que se estima que más de 250 profesionales vinculados al proyecto ya emigraron.

Si no es el Carem, los reactores modulares con los que sueñan Milei y Reidel serían desarrollados en el exterior, como el que comprará Google, de Kairos Power, que estarían recién disponibles en 2030 y sobre la base de grandes subsidios del gobierno de Estados Unidos.

Adiós a la planta de GNL

YPF firmó con Shell un acuerdo para exportar gas natural licuado (GNL). Es la continuación del acuerdo fallido con la firma malaya Petronas. Pero este nuevo convenio trae una sorpresa. A diferencia del anterior, éste no habla de la construcción de una planta de GNL y sí, en cambio, de que el gas será licuado en dos barcos. Se trata de un procedimiento inverso al que en la actualidad se lleva a cabo en Bahía Blanca y Escobar, donde un barco recibe el gas licuado y lo regasifica.

La planta de GNL, cuya inversión se calcula en unos U$S 12.000 a U$S 15.000 millones, fue la excusa para impulsar el RIGI. Se suponía que habría un beneficio para el país por la inversión y la transferencia de tecnología. Pero eso se demostró tan gaseoso como el fluido que pretendía elaborar.