Los trabajadores agrícolas que hoy llegan desde Centroamérica y el Caribe para aportar al enriquecimiento de Canadá, hasta convertirlo en el quinto exportador mundial de agro alimentos, denunciaron que son sometidos a condiciones de esclavitud y violencia que han llevado a la muerte a muchos de ellos. Por primera vez en los 56 años de existencia de un programa, el SAWP, diseñado para mejor organizar la explotación laboral, los trabajadores llegados desde Jamaica rompieron las barreras del miedo y denunciaron la explotación. La semana pasada fue mediante una carta dirigida al gobierno de Kingston. El domingo 18 será con movilizaciones públicas de las que por ahora guardan celosamente sus detalles.

“Los patrones  nos tratan como a mulas y nos castigan por no trabajar a ritmo de animales. Vivimos expuestos a pesticidas peligrosos sin la protección adecuada. Los capataces son violentos y nos insultan durante toda la jornada, nos agreden físicamente, destruyen nuestros escasos bienes personales y nos amenazan con deportarnos”, dice la carta que le enviaron al ministro de Trabajo, Karl Samuda, en la víspera de una visita del jamaiquino al país del norte. Como no gozan de ningún derecho ciudadano, y por ello tienen vedadas las libertades de sindicalización y de expresión, los trabajadores se manifiestan a través de una llamada “Alianza de Trabajadores Migrantes por el Cambio”.

Syed Hussan, vocero de la recién creada Alianza, señaló que, una vez llegados a Canadá, los migrantes “pasan a depender directamente de sus empleadores, lo que crea un extraño vínculo en el que resulta imposible ejercer cualquier derecho laboral. Se ven obligados a aceptar condiciones de abuso y violencia que en las últimas semanas llevaron a la muerte de tres compañeros”. En la zafra 2021 fueron doce los jamaiquinos muertos como resultado de los malos tratos. La noticia nunca trascendió en ninguno de los dos países. Lo impidió la severa censura impuesta por Canadá, sólo rota por la carta enviada al gobierno de Kingston. Garvin Yapp, de 57 años, fue el último. Murió el 14 de agosto, aplastado por una cosechadora cuando trabajaba en un campo de tabaco.

El SAWP, Programa de Trabajo de Temporada en la Agricultura, fue creado en 1966 por el primer ministro y ex premio Nobel de la Paz Lester Pearson (1963-1968) y perfeccionado en los años siguientes por Pierre Trudeau (1968-1979), padre de Justin, el actual jefe del gobierno de Canadá. Originariamente el Programa autorizaba a empleadores canadienses a contratar braceros de Jamaica. Con los años se extendió a otros 11 países de Centroamérica y el Caribe. Los llamados “beneficiarios” no gozan de ningún derecho laboral y social y pueden permanecer hasta ocho meses/año en el país, con posibilidad de regreso en la zafra siguiente. Como los aspirantes son elegidos en su país de origen, cuando ingresan a Canadá ya están convenientemente seleccionados y chequeados en todo sentido.

El programa diseñado por Pearson y perfeccionado por Trudeau padre no se inscribe precisamente en el rubro filantropía. Fue creado por pura conveniencia, cuando Canadá no tenía mano de obra suficiente para las tareas agrícolas y afines. Con el aporte de los migrantes el país se consolidó como el quinto exportador mundial de agro alimentos. El trabajo bruto lo hacen los centroamericanos. El trabajo calificado se lo reservan para los suyos. En 2021 las exportaciones llegaron a 63,300 millones de dólares y para completar sus necesidades de fuerza laboral contrataron  a unos 60 mil temporarios. Este año los números serán mejores porque los requerimientos para la siembra y cosecha de frutas y vegetales destinados a la industria frigorífica tuvieron un salto significativo.

Cuando Samuda –egresado de la canadiense universidad de Ottawa y fuerte productor agropecuario en su país– llegó a Canadá, ya conocía los términos de la carta, y apenas pisó ese suelo que le es tan familiar y donde tantas relaciones hizo durante su vida universitaria, escuchó de boca de Syed Hussan los estremecedores relatos sobre la vida de sus compatriotas en las plantaciones canadienses. “Su gente aquí está obligada a vivir hacinada, en barracones que recuerdan a los campos nazis y bajo la amenaza permanente de una deportación que les impedirá por siempre el ingreso a Canadá”, le dijo Hussan. Le pidió luego que intercediera ante su par canadiense “para humanizar la vida de los migrantes”. Samuda rechazó el pedido de sus compatriotas y rechazó lo denunciado. Dijo que “en las plantaciones visitadas vio que empleadores y trabajadores conviven en perfecta armonía”. Desde la óptica del gobierno liberal de Kingston se entiende. Cuanto más jamaiquinos residan fuera de su territorio, mejor para el país. Según el Banco Mundial, el 40,6% de los poco más de 3 millones de habitantes de Jamaica vive en el exterior, con lo que por el solo hecho de su ausencia descomprimen la crisis interna. Pero además, con el giro regular de remesas a sus familias los migrantes sacan de la miseria a más de 400 mil hogares. El dinero que envían ascendió en julio pasado al 24,4% del PBI.  «

Qué fue de los defensores de las libertades individuales

En los años del plan Cóndor, de los ’60-’70 del siglo XX, Canadá era un refugio para los perseguidos sudamericanos. Pasaron 50 años. Aquellos valores de igualdad y justicia que habían distinguido a ese país empezaron a evaporarse. Primero, al confirmarse que durante los gobiernos del liberal Louis St. Laurent (1948-1957) la CIA inició el financiamiento de un vasto plan de lavado de cerebro de pacientes con problemas mentales. Luego, en julio pasado, el papa Francisco admitió la responsabilidad de la Iglesia en el “proceso de asimilación” que llevó hasta la muerte a unos 150 mil indígenas enclaustrados en escuelas católicas. Ahora se conoció este régimen esclavista al que someten a 60 mil trabajadores centroamericanos.  

La situación actual denunciada ya había sido señalada por entidades como Amnesty International (AI) y otras. Todas respaldaron a los migrantes jamaiquinos: “Trabajar en las granjas de Canadá es un desastre para los derechos humanos”. Apuntaron a focos no vinculados con las condiciones laborales: malos tratos a niños y políticas discriminatorias, en especial hacia los negros, mayoría de los llegados desde el Caribe.

El informe “I  didn’t feel like a human in there” documenta cómo “las personas retenidas por cuestiones de inmigración son regularmente esposadas, encadenadas y mantenidas sin contacto con el mundo exterior en cárceles provinciales preparadas para recibir sólo a presos comunes”, y señala que desde 2019 Canadá “encerró a más de 9000 personas de entre 15 y 83 años, entre ellas 136 niños (73 de menos de seis años) que fueron ‘alojados’ en cárceles para evitar separarlos de su familia detenida”.

“Los detenidos por motivos migratorios pertenecientes a comunidades de color –eufemismo reprochable cuando viene de organizaciones de este tipo– quedan presos por períodos más extensos que los blancos, y en las temibles cárceles provinciales”. Amnesty denunció, además, que durante una investigación por un caso de violación, la policía de Ontario, en la frontera con EE UU, buscaba a un violador blanco pero “atacó racialmente” a 54 migrantes, a los que obligó a entregar muestras de ADN a pesar de la obvia evidencia física de que no coincidían con la descripción del sospechoso. Según AI, es la primera vez que se hacen “barridos de ADN para humillar a un grupo vulnerable e identificable, claramente diferenciado de la comunidad predominantemente blanca”.