Enzo Fernández no había nacido cuando Leonardo Ponzio jugó su primer partido en Primera, con Newell’s, en julio de 2000. Recién había cumplido seis años cuando Ponzio, uno de sus ídolos, llegó a River en el verano de 2007. Y Enzo es tan de River que se llama Enzo. Como Francescoli y como su otro ídolo, Enzo Pérez, que debutó en Deportivo Maipú cuando él tenía un año. Enzo Fernández llegó a compartir plantel con Ponzio y Pérez, aunque sea por un rato, pero ahora es el chico de Defensa y Justicia, uno de los millenials del fútbol argentino en la pandemia.
Lo que durante décadas se trató de una exportación mainstream que recaudaba millones de dólares para los clubes, en 2020 fue apenas marginal. En un mercado de pases también golpeado por la coronacrisis, salvo por Lautaro Martínez, meneado aquí y allá pero todavía en el Inter, los jugadores argentinos no estuvieron en el centro económico del fútbol global. Adolfo Gaich, 21 años, se fue al CSKA Moscú. Álvaro Barreal, 20 años, dejó Vélez para irse al Cincinatti FC, de la MSL, donde también cayó Emanuel Reynoso, 24 años, aunque en Minnesota. Andrés Cubas, 24 años, se fue de Talleres al Nimes, de Francia, un país al que también viajó Facundo Medina, 21 años, para jugar en el Lens. Medina, que salió de River, que pasó por Talleres, fue citado a la selección. Y algunos más partieron hacia Asia, México o pequeños equipos de Europa.
Pero aunque no mueva millones, el fútbol argentino es fértil. Siempre habrá jugadores para seguir. Enzo Fernández tuvo que dejar River, una recomendación que incluso le hizo Marcelo Gallardo, y ahora, como si todo fuera un guiño de su vida gallina, está en manos de Hernán Crespo en Defensa y Justicia. Fernández es uno de los jugadores que se lució en el último partido del equipo, la victoria frente a Olimpia de Paraguay, por Copa Libertadores.
No es el único niño de este tiempo. Julián Álvarez, que nació el 31 de enero de 2000, debutó en River con 18 años, en octubre de 2018. Ese año, jugó la final en Madrid. Ahora, con 20, parece un esencial para Gallardo, el jugador con el que mueve el ataque. Metió un gol y un pase-gol contra San Pablo. Hizo otro contra Binacional, en el 6-0, pero su vitalidad le permite a Gallardo utilizarlo como el tercer delantero, un extremo por derecha, el complemento de Borré y Matías Suárez. Gallardo todavía se guarda a Santiago Sosa, de 21 años, sellado por el club en 20 millones de euros.
La Copa Libertadores de los corredores sanitarios entrega otras imágenes millenials. A Racing lo rescataron de Perú un jugador de 21 y otro de 20. Cuando el gol contra Alianza Lima parecía un episodio imposible, saltó Tiago Banega, que nació el 1 de julio de 1999 en Concepción del Uruguay, Entre Ríos. Y enseguida llegó Benjamín Garré, porteño del 11 de julio de 2000, que regresó del Manchester City. Había llegado hasta ahí en un movimiento que Vélez, el club donde creció, protestó en el Tribunal Arbitral del Deporte. En la cancha de Lima, el miércoles, también estaba Carlos Alcaraz, 17 años, del 30 de noviembre de 2002, un jugador al que Sebastián Beccacece le administra los minutos en el equipo. Todo es el equilibrio entre lo que surge del Predio Tita Mattiussi y lo que observa con big data la secretaría técnica que conduce Diego Milito.
Boca lo tiene a Gonzalo Maroni, 21 años, ahora lesionado. Y también a Agustín Obando, de 20, el chico que en Medellín se acostó detrás de la barrera para evitar la sorpresa de un tiro rasante. Son los que le bajan el promedio de edad a un equipo comandado en la cancha por Carlos Tevez, de 36 años. A esos pibes, los pandemialls de la pelota, les toca un fútbol sin público, con barbijos y testeos permanentes. Pero son parte del futuro de lo que algún día volverá a ser algo parecido a la normalidad.