Si los premios representan aquello que se prefiere del mundo, entonces hay que decir -pese a lo incorrecto que pueda sonar- que Los Globos de Oro entregados ayer por la Asociación de la Prensa Extranjera de Hollywood (HFPA) representan la preferencia de un mundo conservador. No en el nuevo sentido de Trump y Bolsonaro, por decirlo pronto: Los Globos de Oros resultaron una ristra de lugares comunes de cierto sector del progresismo (conservador a su manera), ése contra el que se expresaron quienes votaron a los recién mencionados.
Tomemos por caso los premios a la comedia. La corrosiva, subversiva y osada Barry vio cómo la oda al Hollywood ochentista representada por The Kominsky Method le birlaba el premio mayor, el de mejor serie de comedia. También superaba a la genial The Marvelous Mrs. Maisel, la revisión feminista de los años 50. Y además, cómo una de las efigies de esos tiempos, Michael Douglas, se llevaba el galardón al mejor actor, dejando atrás al insuperable Donald Glover de Atlanta (serie innovadora y corajuda si las hay) y también al gran Bill Hader que compone al serial (del crimen y de la actuación) Barry.
En el mismo sentido puede leerse el premio a la mujer menos inquietante de todas las series o miniseries con protagonistas feministas: Sandra Oh. No es que la canadiense ex Grey’s Anatomy no esté grandiosa, sino que su coequiper -la joven inglesa Jodie Comer- es uno de los personajes más fascinantes que la televisión haya creado en los últimos años: una asesina a sueldo que además de por dinero se mueve por capricho. Incluso el personaje de Amy Adams en Sharp Objects es bastante menos convencional que el de Oh.
Pantalla grande
En los premios en cine, el peso de la temática fue determinante para premiar a Bohemian Rhapsody, Green Book, Roma y La esposa. Si bien todas reivindican a gente que por motivos de color de piel, elección sexual, clase social o lugar de género ha sido injustamente tratada, todas responden a épocas sobre las que ya hay bastante consenso para condenar: hablar de racismo, clasismo o patriarcado en tiempos -y tierras- lontanos casi siempre resulta agradable para quien lo hace. El tema, por ejemplo, es hacer una película negra (hasta en su ritmo narrativo) como Pantera Negra, y bancarse la discrepancia.
En cada uno de los rubros se ve de alguna manera la hilacha del progresismo clásico de Hollywood, que tal vez hizo reaccionar al electorado que puso a Trump en la Casa Blanca. Confundir no tener la principal responsabilidad con no tener ninguna es contribuir incansablemente a cimentar el camino al infierno, que a esta altura de la historia todos saben que está sembrado de buenas intenciones, como reza el dicho popular.