La toma del poder en Afganistán por parte del movimiento Talibán puso en alerta a la geopolítica internacional, así como al activismo de Derechos Humanos Global, especialmente al feminista, que se preocupa por un reaccionario retroceso en las pocas conquistas liberales alcanzadas durante veinte años.
Más allá que algunos analistas centralizan en la responsabilidad de Estados Unidos, tanto en el fomento del movimiento Talibán como en la entrega del país al mismo, cabe señalar que fuerzas retrógradas de estas características no son solo de ese país. Es más, son alternativas impulsadas por los poderes fácticos nacionales con anuencia del imperialismo norteamericano.
Si tomamos el perfil misógino, homofóbico y religioso de éste grupo islamista, podemos hacer paralelismos con diversos personajes en América Latina. Incluso, a esas características, podemos sumarle la violencia y el racismo que tiene Jair Bolsonaro, el actual presidente de Brasil, formando un movimiento que tiene un peso relativo importante y se manifiesta agresivamente en la sociedad verdeamerela y no tiene nada que envidiar al Talibán.
Es más, Bolsonaro es reconocido entre los líderes neoconservadores del mundo, incluso algunos lo proyectan como un posible relevo de Donald Trump para las conducciones de la ultraderecha internacional, que centra su arenga contra el comunismo y sosteniendo una propuesta hiperliberal en lo económico y súper reaccionarios en lo político. A lo que se suma una alta capacidad de movilización social, propio de los movimientos filofascistas.
Así, Bolsonaro se ha convertido en el heredero de una coalición formada por más de 30 países nucleados bajo la Declaración de Ginebra, referenciados en los sectores más radicalizados de movimientos políticos y religiosos. Así lo indicó la arquitecta de ese armado, Valerie Huner, gestora de temas de salud de la mujer en la gestión Trump y nexo con la ultrarelogiosa ministra de Mujer, Familia y Derechos Humanos de Brasil, la pastora evangélica, Damares Alves.
De hecho, semanas atrás, Bolsonaro recibió a una Diputada alemana de extrema derecha, Beatriz von Storch, del partido de extrema derecha Alternativa para Alemania (AfD), a quien agasajó con honores y estableció reuniones con varios miembros de su gabinete.
Y los vínculos no se agotan allí, el hijo del presidente, el Diputado Federal por San Pablo, Eduardo Bolsonaro, el mismo que saludó al candidato Javier Milei en su acto de arenga cuasi nazi, se vincula con miembros de expresiones de la derecha europea, como Víctor Orbán, el primer ministro del Partido Fidesz de Hungría, o Santiago Abascal, líder de Vox de España.
Es más, resulta hipócrita rasgarse las vestiduras por el autoritarismo Talibán y no criticar el accionar violento de las expresiones ultraconservadoras, como el ejercido por Bolsonaro, quien sustenta su poder en las Fuerzas Armadas, incluso cercenando derechos como la libertad de expresión, tal como lo afirma la ONG Human Rights Watch (HRW), ante el bloqueo en redes oficiales de 176 cuentas de periodistas, organizaciones no gubernamental, políticos e influencers. Y más cinismo hay, cuando se reclama democracia en algunos países y no se condena el accionar autoritario que instaló a Bolsonaro en la presidencia, consumando un Golpe de Estado y obteniendo la primera magistratura con la proscripción del principal referente de oposición, lo que socava las instituciones, cuestionando al mismo sistema electoral, dejando a la República al borde del abismo.