—¿Qué espera de la ciudad de Napoli? —le pregunta el cronista televisivo a Diego Maradona en pleno vuelo hacia Italia.
—Bueno —responde—, espero tranquilidad, la tranquilidad que no tuve en Barcelona. Pero por sobre todas las cosas, respeto.
“¿A dónde han traído a mi hijo?”, se sorprende Don Diego Maradona mientras mira por la ventanilla del auto las calles de Napoli, destino de salida del glamour de Barcelona. “Esto -dice Diego, que vuelve a los orígenes- me hace acordar a Argentinos Juniors”. Tiene 23 años. Viene de dos temporadas adversas con el Barcelona: en la primera lo sacó de la cancha una hepatitis, en la segunda una patada de Andoni Goikoetxea al tobillo izquierdo.
“No tiene la condición psíquica para aguantar tanta responsabilidad”, le apunta O Rei Pelé a su sucesor en el trono. Es julio de 1984. Diego llega a Napoli. “La ciudad más pobre de Europa -ironizan los medios- compra al jugador más caro del mundo”.
Comienza la Serie A. En las primeras 21 fechas de la temporada 1984/1985, Napoli apenas gana seis partidos. Maradona juega casi todos, veinte. El mediocampista Pietro Puzone, su compañero, le cuenta que va a organizar un partido con el objetivo de recaudar fondos para la operación de Luca Quarto, un bebé de menos de un año que padece una enfermedad maxilofacial y que necesita ser operado de urgencia. Se jugará en el estadio Comunale de Acerra, un suburbio 20 kilómetros al noroeste de Napoli, en el que viven 35 mil personas. El presidente Corrado Ferlaino se niega: Napoli pagó 8 millones de dólares por Maradona y teme que se lesione en una cancha de tierra. También amenaza la FIFA. Napoli le gana 1-0 al Atalanta en el San Paolo por la fecha 22. Al día siguiente, el lunes 18 de marzo de 1985, Maradona y un grupo de sus compañeros del Napoli llegan a Acerra, patria chica de Puzone. El estadio Comunale tiene capacidad para 5 mil espectadores. Hay cerca de 12 mil.
Diego se cambia en el auto. Entra en calor en el estacionamiento. Juegan 12 contra 12 ante el Acerrana para que no se lo considere un partido oficial. Maradona suma a su hermano Lalo. La radio local transmite en el centro de Acerra por altoparlantes. A pesar de vestir las camisetas celestes, el equipo se presenta como “Ultrà Napoli”: en la organización también había estado involucrado Gennaro Montuori, jefe de la Curva B. “Ultrà Napoli” golea 4-0 al Acerrana. Dos goles de Maradona, el segundo una apilada que provoca la invasión de campo. Pasqueale Castaldo, el policía de tránsito que hace de árbitro, le anula un tercer gol. “Marcó con la manito de Dios –dice ahora Castaldo–. Yo estaba en buena posición. Todos pensaron que había cobrado posición adelantada, pero le señalé la mano y reconoció el error. Y al final del partido, me felicitó”.
Es la mítica partita nel fango en Acerra, la del video viral en las redes sociales, antes de los títulos: es la metáfora maradoniana dentro de los siete largos años napolitanos. Maradona jugando en el pantano para salvarle la vida a un niño. El Dios con los pies de barro, bajo la lluvia, metido en el barro. El eterno retorno a Villa Fiorito.
Maradona pagó su seguro y el de los compañeros: casi un millón de dólares, que le regalaría luego al padre de Luca Quarto. “Que se jodan los del Lloyd’s”. El banco Lloyd’s of London había asegurado al futbolista, no al Diego humano. Se recaudaron 4 millones de dólares. Luca Quarto, que atravesó diez intervenciones quirúrgicas en su vida, fue operado con éxito en una clínica especializada en Suiza. En 2002, Quarto lo cruzó en persona en un estudio de la TV italiana: lo abrazó, lloró, se quedó frío mirándolo a los ojos. Al aire, lo había sorprendido: “Cuando era niño, mi padre me llevó con vos, vos me alzaste y me miraste. Entonces viste mis problemas maxilofaciales. Así que hiciste un acto de benevolencia por mí. Quiero agradecerte por todo”. Diego lo miró a la cara, se emocionó, y le dijo: “Estás hermoso, eh”. A un año de la muerte de Maradona, y a sus 37 años, Luca Quarto vive en Bellaria-Igea Marina, provincia de Rimini, a 546 kilómetros de Napoli. Trabaja en un negocio de chucherías playeras.
—Gracias a él tengo una vida normal. Mi padre fue muchas veces a su casa para agradecerle. Para mí, él era de mi familia. Él es el Dios verdadero que me salvó la vida. Le estaré agradecido por siempre. Cuando vuelvo a ver aquel partido benéfico que Maradona hizo por mí, siempre siento una emoción nueva, una cosa verdaderamente bella. Me siento afortunado de haber podido conocer a Diego, él me dio la vida, es mi segundo padre.
El estadio Comunale ya no existe: fue demolido y hoy es un parque público, en el que pronto se erigirá una estatua de Maradona. El municipio de Acerra es una de las puntas del “Triángulo de la Muerte” junto a Nola y Marigliano: en 2009 se instaló un incinerador de basura tóxica. Doce años después, la tasa de mortalidad por cáncer es el 10% más alta en hombres que la media de Italia, y el 13% en mujeres. Niños con leucemia, tumores cerebrales y malformaciones de nacimiento. La Camorra creó empresas de desechos tóxicos en Napoli a finales de los 80. Mientras Maradona le ganaba a los equipos del Norte en las canchas, las industrias del Norte le pagaban a bajo precio a la mafia para que quemara o enterrara su basura en cualquiera lugar del Sur. En ríos, campos, cuevas, debajo de la construcción de rutas. Contaminación del aire y de la tierra. Hay sentencias que indican la complicidad del Estado y el encubrimiento de policías y fiscales. Y hay, sobre todo, cerca de 1230 basureros ilegales. Es la “Terra dei Fuochi”, como la llaman en italiano: la tierra de los fuegos.
En el cómic La mano de Dios, el dibujante y guionista napolitano Paolo Castaldi le dedicó un capítulo al partido en el barro. “Era una oportunidad para contar una historia ambientada en Acerra en la que no hubiera ningún muerto, ningún mafioso detenido, ningún niño maltratado –dice Castaldi–. Acerra, al igual que otros suburbios de Nápoles, aparece en los diarios por los delitos de la Camorra, los tiroteos y la exclusión social. Pero el día después a ese partido, había una noticia positiva”.
Cuando Maradona emprendió la vuelta a Napoli después de aquel partido en Acerra, se topó con una barrera humana: no lo querían dejar ir del pueblo. Desde adentro del auto, Diego miraba y comía una manzana.