Cuando Domingo Faustino Sarmiento empezó a diagramar las coordenadas del sistema educativo argentino, los edificios escolares constituyeron un capítulo extenso de su pensamiento. Las “escuelas palacio”, inauguradas durante su presidencia y la de Julio Argentino Roca, fueron especialmente ideadas “para transmitir a la sociedad, a través de su monumentalidad y jerarquía artística, la importancia de la institución que cobijaban”. Así lo explica Gustavo Brandariz en su libro La arquitectura escolar de inspiración sarmientina.

La pregunta por la arquitectura de las escuelas en relación a la formación ciudadana tiene más de 175 años en la Argentina. En la actualidad, esa reflexión se ve obturada por los problemas diarios de infraestructura que denuncian las comunidades educativas (con un clima de época que promueve desde el gobierno un Estado ausente): falta de gas, calefacción o ventilación en las aulas, plagas de ratas, desmoronamiento de techos.

Aun así, con las comunidades educativas ya de vuelta en las aulas tras el receso invernal, se vuelve oportuno debatir cuáles serían las condiciones más óptimas para el aprendizaje de las nuevas generaciones, más allá de esos emergentes. Discutir la conformación del espacio escolar, el entorno de aprendizaje. “¿Y si pensamos edificios escolares bellos? ¿Cambiaría la predisposición al trabajo de docentes y alumnos?”, interroga Manuel Becerra, profesor de Historia y codirector del portal Gloria y Loor.

Escuelas palacio

En su obra Educación popular, Sarmiento repuso ejemplos de Europa y Estados Unidos para argumentar que las escuelas debían “ser construidas de manera que su espectáculo, obrando diariamente sobre el espíritu de los niños, eduque su gusto y su físico”. No sólo debía reinar en ellas “el más prolijo y constante aseo”, sino también “cierto lujo de decoración”.

En la Ciudad de Buenos Aires, estos edificios de arquitectura europea en los que estudian miles de niños, niñas y adolescentes todavía llaman la atención por sus fachadas majestuosas con detalles grecorromanos, sus estructuras de mármol altas y sólidas, una puerta de dos hojas de hierro fundido y una ventana termal en el primer piso. Algunos ejemplos son la Escuela Bernardino Rivadavia en San Telmo o la Escuela Onésimo Leguizamón en Recoleta.

La arquitectura escolar sarmientina se planificaba acorde a una determinada visión de los sujetos de aprendizaje y de la función de la educación en un proyecto de país. ¿En qué medida esos edificios comulgan con las necesidades de las comunidades educativas del siglo XXI? La caída de la tasa de natalidad es una ventana de oportunidad para repensar el futuro.

Según el Observatorio Argentinos por la Educación, se espera un descenso del 31% en la matrícula escolar en los próximos años. “Es una chance histórica. Con menos chicos en la escuela podemos invertir mejor en su educación”, afirmó Rafael Rofman, autor del informe.

Las escuelas suntuosas que ideó Sarmiento generaban una interrupción con lo que la mayoría de los niños tenían en sus casas. De acuerdo a Becerra, si pensamos en los estudiantes de las ciudades de hoy, cada vez más densamente pobladas, en las que el gris reina por sobre el verde –donde se concentra la mayor parte de la matrícula argentina–, cabe preguntarse cómo sería una escuela que les brinde lo que no encuentran en sus hogares: “son niños y adolescentes que no suelen tener acceso a jardines a cielo abierto donde correr, árboles o hasta animales de granja”.

En un predio de dos hectáreas aledaño a Parque Norte, CABA, desde hace 50 años funciona la Escuela Primaria Indira Gandhi. Allí asisten cerca de 200 niños y niñas, la mayoría del Barrio Carlos Mugica. La institución es un oasis verde dentro de una ciudad que posee 5,13 metros cuadrados de espacio verde por habitante, muy por debajo de los parámetros internacionales, que oscilan entre 10 y 15 m2.

Cuenta con una plaza grande de juegos con cancha de básquet, un jardín donde se pueden hacer tres partidos de fútbol 5 al mismo tiempo, una huerta, un salón de artes vidriado que da al parque y un comedor muy luminoso.

Silvina Martínez, bibliotecaria del turno mañana, cuenta que realizan actividades de lectura bajo los árboles y que en los recreos se percibe la tranquilidad: “Los chicos tienen lugar para correr y expresarse. Hay pocos accidentes. Vuelven despejados a la clase, sin estrés. Esto alienta la capacidad de concentración”.

Marta, vecina del Barrio Mugica y mamá de Marcos, estudiante de 5° grado, confirma que su hijo regresa todos los días feliz a su casa por haber estado en contacto con la naturaleza. “No hay otra escuela igual”, resalta el niño.

El patio de la Indira Gandhi.

A pesar de las opiniones de la comunidad educativa, a fines de 2021 el Gobierno de la Ciudad intentó trasladar la “Indira” a un predio mucho más reducido y sin espacio verde en el fondo de la villa 31 bis. De esa forma –denunciaron docentes, familias y gremios– quedaría libre el enorme predio, en una zona tan cotizada como apetecida por los desarrolladores inmobiliarios.

Este año la preocupación se reanudó frente al cierre de Puerto Pibes, complejo de actividades recreativas que se encuentra en el mismo terreno. El Ministerio de Educación de CABA no respondió aún la consulta de este medio en torno al futuro de la escuela. Aunque Tiempo supo que desde otras áreas del gobierno, no educativas, buscan hacerse con el espacio.

Escuela abierta

Paul Dani, exrector y supervisor de CABA e investigador, reivindica la construcción de una “escuela abierta” que extienda sus puertas al barrio y a la comunidad. Como referencia toma las Escuelas de Formación Agraria (EFAs), que hoy son más de 100 en todo el país y se caracterizan por un modelo de alternancia. Los estudiantes pasan dos semanas en la escuela y otras dos en sus casas, donde ponen en juego los aprendizajes construidos en las aulas y reciben visitas de sus docentes.

La modalidad de aprendizajes basados en proyectos, que hace énfasis en el sentido social e inmediato que tienen los conocimientos escolares en un contexto territorial y cultural específico, se acopla con la idea de “escuela abierta”. Dani cree que en las ciudades también se debería intervenir en escenarios cotidianos de las infancias y adolescencias: “abrir la escuela al territorio garantiza conflicto, pero lo necesitamos para lograr aprendizajes”.

Como rector en la Escuela Domingo Faustino Sarmiento Nº2 en Recoleta, a la que asisten adolescentes del Barrio Carlos Mugica, impulsó “Sarmiento en el barrio”, que implicaba una presencia permanente de docentes en un espacio público de la 31 los miércoles y sábados. El proyecto surgió en respuesta a uno de los principales obstáculos para la enseñanza y el aprendizaje: el ausentismo escolar, que en CABA alcanza al 28% de los estudiantes, según Argentinos por la Educación.

El razonamiento fue muy sencillo: si los jóvenes no iban a la escuela, la escuela iría a buscarlos. Una realidad mucho más compleja e inclusiva que aquella que contempló Sarmiento, pero con un objetivo similar: promover el derecho a la educación de niños, niñas y adolescentes.  «

La democratización del espacio en el aula y la necesidad de pensar en la tecnología

El debate sobre el entorno escolar también debe contemplar el modo de organización del espacio, algo que también interviene en la crisis de la escuela secundaria. Para Paul Dani, docente de la Universidad Nacional Arturo Jauretche, debería reconfigurarse el formato tradicional y democratizar: “las escuelas palacio eran intimidatorias con sus bancos rígidos para mirar al frente. La escuela sigue siendo monacal, con espacios cerrados de transmisión en lugar de transformación. La ronda en el aula es hermosa porque iguala todas las miradas. Si uno entra, no encuentra fácilmente al docente. Eso inquieta porque la educación se ha dedicado históricamente a aquietar y someter los cuerpos”.
Becerra identifica otras limitaciones del modelo actual: “La escuela está muy recostada sobre lo teórico. Los pibes tienen que imaginar mucho. Trabajan el Martín Fierro y tienen que imaginar el desierto, los gauchos, los indios y el Estado avanzando. Es muy difícil vislumbrarlo con los materiales precarios que uno tiene, como manuales o fotocopias”.

La tecnología es un punto indisoluble de las escuelas del siglo XXI, ni pensarla de manera apocalíptica ni pensar que ella sola solucionará o generará aprendizajes directos. Más bien, coinciden especialistas, tomar a la tecnología como medio o complemento, lo que requiere también una formación docente actualizada, e incorporarla en el aula.

Aquí también incide la brecha digital, como se vio en pandemia. Escuelas que tienen equipamiento para utilizar dispositivos y tecnología en la currícula, y otras tantas que se ven imposibilitadas. Como ocurrió con la gestión de Mauricio Macri en la Nación, la administración de Javier Milei también cortó los programas de infraestructura y equipamiento tecnológico, donde emergía como principal insignia Conectar Igualdad. Esto no hizo más que aumentar la brecha digital y alejar aún más la idea de escuelas equipadas, acorde a estos tiempos. 

Entre lo ideal y lo posible

«Cuando hay que asegurar la vacante puede haber 30 estudiantes en un aula donde deberían estar 20. Una cosa es la escuela ideal y otra es la posible”, dice a Tiempo Gustavo Perazzo, subsecretario de Educación de San Martín. Su gestión llevó adelante “Haciendo Escuela”, una iniciativa articulada con la Provincia de Buenos Aires que busca poner en valor a las instituciones educativas, a través de relevamientos edilicios y obras públicas.

Los trabajos apuntan al aprovechamiento de la luz natural, la doble circulación del aire, aulas aptas para el equipamiento tecnológico y terrazas con huertas. Otra apuesta fue el diseño de baños sin género, aunque en algunas instituciones generan resistencia.

Agustina Correa, directora de Infraestructura Escolar del municipio, comenta que las intervenciones se plantean a partir del diálogo con los vecinos, donde la inseguridad emerge como una problemática: “El desafío es dar respuesta sin que las escuelas terminen siendo una cárcel con muros altos y alambres de púas».

Con el espíritu de que la comunidad se apropie de los edificios, el municipio propone jornadas de limpieza colectivas en verano. También incorporaron a las obras a egresados de la Escuela Técnica Nº4 Emilio Mitre. Como Luis, que vive en el Barrio Libertador, estudia Ingeniería y se sumó a construir una escuela que los vecinos pedían hace cuatro décadas. “Cuando asumimos hace 12 años, en los sectores más humildes las instituciones educativas estaban muy descuidadas. Hoy no hablamos de escuelas palacio, pero sí de escuelas pensadas especialmente para cada barrio».